Apenas sacada Carmena, con su plumero de aire puro y sus magdalenas fucsias, el nuevo gobierno municipal madrileño ha retomado eso que suelen llamar el sueño olímpico, que es una fantasía ya más germánica que griega, llena de abanderados de mármol, coreografías patrióticas y zafarranchos fabriles. Los ideales ingenuos y piragüistas de Coubertin hace mucho que se pervirtieron en propaganda nacional y en un negocio que también es ruina, dependiendo de dónde te toque. Al ciudadano le suele tocar el lado de la ruina, mayormente, mientras los deportistas nadan en el cielo y los políticos nadan en los palcos.
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