Antes de empezar con este artículo y para no generar más equívocos de los necesarios, diré que lo que expongo es lo que creo que es, no lo que creo que debería ser. Voy a limitarme a describir hechos y proyectar escenarios. Empezaré por una constatación que ya hice hace al menos tres años: el “prusés” tal y como se le conocía murió a finales de 2017 cuando se estrelló contra el muro de la realidad y del Estado de derecho.

Lamentablemente, esta asunción no fue recogida por la mayoría de los actores políticos catalanes, unos porque necesitaban mantener esta ficción, otros porque su propia esencia (y justificación existencial) estaba en la polarización subyacente y, finalmente, por los miopes siempre aferrados a la lógica de resistencia.

Lo cierto es que el resultado de las elecciones del 21 de diciembre de 2017 ha sido una oportunidad perdida para acabar con la deriva populista que inició Artur Mas en aquél ¿lejano? 2012. Ningún partido político constitucionalista supo encauzar la ola de racionalidad surgida en las pacíficas manifestaciones de octubre de 2017, los cálculos partidistas, la asunción de los marcos nacionalistas y el cortoplacismo dio oxígeno a un separatismo que salió muy tocado de ese proceso. Quizás desde la sociedad civil debimos hacer más para que la lógica estratégica superase a la lógica cortoplacista, sin embargo, nunca fue así.

Ningún partido político constitucionalista supo encauzar la ola de racionalidad surgida en las pacíficas manifestaciones de octubre de 2017

Pero como dicen, el pasado es lo único que no podemos cambiar, y ahora estamos ante una oportunidad de cambiar de ciclo en Cataluña. Este cambio que ya (por fin) dependerá de lo que suceda en las próximas elecciones catalanas. Hay signos inequívocos de que algunos líderes políticos han interpretado correctamente el actual escenario cuyas características principales son: un cambio de paradigma surgido tras la pandemia de calado ontológico, una crisis económica cuyos efectos serán devastadores para la clase media, la constatación de la ineficacia de un Govern que ni siquiera la maquinaria de propaganda nacionalista puede tapar y el cambio en los marcos mentales en los que lo importante ya no es “jugar” a la política sino exigir respuestas a los problemas.

Salvador Illa es el que mejor ha entendido estos profundos cambios que asolan a la ciudadanía catalana, entiende que para superar este ciclo “posprusés” caracterizado por la inoperancia institucional y política, se ha de romper con la dicotomía “independentista-no independentista”. Pero también hay que superar el marco mental que basa sus raíces en la distinción identitaria y “pureza” cultural del nacionalismo, esto es, en ese relativismo lingüístico que interpreta que los derechos de ciudadanía están supeditados a la identidad cultural, especialmente a la lingüística.

Fijémonos en que Illa no alude a la falsa controversia de si Cataluña es una nación o no lo es, el problema de los catalanes ya no está en los divertimentos academicistas de los revolucionarios de salón, el problema está en qué futuro económico y laboral les espera a ellos y a sus hijos.

Pero ¿cómo se preparan los partidos constitucionalistas para estos comicios? ¿aprovecharán esta nueva oportunidad para lograr un cambio estratégico? Lo cierto es que por lo que parece, no habrá ningún aprovechamiento para ello. Empezaré poniéndome el gorro de asesor estratégico. Si de verás hubiese una intención para lograr un cambio desde el constitucionalismo, los partidos deberían delimitar cuál es su público objetivo, cuáles son las intersecciones entre ellos y qué estrategias podrían utilizar para maximizar el resultado agregado.

Lamentablemente, esto no ha sido así. Y, además, vemos cómo hay movimientos que parecen más ocurrencias que otra cosa, decisiones que son incoherentes a la vista del electorado potencial y, tengamos una cosa clara, para la ciudadanía la coherencia es signo de “sentido común”.

Empecemos por Ciudadanos, un partido que hizo historia ganando unas elecciones tan difíciles y excepcionales como las de 2017. Quizás los cambios de línea estratégica tanto por su salto a nivel nacional, como por no haber sabido explotar su éxito en Cataluña, como su poco justificable cambio de candidato sean la explicación de la intensa caída de apoyos en la ciudadanía catalana.

El PSC quiere recuperar lo que perdió en tiempos del maragallismo y convertirse en el partido del “seny” catalán

De igual forma, creo que no han entendido el cambio de paradigma del que hablaba más arriba y están enfocando su estrategia en el marco que interesa a una parte del separatismo (el más populista) que necesita escenarios de polarización extrema, quizás por ello la atención que les presta TV3. Sin embargo, si analizamos los resultados de Ciudadanos en 2015, deberían ver que su electorado es el que más intensamente está sufriendo el impacto económico, social y mental de la pandemia…eso que se le llamó el “cinturón rojo” que por unos años se “anaranjó”.

Alejandro Fernández parecía que era el que mejor estaba interpretando la realidad, su discurso y narrativa estaba encajando con una tipología de electorado necesitado de racionalidad y pragmatismo, de firmeza, pero con inteligencia. Sin embargo, los últimos fichajes del PP catalán son un giro inesperado hacia un electorado inexistente.

La única razón por la que fichar a Lorena Roldán o a Eva Parera podría encontrarse en hacer un guiño al electorado exconvergente –los míticos 300.000 votos-, sin embargo, un partido que ha defendido el constitucionalismo en Cataluña y se ha dejado la piel en ello, cuyo target potencial está en un perfil “españolista” ¿cómo va a interpretar que el PP tenga entre sus primeras espadas a quienes han defendido tesis claramente nacionalistas como Parera o a quién se le ha visto en manifestaciones separatistas para “evitar tener problemas en el trabajo”? Mucho me temo que es un error estratégico, porque no contentarán ni a unos ni a otros, pero puede ser la mejor campaña para Vox.

El giro del PSC ha sido el más inteligente, con la irrupción de Illa han salido del marco del nacionalismo cultural, se han alejado de las tesis “catalanistas” ya que su electorado potencial está precisamente en el cinturón “anaranjado” para el que el concepto “catalanista” es un sinónimo de “nacionalista”. Simbólicamente la ciudadanía recuerda como Salvador Illa acudió a la manifestación del 8 de octubre de 2017, arriesgó, pero vio el pulso de una sociedad hastiada de artificial enfrentamiento y deseosa de “seny”.

Este giro estratégico hace que el PSC pueda medrar tanto en el espacio de los “comunes” como en el de Ciudadanos, quizás por ello han descartado operaciones estéticas como la Lliga o se hayan pospuesto los famosos indultos a los condenados por sedición (indultos que provocarían el efecto contrario al buscado). En definitiva, el PSC quiere recuperar lo que perdió en tiempos del maragallismo y convertirse en el partido del “seny” catalán.

Si Illa permite que permanezcan en manos del separatismo, el problema se enquistará y volverá con más fuerza en los próximos años

Entonces ¿cuál es el escenario más probable tras las elecciones? Básicamente lo que se atisba en las últimas encuestas: una pugna entre tres partidos para ser el más votado (ERC, JxCat y PSC) a sabiendas que ser el vencedor no implica ser el que logre la Generalitat. Es por ello que existen dos posibilidades: que no sume un tripartito y se mantenga el marasmo nihilista de la mano de un Puigdemont que ha perdido el contacto con la realidad desde hace mucho tiempo y, desde su búnker belga, mantenga la ficción de una república inexistente; o que sumen PSC, ERC y Comunes y se cierre el último vértice del triángulo Moncloa, Ayuntamiento de Barcelona y Generalitat.

La forma de este tripartito no creo que sea lo importante, lo relevante a mi entender, sería responder a la pregunta ¿habrán aprendido los socialistas de las pésimas experiencias de los anteriores gobiernos tripartitos? ¿aprovecharán la coyuntura para lograr cambios profundos en la política catalana cambiando las dinámicas actuales? La respuesta a la última pregunta, la más importante, la veremos en el momento de negociar qué partido asume estas dos competencias: medios de comunicación y educación (por este orden).

Si Illa permite que permanezcan en manos del separatismo, el problema se enquistará y volverá con más fuerza en los próximos años, sin embargo, si asume estas responsabilidades tendrá en sus manos la posibilidad del desmontaje inteligente del denso entramado que creó el nacionalismo.

Antes de empezar con este artículo y para no generar más equívocos de los necesarios, diré que lo que expongo es lo que creo que es, no lo que creo que debería ser. Voy a limitarme a describir hechos y proyectar escenarios. Empezaré por una constatación que ya hice hace al menos tres años: el “prusés” tal y como se le conocía murió a finales de 2017 cuando se estrelló contra el muro de la realidad y del Estado de derecho.

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