La Navidad suele ser un mal momento para telefonear a los amantes. La cercanía y la lejanía son conceptos relativos, salvo en los días señalados, cuando caen a plomo y aclaran con quién quiere estar cada cual. Lo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias recuerda a la llamada que Shirley McLane hace en El Apartamento a su querido, su jefe, quien ha reservado el 25 de diciembre para su esposa y sus hijos para desesperación de la mujer que representa una parte de su presente, pero no del futuro. Sánchez observa las encuestas, mira al horizonte y se imagina gobernando en solitario, con una cómoda mayoría. Luego ve a Iglesias y se siente atrapado en un matrimonio de conveniencia, de los que suelen conducir a la infelicidad. En esas condiciones, apuesta por el largo plazo; y no por el amante pasajero, el que el CIS le hace creer -no la encuesta de este periódico- que es perfectamente evitable.

La situación vuelve a demostrar la obviedad de que las relaciones personales son asimétricas y, cuando se tuercen, siempre dejan a una de las partes con la sensación de haber perdido más que la otra. El problema es los triunfos y los fracasos suelen ser más o menos contundentes dependiendo de quién los cuente. Por eso, durante las últimas semanas los analistas políticos han recurrido de una forma habitual a la expresión -cursi hasta el extremo- de “la batalla del relato”. Porque, dependiendo de quién describa la situación, el posible fracaso de la investidura podrá ser considerado como una oportunidad para ganar las elecciones y gobernar en solitario; o como la consecuencia de la cerrazón de un presidente que, cuando ha visto posibilidades de conservar el trono de Moncloa durante cuatro años, ha perdido cualquier voluntad de dialogar.

Juegos florales con la prensa

Influir en la opinión pública suele requerir del compadreo con los algunos de los grandes actores del ‘poder mediático’, que, pese al auge de las redes sociales, son todavía unos intermediarios necesarios para hacer llegar a los ciudadanos la propaganda política de una forma más o menos intacta. La tarea suele implicar promesas y pactos sobre los que muchas veces no conviene poner luz y taquígrafos, pues revelaría algunos de los secretos mejor guardados de la profesión periodística, tan acostumbrada a pedir respeto y tan falta de decoro en tantas y tantas situaciones.

No es ningún secreto que Prisa es el principal aliado mediático de Pedro Sánchez desde el momento en el que llegó a Moncloa. El País le llegó a definir como un “insensato sin escrúpulos” cuando se negó a capitular en su batalla contra Susana Díaz por tomar el control del partido. Pero, muchas veces, el criterio de un periódico cambia en función de la influencia que tengan los accionistas en su Consejo.

Así ocurrió en esta empresa cuando Juan Luis Cebrián fue cesado y se alteró el statu quo en su cúpula. Entonces, Prisa decidió cambiar al director de El País, volver a transitar el terreno del oficialismo y aplicar un giro de 180 grados a su línea editorial para posicionarse del lado de Sánchez, al que en estos últimos meses ha prestado un valioso apoyo en sus intentos por imponer su relato en lo político, pero también en lo social, donde movimientos como el feminismo han adquirido una significativa importancia para movilizar al votante de izquierdas.

Iglesias, el 'underdog'

Lejos quedan los tiempos en los que Iglesias pastoreaba al electorado progresista y más aún aquellos en los que decía eso de “dame a mí los telediarios” y tocaré el cielo. Ahora, con RTVE en manos del PSOE, bien podría sentirse como el paciente de un ataque de cuernos mientras observa cómo Sánchez saca músculo delante del espejo y trata de evitar que Podemos tenga cualquier cuota de poder.

Es cierto que la formación morada maneja bien las nuevas tecnologías, pero el establishment mediático aún conserva un peso decisivo en la guerra por imponer puntos de vista y marcar la agenda; y el único gran aliado de Pablo Iglesias es Jaume Roures, que en su afán por santificar a Podemos llegó incluso a producir una película sobre el partido. La presencia de este empresario catalán no es la misma actualmente que hace cinco años, entre otras cosas, porque sus filias y parafilias políticas le han convertido en el enemigo de unas cuantas personas con capacidad para mover hilos.

Resulta llamativo que hace unos meses perdiera, de un plumazo y ya con los socialistas en Moncloa, una parte importante del contrato que mantiene con Atresmedia para la realización de determinados servicios técnicos asociados a los informativos de La Sexta, una cadena fundamental para la izquierda mediática. Posteriormente, Florentino Pérez -en primera fila en el acto en el que Sánchez celebró los 100 primeros días en el gobierno- le quitó el contrato de Real Madrid Televisión. Y, finalmente, Javier Moll le ganó en la lucha por hacerse con el control de El Periódico de Cataluña, que podría editorializar actualmente en favor de Podemos, al igual que Público, de propiedad de Roures; pero que se mantiene en una posición muy cómoda para Moncloa. Esto, claro, no le vino nada bien a Podemos.

Todos estos sucesos –unidos a ese querencia de los gobiernos por encaramarse a instituciones donde no les corresponde estar- han hecho que el PSOE disponga de una mayor artillería mediática para tratar de hacer prevalecer su discurso frente al de Iglesias, que, por otra parte, siempre ha recibido críticas más afiladas que Sánchez desde la prensa. Ciertamente, no conviene dar nada por supuesto en este país, en el que la política se ha convertido en un juego de faroles con normas difusas; y en el que se gobierna a golpe de cliffhanger. Pero lo cierto es que Sánchez no es Rajoy y desde el día en que llegó a Moncloa tuvo claro que su suerte dependía, en buena parte, de su capacidad para imponer su relato e influir en el panorama mediático. Los socialistas nunca se han caracterizado por descuidar el business.