Isabel Díaz Ayuso, prendida en rojo sobre otros rojos, vestida de rojo Cersei sobre el rojo de la talabartería telonera, de la heráldica castellana de leones lobos devorando granadas o sotas, tomó posesión de su cargo como presidenta de la Comunidad de Madrid. Demasiado rojo, quizá, que es como demasiado imperio o demasiado papado para un Gobierno de coalición hilado con suspicacias y vigilado por alfiles negros de Dios e incluso de la Justicia. Ayuso, como un cordón rojo moviéndose en una cortina roja, o una novia roja en una cama roja, no es que se siente sobre sangre, sobre la púrpura de la venganza, pero la de Madrid es una presidencia que arde igual que los leones de los escudos que trepan por el oro trenzado o se despeñan desde almenas con luceros.

Para la historia del PP de Madrid, Ayuso puede ser una esperanza de regeneración o de tregua o de olvido o de velo, esa cara de velo que tiene Ayuso. Esa historia estaba allí, mirándola en sillas dispuestas como cepos o como cuadrigas con cuchillas, sillas casi todas a punto de descarrilar. Allí estaba Esperanza Aguirre, la Doña, que aún maneja las situaciones y a los periodistas como una gobernanta. Cuando un reportero pegajoso y sordo de La Sexta insistía preguntándole si temía ser imputada por la trama Púnica, ella terminó soltando un “¡que no!”, como a un pretendiente plasta. Aún sigue siendo como la Angela Channing del PP.

Al lado de Aguirre, y como separado por una zanja, estaba Gallardón, el que fue un día su némesis y ahora ya parece sólo un mimo de la Puerta del Sol. Así iba formando Ayuso el museo que le conviene poner a su lado, para que reluzca su juventud y esa mala leche de jefa de animadoras que se le va notando ya, superación final de la de Aguirre. De ese PP de los Cárpatos, del que tampoco hace tanto, faltaba Cifuentes, claro. Cifuentes, esa política tragicómica que muere como por un bastonazo en el pie, como murió Lully. Ante todos ellos, Ayuso, vestida de rojo purificador, de incendio de Roma, puede presentarse como la nueva era a base de poner allí, a achicharrarse, a las momias del partido, ardiendo solas con el exudado de su cera.

Para la historia del PP de Madrid, Ayuso puede ser una esperanza de regeneración o de tregua o de olvido o de velo

Ante el pasado, Ayuso parecía una Caperucita Roja guerrera y con encaje que se ha comido ya a la abuela, al lobo y al cazador. Ante el presente, aún es una niña emocionada y frágil, que hasta titubeaba en el discurso. Rocío Monasterio e Ignacio Aguado, sentados juntos, parecían atrapados en un ascensor. Ahí está la debilidad de Ayuso, no en sus ojos como de chica country, sino en Cs y Vox, que apenas pueden hablar del tiempo sin que la cosa rechine o estalle. Monasterio y Aguado, como mandatarios de las dos Coreas, con las sonrisas como aspilleras. Ahí va a estar el centro de gravedad del Gobierno de Ayuso. Aunque, antes, veremos mucha polémica con el juez Enrique López, que fue apartado de los casos Gürtel y Bárcenas no por ninguna nebulosidad con las tramas, sino por ser un juez de éstos con peto, con filiación. Estos jueces los tiene el PSOE también, pero entonces son sólo jueces progresistas, comprometidos o “por la democracia”, sin más sospecha que Ana Belén. Aleteará mucho, como todos los jueces en política, que parecen búhos enjaulados, pero para poco más dará. Es en el bamboleante eje Monasterio-Aguado donde puede romperse todo, como una rueda del coche de Drácula.

Ese PP madrileño del pasado, ese PP madrileño del presente, y ese PP nacional del futuro, que quiere verse ya en el futuro, de eso se trataba. Por eso Casado se presentó como con barba de John Wick, barba cañera, para que la pelea de guapos, pelea como de jugadores de lacrosse, quede entre Sánchez y Rivera, y para él quede, si acierta, recuperar al PP de amplio espectro, que era el de Aznar y que olvidó Rajoy. Sí, ayer estaban en la Puerta del Sol, en el Kilómetro Cero que parece hacer una constelación con el oso y el madroño, el pasado, el presente y el futuro del PP, ahí como en una reunión de alumnos o de tunos. Una chica vestida de sacerdotisa roja, entre tierna y diabólica, parecía disponerlo todo para quemar por un pico el PP, ese PP de Aguirre, Gallardón o Cifuentes, y encender la luz de hogar de otra cosa. Yo, de momento, vi mucho telón, mucho Moulin Rouge, mucha papisa y mucho trono de hierro para lo que hay ahora mismo.