La gran crisis financiera ha marcado el final de una época: algunos de sus efectos no han desaparecido ni desaparecerán en mucho tiempo porque el cambio experimentado por las economías ha sido tan drástico que bien puede decirse que en lo económico, en lo social y hasta en lo político, vivimos en un nuevo entorno, en un nuevo paradigma. Ello no es óbice para que la recuperación de la economía española esté siendo sana y robusta y que EEUU llegue a su séptimo año de crecimiento con una sorprendente resistencia.

Pero crisis quiere decir fundamentalmente cambio y la de 2008 supuso un cambio de grandes proporciones, no sólo por la cantidad de empleos que se destruyeron y por el crecimiento que se perdió, sino porque marcó probablemente el fin de una época, la de los baby-boomers en la que todo soplaba a favor, al menos en términos económicos. Tasas de inflación a la baja, tipos de interés cayendo y mejoras de los resultados de las empresas derivados de los incrementos en los márgenes conseguidos gracias a los aumentos en la productividad. Mientras tanto, las ventas de las corporaciones multinacionales crecían de forma incesante al descubrir nuevos mercados gracias al desarrollo de las clases medias en los países emergentes y, en definitiva, a la globalización.

No hacía falta que Trump llegara a la Casa Blanca para que los vientos proteccionistas arraigaran en todo el mundo

Desconocemos si la nueva Administración americana revertirá, al menos en parte, el proceso de globalización. Sus manifestaciones no hacen presumir que esté por favorecer  el libre comercio y la bilateralidad en las relaciones internacionales. Pero no hacía falta que Trump llegara a la Casa Blanca para que los vientos proteccionistas arraigaran en todo el mundo: cuando la tarta es cada vez mayor y “mi crecimiento se ve favorecido por el del vecino” (“me va bien que a otro le vaya bien”) no hacen falta muchos economistas liberales para convencer de las ventajas del comercio libre y de la máxima apertura en las relaciones económicas internacionales. Pero, cuando la tarta se ha reducido drásticamente, es mucho más fácil para los oportunistas enarbolar banderas de cierre de fronteras, de secesión o de simple proteccionismo comercial.

El problema no es que el mundo sea hoy más inseguro. De eso nos dimos cuenta un fatídico 11 de septiembre de 2001. Pero en aquella época no había aún llegado la hora de la explosión de la burbuja subprime y de la quiebra del sistema financiero mundial. Los proteccionismos de hoy son la respuesta populista e insolidaria a un mundo más complejo en que la lucha darwiniana por la supervivencia ha llevado a que los peores fantasmas proteccionistas de la mano de los peores políticos populistas saltaran a escena.

Como tras la gran recesión de 1929, la Historia se repite y a la escalada de devaluaciones competitivas (guerra de divisas) que se sucedieron tras la depresión, siguió el peor conflicto bélico de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial.

La divergencia de ciclos económicos entre EEUU y Europa no augura un panorama muy pacífico

De momento, sólo la guerra de divisas parece que es hoy parte de nuestro ecosistema económico, con un renmimbi chino en constante depreciación frente al dólar y, en general, al resto de divisas. La divergencia de ciclos económicos entre EEUU y Europa no augura un panorama muy pacífico para la cotización euro-dólar. Menos con una Administración Trump contra-cíclica (por contraposición a la sana política anticíclica) que se ha comprometido a embarcarse en una difícil cruzada de estímulos fiscales y descuadre de cuentas públicas en un ciclo económico maduro.

La salida del Reino Unido de la UE que cada vez parece más un accidente retransmitido a cámara lenta, tampoco augura tranquilidad en el cambio de la libra esterlina frente al euro… Esperemos que todo lo que hemos visto sean todas las analogías entre el período post Gran Depresión y la situación actual y que, en todo caso, la política de Trump sea una suerte de New Deal como el que Roosevelt emprendió tras la Gran Depresión. En este caso, un Nuevo Acuerdo basado en el gasto en infraestructuras y no en la creación de empleo como el de entonces, porque EEUU se encuentra ya hoy en situación de pleno empleo virtual.

En cualquier caso, y al margen de las recetas económicas, la clave pasa porque nuestras sociedades estén vacunadas contra el populismo que entonces, no lo olvidemos, llevó a Hitler por cauces democráticos al poder. Como ciudadanos libres de naciones en momentos de dificultades (alto desempleo, altísimos niveles de deuda, baja participación de la fuerza laboral, poblaciones envejecidas) deberíamos preocuparnos porque la recuperación sea sólida, que no excluya a sectores de la población ya que esto, aparte de ser una exigencia de la justicia social, es el seguro contra aquellos que sólo surgen para aprovechar la desgracia y dificultad ajena en beneficio propio.

La gran crisis financiera ha marcado el final de una época: algunos de sus efectos no han desaparecido ni desaparecerán en mucho tiempo porque el cambio experimentado por las economías ha sido tan drástico que bien puede decirse que en lo económico, en lo social y hasta en lo político, vivimos en un nuevo entorno, en un nuevo paradigma. Ello no es óbice para que la recuperación de la economía española esté siendo sana y robusta y que EEUU llegue a su séptimo año de crecimiento con una sorprendente resistencia.

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