Es muy probable que si preguntamos a un inversor si considera que su gestor es un artista, salvo que éste le haya proporcionado rentabilidades consistentes y elevadas durante los últimos quince o veinte años, la respuesta sea negativa. En algunos casos desgraciados, incluso lo podrían clasificar de pintor aficionado o peor aún, de los de la cofradía de la brocha gorda.

El gremio del asesoramiento financiero no es ajeno a la diversidad propia de cualquier disciplina humana por lo que en él conviven seres de tipologías diversa: grandes maestros consagrados, nuevas figuras ascendentes, caricaturistas aficionados, autores de una sola obra, excéntricos versos sueltos e incluso marchantes fariseos y hábiles falsificadores de las obras maestras de la disciplina pictórico económica.

Si nos ponemos a pensar, en verdad, pocas cosas se parecen más a pintar que conformar una cartera de inversiones.

Pocas cosas se parecen más a pintar que conformar una cartera de inversiones

En un primer momento el cliente –que no deja de ser nuestro mecenas- nos esboza sus preferencias artísticas configuradas por sus gustos, experiencias y objetivos. Los hay que se conformarán con una obra monocromática y con un depósito verán colmadas sus expectativas artístico financieras.

Otros, más cultivados en sensibilidad, nos van a demandar paisajes, abstracciones, marinas o lienzos con sesgos cubistas, simbolistas, hiperrealistas o expresionistas por lo que van a necesitar de la gama completa de tonalidades que la industria de las finanzas pone a nuestro alcance -vía las diferentes clases de activos- para que colmemos sus aspiraciones estético inversoras.

Con nuestra paleta de activos multicolor y una vez escudriñados los vericuetos y deseos de nuestro cliente –superado el inicial miedo al lienzo en blanco- iremos colocando pinceladas de activos. Sobre la blanca tela con el pincel de la experiencia y el conocimiento los rasgos cobrarán vida. Unos bonos de gobiernos de trazo grueso por aquí, unas acciones globales en verde subido por allá, un toque de potente sanguina high yield en rededor, unas manchas dispersas de commodities, salpicones de derivados y una firma final en carboncillo que debería poner punto final a la obra.

Obra que aún finalizada no estará completada pues como inconformistas artistas de las inversiones difícilmente estaremos satisfechos con el resultado final y, aunque entregado el lienzo al que lo encargó, lo iremos modificando, agregando pinceladas adicionales, diluyendo zonas de oscuridad, perfilando aristas o incorporando sutiles retoques, en un período de perfección y mejora que puede ser casi infinito.

Los retoques son imprescindibles pues harán que la cotización de la obra permanezca en el tiempo y mejor aún, acrecienté su valor.

El proverbial inconformismo artístico no es exclusivo de pintores, escritores o poetas, también de los que a esto nos dedicamos. Visitando y participando en ferias, congresos exposiciones, galerías y bienales del sector ampliaremos bagaje profesional con las últimas tendencias y las iremos incorporando en la obra y la pinacoteca de nuestros clientes.

El inconformismo nos va a exigir beber de todas las fuentes posibles y nunca en exclusiva de la escuela bancaria, especialista en arte caro y poco rentable. Conviene expandir los límites de la estética más allá del banco azul, del banco rojo o del naranja hacia nuevos mundos creativos y no ser compradores de la obra de un solo artista ni de éste en una sola de sus etapas azul, rosa, gris o multicolor.

Habrá clientes que por su capacidad puedan adquirir una sola obra y en ella deberemos concentrar toda nuestra capacidad pictórica, por el contrario otros, con más posibles, nos van a exigir conformar una colección privada coherente y diversificada que puede iniciarse en un monocromático Malévich y finalizar en un torbellinesco y colorido Pollock y que deberá comprender escuelas, estilos, tendencias y autores tanto clásicos como emergentes.

Una colección que se precie comprenderá todas las tendencias de las corrientes financieras

Una colección que se precie comprenderá todas las tendencias y estilos pictóricos posibles de diversos autores y tanto de las corrientes financieras clásicas como de los primeros pinceles de las escuelas activas, pasivas, indexadas, fintech, robóticas o los movimientos crecimiento o valor.

Con todo y siendo importante la diversificación estilística, lo decisivo va a ser el taller del artista al que le encarguen ustedes la obra. Como consumidores de arte de la escuela financiera, les aconsejo que cuiden con primor el realizar un estudio anticipado de la producción del elegido, la estimación del valor de sus obras en el mercado y sobre todo, su paso previo y acreditación profesional por la academia de bellas artes correspondiente, no sea que les den gato por liebre y acaben bajo el brazo con una colección de garabatos de aficionado tan mediocre como artísticamente ruinosa.

Y por supuesto, no se alarmen ante el precio de la obra. La producción artística ha de ser pagada. En esto del asesoramiento financiero profesional y regulado no cabe lo de trabajar por amor al arte. Al artista hay que pagarle por su arte y su producción. Y digo bien, artista que no pintor, pues como decía Pablo Picasso: Un pintor es un hombre que pinta lo que vende mientras que un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta.


Carlos de Fuenmayor es director de Kessler&Casadevall

Es muy probable que si preguntamos a un inversor si considera que su gestor es un artista, salvo que éste le haya proporcionado rentabilidades consistentes y elevadas durante los últimos quince o veinte años, la respuesta sea negativa. En algunos casos desgraciados, incluso lo podrían clasificar de pintor aficionado o peor aún, de los de la cofradía de la brocha gorda.

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