«Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty en tono bastante desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.

La cuestión es –insistió Alicia– si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda, eso es todo».

Miquel Iceta se puso a contar naciones en España y le salieron 8 o 9. Lo hizo -¿cómo no se nos había ocurrido antes?- acudiendo a los distintos estatutos de autonomía, aplicando ctrl+B, y sumando aquellos en los que aparece la palabra “nacionalidad”. Entonces ¿nación y nacionalidad es lo mismo? Sí, defiende Iceta, y ambas son algo distinto de estado. Pero entonces ¿qué es nación y qué es estado? "La nación es (…) un sentimiento de comunidad", dice Iceta. Lo mismo balbució Sánchez cuando Pachi López le interrogó abruptamente sobre el asunto. Un sentimiento, pues. Falta definir estado pero en todo caso, añade Iceta, "se puede ser nación sin aspirar a Estado".

Nación, nacionalidad, estado, sentimientos… Lo importante es, como diría Humpty Dumpty, dónde se encuentra el poder político: dónde reside la soberanía, de la que emanan los poderes políticos de la comunidad. En nuestra Constitución está claro: en la Nación española –en mayúscula, en singular-. A las nacionalidades y regiones –que por tanto no son lo mismo que la Nación- se les garantiza meramente la autonomía y la solidaridad entre ellas, aunque esto último a Iceta le preocupa mucho menos. Podría hablarse, por tanto, de una nación “política” –aquella donde reside la capacidad de decisión política- y nacionalidades “culturales”, más relacionadas con la etnia, la lengua, los mitos, el folklore o la pertenencia. ¿Es esto a lo que se refiere Iceta  cuando dice que «se puede ser nación sin aspirar a Estado»? Si es así, esta es probablemente su mentira más gorda, como veremos.

En todo caso resulta tentador separar completamente los sentimientos de la política.  Decía Habermas, al defender el “patriotismo constitucional” frente al nacionalismo etnicista, que «la nación (política) ha de ser independiente de la religión, la lengua o raza de sus ciudadanos». Entonces ¿por qué no llamamos, para mayor claridad, “estado” a la Nación política, y naciones o nacionalidades a las manifestaciones sentimentales? ¿Podríamos considerar el nacionalismo meramente como una creencia, separarlo –del mismo modo que se hizo con la religión- del estado, y ubicar a ambos en el artículo 16? Es tentador, pero la respuesta ya la dio burlonamente Agustín de Foxá: se puede esperar que alguien se sacrifique por la patria, pero no por la Constitución; sería como esperar que lo hiciera por el sistema métrico decimal.  Renunciar por completo a las emociones al crear comunidades es ilusorio; sencillamente, debemos conformarnos con procurar que aquellas no se desborden.

Es importante destacar varias cosas:

  1. La soberanía define un perímetro de ciudadanos con iguales derechos a los que confiere el poder político, siendo irrelevante su religión, cultura, nación y demás creencias. Por tanto, si bien pueden coexistir en un mismo territorio varias naciones “étnicas”, no pueden hacerlo varias naciones “políticas –varias soberanías-. No se puede ser a la vez iguales y no iguales, solidarios y no solidarios.
  2. La idea básica del nacionalismo es que a toda nación corresponde un estado. Así lo afirman Gellner, Hobsbawm o Kedouri, por poner algunos ejemplos-. Iceta sabe que los nacionalistas catalanes aspiran a ser reconocidos como nación como paso previo a reclamar un estado.
  3. La nación política/estado puede admitir en ella todas las naciones étnicas. La nación étnica que aspira a ser estado es, por definición, excluyente: al pretender segregarse de una realidad política, está manifestando su voluntad de no coexistir con otras realidades étnico-culturales. Por tanto, está enviando un sombrío mensaje a las existentes en el territorio cuya soberanía reclama. Lo que el nacionalismo catalán pretende es Un sol poble; esto Iceta también lo sabe.

En resumen, las palabras no pueden usarse con tanta alegría. Lo que nuestro Humpty-Dumpty-Iceta está defendiendo es, por un lado, la ruptura de la igualdad y solidaridad de españoles: todo muy de izquierdas y muy “progresista”. Pero además, al alinearse con un nacionalismo agresivo está dejando peligrosamente desamparados a todos los catalanes no incluidos en su proyecto nacional etnicista. Que por cierto son sus votantes.

Fernando Navarro, Viceconsejero de Transparencia de la Junta de Castilla y León.

«Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty en tono bastante desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.

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