Al Real Madrid no es que lo espere en el Camp Nou una cabeza de cochinillo cocinada o decapitada medievalmente, como la que le arrojaron a Figo; es que le esperan ya ejércitos con catapulta y un despliegue policial de amenaza nuclear. A Guardiola, ese intelectual del calcetín sudado, también le ha tocado volver al Bernabéu con su Manchester City y ya lo están tomando casi como rehén. Con el fútbol se hace política de Gil y Gil, se preparan venganzas desde un sofá crujiente como los doritos que se pierden en él, y se insulta como el que caga mirando el Facebook. Yo diría que el fútbol es la guerra del perezoso, una guerra a la que el personal puede ir en chándal, o en tetas, o vestido de vikingo o de tirolesa, con la bota de vino y el chorizo colgandero de las cestas del tebeo o de las rifas con naipe. Es que más cómoda no le pueden poner a uno la guerra. Como para no ir, vamos.
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