A Oriol Junqueras (líder de ERC y vicepresidente de la Generalitat cuando se declaró la independencia de Cataluña) la Fiscalía le considera como uno de los cabecillas de la rebelión y pide 25 años de cárcel para él. El otro jefe del golpe a la Constitución, Carles Puigdemont, huyó y, por tanto, no se sienta en el banquillo, aunque sigue moviendo los hilos de la Generalitat desde su chalet de Waterloo.

La declaración de Junqueras es, por tanto, nuclear para este juicio al procés. Y por ello había tanta expectación por escuchar sus argumentos. A su lado, Forn, Rull, Turull, e incluso los Jordis son personajes secundarios, peones, alfiles o caballos. Junqueras es la reina en el tablero del golpe.

El jefe de los republicanos independentistas buscó en su comparecencia el terreno más fácil para exponer su homilía, con un guión bien estructurado, en el que su abogado, Andreu Van den Eynde, hacía de periodista alfombra. A Junqueras sólo le faltó decir aquello de "me alegro que me haga esa pregunta".

Eludió responder a la Fiscalía, lo que no deja de ser una prueba de inseguridad o de miedo a meter la pata, cuando no una falta de respeto al Ministerio Público. De su negativa a responder al abogado de la acusación popular y número dos de Vox, Javier Ortega, ni hablamos.

Su larga alocución estaba hecha para ser replicada en YouTube entre sus acólitos, los que vibran con sus argumentos de sacristía. Qué grande eres, Oriol, titulaba ayer el columnista Sergi Sol en Elnacional.cat.

No fue, por tanto, su defensa una réplica al escrito de la Fiscalía o del juez instructor, o de la Abogacía del Estado, sino un discurso político, una reivindicación de sus ideas y de sí mismo como persona. En todo momento, Junqueras se ofreció ante las cámaras como un hombre bueno, que incluso "ama a España", que rechaza en todo momento la violencia, al que se le cae la baba cuando los manifestantes, no tumultuosos, cantan "un himno religioso dedicado a la Madre de Dios".

Votar no es delito", afirmó. Matar también es delito, pero en la guerra por matar hasta te pueden dar una medalla. Es la ley la que determina lo que es delito y no la voluntad de cada uno

¿Cómo se puede condenar a un hombre con esos mimbres, con esa actitud tan comprensiva ante los demás y cuyo único pecado es que quiere la independencia de Cataluña, eso sí, siempre por métodos pacíficos?

Fue una buena interpretación, aunque me temo que poco útil desde el punto de vista penal. Los jueces deciden sobre hechos, no sobre moralidad. Las convicciones han llevado a veces a la comisión de los más grandes crímenes.

A Junqueras le pierden las verdades absolutas. "Votar no es delito" afirmó rotundo, como si hubiera dado con la piedra filosofal para hundir este proceso. ¿Cómo echar abajo un argumento tan simple, tan contundente, tan efectivo? Matar también es delito, pero en la guerra por matar hasta te pueden dar una medalla. La circunstancia determina el delito, la ley es la que determina el delito. Las leyes precisamente están para eso: para limitar los imperativos categóricos.

El hombre que convenció a Puigdemont para declarar la independencia en acto abiertamente anti constitucional dice no ser consciente de haber delinquido. Tan sólo pretendía con su decisión dar respuesta al mandato popular, afirma, como si la voluntad popular pudiera ser contradictoria con las leyes, que emanan precisamente de esa voluntad popular.

La soberanía reside en el pueblo y no en una parte del mismo. Trocear la soberanía, como pretenden los independentistas, es la forma más obscena de vulnerar la democracia.

Junqueras sabe mejor que nadie que los pasos que se dieron en Cataluña (ley de transitoriedad, referéndum del 1-O, declaración unilateral de independencia, etc.) por parte del gobierno en el que él ocupaba un cargo prominente eran flagrantemente ilegales. Pero siguió adelante porque confiaba en que el estado de derecho cediera ante el miedo a una confrontación civil. La movilización popular era clave para rendir al Estado. La violencia a veces no se ejerce, sino que se provoca. Los dirigentes políticos tienen por ello una gran responsabilidad. Al convocar un referéndum ilegal Junqueras era consciente de que las fuerzas del orden estaban obligadas a seguir las instrucciones de la Fiscalía. Sabía que ponía a los agentes en un brete: incumplir con su obligación o reprimir a los que pretendían votar.

Claro, uno puede hacer un alegato pacifista: "Votar no es delito", pero, si al votar se vulnera la ley, sí lo es. Las verdades absolutas valen para los mítines, para las tertulias, para los comentarios de café, pero sirven de poco en un proceso penal.