Sosos aciagos, bobos con talante, gafes con ramillete, inútiles afables, funestos abanicadores del desmayito rococó... Va a haber que reivindicar al iracundo, al encendido, al apasionado, al fuerte, al que grite, al que se cabree o incluso llore como lloró Merkel, grande y triste como una tahonera grande y triste. Va a haber que reivindicar al vehemente, al impetuoso, al faltón, porque los educados y los modositos, los de voz y ropa de gorrioncillo, se van del ministerio de Sanidad en el pico de la pandemia, con una de las peores gestiones del mundo a cuestas, y además le aseguran a su sucesora que va a “disfrutar”.

Illa traspasaba su cartera, que uno imaginaba pesada y chorreante, como si fuera una pala con arena o ceniza, pero lo hacía con un ánimo como de pasar sólo unas maracas. “Creo que vas a disfrutar como ministra de Sanidad”, le decía a Carolina Darias, yo creo que con total sinceridad, sin doblez ni exageración. Illa no se arrepiente de nada, Illa no siente culpa, Illa no siente responsabilidad, ni por lo que ha hecho ni por irse ahora. Illa no siente nada, sólo disfrute. Y te lo dice suavemente, con manos y sonrisa lentas e inquietantes, quizá entre efluvios de formaldehído, guantes de goma y ardillas muertas. Va a haber que reivindicar, ya digo, no ya alguien competente, sino siquiera humano.

Illa ha sido tan educado que iba siempre con el entierro puesto como el que va siempre con el sombrero puesto. Pero eran unos entierros disfrutones, era una miseria llena de la posibilidad de grandes gestos y campanazos, y era todo una oportunidad para mostrarse comprensivo, calmo y susurrante, como el que quiere ligar con las viudas. Hay momentos en que no es humana la calma ni es tranquilizadora la amabilidad, y es esto lo que ha convertido a Illa en alguien siniestro, hasta parecer ese tímido de flequillito, mirilla y colección de escarabajos que te trae, muy amablemente, unas flores con raíces o medio bocadillo con rastro de hormigas.

Disfrutar en Sanidad ahora es como disfrutar arrancando alas de libélula, pero yo no creo que Illa sea un sádico ni un sociópata. Yo creo más bien que es un soso insensibilizado por su sosería. Siguiendo con la tipología, Illa es como aquel soso o feo de todos los guateques, el que sólo ponía discos soplándose el flequillo, sin comerse nada, y que terminaba creyendo de verdad que él disfrutaba con su colección de los Shadows más que con el ligoteo.

Illa ha sido tan educado que iba siempre con el entierro puesto como el que va siempre con el sombrero puesto

O sea, acababa insensibilizado ante el amor, la carne y la música mediocre, aceptando su lugar en el guateque como Illa ha aceptado su lugar en la política. Illa no puede ser un político efervescente ni carismático. Ni siquiera puede ser un político competente, porque los filósofos sólo gobiernan en la utopía totalitaria de Platón mientras que en el mundo real siguen estando por debajo de los canallas y de los guapos. Lo que le queda es poner música para los besos de otros y soplarse el flequillo mientras quizá imagina que seduce a Nancy Sinatra. Y disfrutarlo.

El lugar de Illa en la política o en el picú es el del sensible, el del amable, el del pagafantas o el recogepañuelos. Illa es un político que está como para que lo voten las feas o para que el guapo le preste el coche o una candidatura. Insensibilizado ya de todo, lo asume, lo acepta, y si tiene que disfrutar en el ministerio de la muerte, él disfruta como pinchando por tercera vez Apache.

Y si tiene que quedar para Cataluña, donde gusta mucho el calladito que sigue poniendo música durante la orgía o el incendio, pues queda. Illa no se plantea si ha cumplido con su deber en el ministerio, si puede sentirse orgulloso con nuestras cifras de contagio y mortalidad o la gestión de las mascarillas o de los test. Eso sería como sentirse orgulloso de la asistencia o la gestión del hielo del guateque. Él lo que ve es que ha estado en su puesto, que ha cumplido con su papel. Y lo ha disfrutado, claro que lo ha disfrutado, como que no le queda otra.

No queríamos amabilidad sino eficacia; no hacía falta cortesía sino gestión, y sigue siendo así. Contra el virus no necesitábamos a un mayordomo de dar cuerda a los relojes ni de mojarnos la tila en la tacita, no necesitábamos a un escuchapenas ni a un soplamocos, no necesitábamos al del flequillo del guateque, con su música de bailar agarrado él solo, ni tampoco necesitábamos al guapo, yendo de héroe, de chulazo o de lánguido.

Pero en esta fiesta del fin del mundo, simplemente, cada uno se limita a cumplir su papel y a disfrutarlo. Sosales nefastos, frugales ineptos, siniestros pegajosos... Va a haber que reivindicar al exaltado y hasta al follonero, porque los educados y los modositos, además de demostrar ser unos inútiles y unos cobardes, disfrutan con los guateques de cementerio, con los espejos retrovisores y con ser vírgenes como Marisol, y eso da muy mal rollo.

Sosos aciagos, bobos con talante, gafes con ramillete, inútiles afables, funestos abanicadores del desmayito rococó... Va a haber que reivindicar al iracundo, al encendido, al apasionado, al fuerte, al que grite, al que se cabree o incluso llore como lloró Merkel, grande y triste como una tahonera grande y triste. Va a haber que reivindicar al vehemente, al impetuoso, al faltón, porque los educados y los modositos, los de voz y ropa de gorrioncillo, se van del ministerio de Sanidad en el pico de la pandemia, con una de las peores gestiones del mundo a cuestas, y además le aseguran a su sucesora que va a “disfrutar”.

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