En este penosísimo espectáculo que han dado al alimón los dos principales partidos políticos de nuestro país, es difícil encontrar algún aspecto defendible o sencillamente explicable para cualquier ciudadano creyente en los valores de la democracia y respetuoso con sus principios y con sus procedimientos, que son tan importantes como sus principios.

No vamos ahora a volver a poner el grito en el cielo por la desfachatez de que han hecho gala tanto el PP como el PSOE metiéndose a negociar el nombre del presidente del GGPJ y del Tribunal Supremo antes de que los vocales de ese Consejo hubieran sido designados y hubieran tenido la más mínima oportunidad de expresar su opinión. La desvergüenza de los partidos se volvió a poner de manifiesto cuando, inmediatamente después de haber alcanzado su acuerdo sobre el nuevo presidente, el Gobierno filtró el nombre de Manuel Marchena, que se vio sorprendido por las felicitaciones de algunos de sus conocidos sólo minutos después de haber salido del ministerio de Justicia, adonde había sido convocado por la ministra Dolores Delgado.

No sabemos si esa filtración se debió al profundo desprecio que el Gobierno tiene por el respeto a las formas en democracia o a su convencimiento ignorante y ofensivo para las instituciones de que los partidos políticos son los amos del sistema y por lo tanto se pueden comportar como los viejos terratenientes respecto de sus criados, que en este caso seríamos el resto de los ciudadanos de este país.  Y esto vale para cualquiera de los dos partidos.

Lo que aquí se dice lo demuestra no sólo la soltura con la que los negociadores de ambas formaciones se dedicaron en cuerpo y alma a diseñar un CGPJ que conviniera a sus necesidades y sus intereses sino también la insólita, escandalosa e infinitamente torpe prueba de ignorancia abismal con que el Partido Popular quiso tranquilizar a los suyos, descontentos con el resultado del "reparto" con que se había sellado el acuerdo.

Hay que ser muy bruto, pero muy bruto y muy zafio, además de muy tonto -pero eso aquí ya es lo de menos- para enviar a su gente un argumentario que no se sostiene en la realidad pero que demuestra el desprecio con el que determinados líderes del PP se enfrentan a uno de los Poderes  del Estado. "Ha sido una jugada estupenda que he vivido desde la primera línea", dice el mensaje, lo cual casi confirma que su verdadero autor no puede ser Ignacio Cosidó, que en absoluto ha participado en esa negociación, aunque eso no le quita su participación en la torpeza de reenviarlo a nada menos que 146 senadores, que son los que él pastorea desde su puesto de portavoz del grupo popular en el Senado.

No ha existido en ninguno de los dos grandes partidos la menor voluntad de higienizar el procedimiento

"Nos jugábamos las renovaciones futuras de 2/3 del TS y centenares de nombramientos en el Poder Judicial, vitales para el PP y para el futuro de España".  Esta afirmación es de una obscenidad infinita pero tiene la inmensa ventaja de resaltar, como en un cuadro de Lucien Freud, las miserias y la sordidez del panorama construido a partir de la modificación del sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial previsto en la Constitución. "Nos jugábamos nombramientos vitales para el PP", dice el autor del mensaje cuya verdadera identidad se acabará, con toda seguridad, conociendo. Cree el grandísimo ignorante que un juez es el empleadillo de un partido por el simple hecho de que haya sido promovido su nombramiento para un cargo en el Alto Tribunal. Ignora el tarugo que los jueces son inamovibles y que, por lo tanto, no aspiran a obtener nada de quien les haya nombrado porque a partir de ese instante ejercerán su función jurisdiccional con la misma libertad -con la misma independencia- con que la han ejercido hasta entonces. Pero por si eso no fuera suficiente, remata el susodicho: "Y además controlando la Sala Segunda desde detrás".

Mire usted, cabeza privilegiada: eso que afirma es prueba de una estulticia supina porque, aunque a usted no le quepa en la cabeza, eso no lo podría hacer nadie por mucho que lo intentara. Para ser más preciso: ni Manuel Marchena, presidente de la Sala Segunda, presidente del tribunal juzgador que va a dictar sentencia sobre los independentistas catalanes procesados, y ponente de esa sentencia, puede controlar la decisión final que adopten los siete magistrados que lo forman. Ni el señor Marchena puede tampoco "controlar" la Sala Segunda porque sucede que los jueces son independientes y para garantizar precisamente que actúan y deciden exclusivamente conforme a Derecho es por lo que nada ni nadie los puede remover de su puesto. En una palabra, no son "controlables".

Pero lo más grave no es la ignorancia miope de su consideración: lo más  grave son sus propósitos, sus deseos, que consisten en "controlar" a los jueces con la pretensión de condicionar,  es decir, de mandar en el sentido de sus sentencias. Esto es lo definitivamente intolerable y lo que convierte en inviable a partir de ahora la continuidad del sistema de elección del CGPJ del que ayer, como por arte de birlibirloque, Pablo Casado se quiso desmarcar. A buenas horas mangas verdes. Porque el PP prometió repetidamente que cuando llegara al Gobierno volvería al sistema que la Constitución deja establecido. Pero llegó al Gobierno, tuvo una amplísima mayoría absoluta con Mariano Rajoy y el ministro de Justicia Ruiz-Gallardón recogió velas y dejó las cosas no como estaban sino aún peor con esa modalidad de vocales con dedicación exclusiva y vocales con dedicación parcial. No ha existido en ninguno de los dos grandes partidos la menor voluntad de higienizar el procedimiento.

Ya no será posible repetir las maniobras a las que hemos asistido tantas veces aunque sin los focos que han alumbrado en esta ocasión los recovecos de la operación

En definitiva, un desastre que ahora ha estallado dejando al aire todas las vergüenzas adheridas a un sistema que ya es, afortunadamente, irrecuperable porque la ciudadanía no va a admitir de ahora en adelante la repetición de la jugada que acabamos de ver.  La renuncia de Manuel Marchena a seguir siendo la coartada para continuar manteniendo en pie semejante tinglado es la que ha apretado el botón que ha desencadenado esta explosión nuclear. A partir de ahora ya no será posible retomar las viejas costumbres, fulminadas por esta renuncia a la que puso mecha el prócer del PP autor de ese WhatsApp que debería figurar en los anales de la corrupción institucional española y del abuso de los partidos políticos dispuestos a invadir cualquier espacio que tenga delante, sea éste el que sea, incluido un Poder Judicial cuya independencia es un pilar irrenunciable de todo Estado de Derecho.

Así que, al final de todo, nos tenemos que alegrar de lo sucedido. Primero, porque un magistrado del Tribunal Supremo ha puesto muy por delante de sus aspiraciones legítimas el honor de ese Tribunal y, por extensión, de todos los jueces de España, últimamente vapuleados en un ejercicio de descrédito sistemático que parece tener un objetivo mayor. Segundo, porque la mugre antidemocrática que estaba adherida a las negociaciones entre partidos para controlar el CGPJ ha quedado al descubierto, exégesis incluida, lo cual ha permitido a la opinión pública comprender en su totalidad la enormidad de lo que se viene pretendiendo desde hace demasiados años. Y tercero, porque visto lo visto, ya no será posible repetir las maniobras a las que hemos asistido tantas veces aunque sin los focos que han alumbrado en esta ocasión los recovecos de la operación.

Por lo tanto, a partir de ahora tendrán que iniciarse las negociaciones para acordar una modificación de la ley que establezca un nuevo sistema de elección del órgano de gobierno de los jueces, algo que llevará probablemente muchos meses y que habrá que calibrar con cuidado para encontrar un punto de equilibrio entre el riesgo de una elección puramente corporativa y el fracaso acreditado de una selección partidista y en realidad moralmente corrompida.

Aquí no quedan al final más que dos ganadores: el vencedor moral de esta contienda, Manuel Marchena, que sale de ella con notables heridas pero con su dignidad y la de aquellos a los que representa recuperada, y el vencedor político, Albert Rivera, que nunca quiso sumarse a este mercadeo y al que se vuelven los ojos de muchos ciudadanos dispuestos a partir de ahora a escuchar con mayor atención y respeto sus argumentos.

Todo lo demás es un puro naufragio.