Ahora que todos tienen ya su bala y su loco, que es como tener un estrangulador para ti solo, puede que se entienda mejor que es la violencia sostenida, arropada y organizada, no la anecdótica, la que pone en peligro la convivencia y la democracia. Con la anécdota estaban haciendo arcos fascistas y terrorismo de ferretero, hasta que su exageración ha llegado, tomando su terminología, a “democratizar” al zumbado que manda balas igual que antes se mandaban tapas de yogur para los concursos o cartas a Isabel Gemio. Se les han desinflado los complots y los zepelines, y ahora Iglesias condena la amenaza a Ayuso pero ya no pone detrás una conjura contra la democracia ni una sirena de ataque aéreo. Ayuso, por su parte, no ha convocado a la prensa para posar con la bala igual que si fuera un calabacín de concurso, como hizo Maroto, sino que le ha quitado importancia y ha pedido “serenidad y desprecio”.

Algunos de nuestros políticos de grandes ideales y pesadas palabras no tienen más material para sostenerlos que la anécdota, cuando no la mentira, con lo que graves conceptos acaban banalizados al vérseles un relleno como de osito de peluche. Claro que uno piensa que si no saben distinguir la democracia del totalitarismo, menos aún lo anecdótico de lo sustancial. Anecdótico fue que Rajoy recibiera una vez un porrazo que era como para Mortadelo, y él se levantara con las gafas en el colodrillo para quitarle importancia.

Sin embargo, si Albert Rivera recibe balas sobre su foto ensangrentada, y amedrentan a su familia, y enmierdan su negocio una y otra vez, en un contexto en el que otros muchos son también amenazados y señalados sólo por disentir de la ideología dominante, y además ese acoso cuenta con el apoyo y el encendido ánimo de las autoridades catalanas; si ocurre esto, decía, no es una anécdota sino un sistema. En el País Vasco, donde la munición no era de traca, de aviso ni de cinturón punky, sino que mataba de verdad, aún lo celebran con piñatas y escanciados.

Todos tienen ya su bala, que se diría que las regalan o que uno puede comprarle munición de 7,62 al lotero, y es como si eso anulara la violencia en una especie de suma aritmética

Todos tienen ya su bala, que se diría que las regalan o que uno puede comprarle munición de 7,62 al lotero, y es como si eso anulara la violencia en una especie de suma aritmética. Hay que olvidar ya todo esto, que sólo crispa, y pasar a otra viñeta como pasaba Rajoy después del porrazo, ya con la levita limpia. Pero aunque todos tengan su bala como un puro del novio, la violencia en la política no se ha ido y además sigue siendo sólo para algunos. La violencia justificada, matizada por la razón o la provocación; la violencia como defensa, como democracia incluso, como pueblo en marcha, como la misma cinética de la libertad, es algo que todavía se ejerce, se defiende y hasta enorgullece.

Parece que con estas balas como de menaje o de atrezo, estas balas como sacadas de una cacerola de calderero o de una dentadura del Oeste, estas balas que mandan zumbados en calzoncillos entre hervores de macarrones, se nos tiene que olvidar la violencia. No, aún nos la recuerda más, porque vemos cómo se está exagerando una violencia anecdótica mientras se consagra otra violencia sistémica y esencial. Y no me refiero, como hacen los demagogos, a llamar violencia a la hipoteca o a tu trabajo alienante o coñazo, o al Estado o a los poderes que te oprimen y te convierten convenientemente en indefenso y perezoso. Ni siquiera me refiero a la violencia abstracta de las ideologías, porque vemos una violencia aún más básica, más silvana, la verdadera imposición física de una piedra en la cabeza, de un trapo en la boca, de una diana en la cara, de tu calle ardiendo aterradoramente como el mar, del pisoteo de la masa, de la muerte civil decretada como un linchamiento.

Esa violencia del “jarabe democrático”, de la trincherita de casapuerta, del alegre sambódromo totalitario. Ahora todos tienen su bala y nos disponemos a olvidar esto como si hubiera sido la moda horrorosa del hula hoop o de la Botilde. Pero la violencia no se ha ido, en algunos lugares incluso ha vencido. Y no es cosa de locos de anafe o de exaltados peliculeros, sino que se ha hecho sistema, dogma, herramienta; y está arropada, sostenida y organizada por los partidos, las instituciones y a veces hasta por Dios. Eso sí, siempre se niega a sí misma.

La violencia es del otro y lo suyo sólo es el pueblo defendiéndose o haciendo justicia, dura y purísima, como lo auténtico. Lo defienden igual desde un tablaíllo con catapulta o con horca en la calle, desde una Generalitat catedralicia, desde mesones vascos con mesa de lápida, desde una vicepresidencia descabalgada o desde una candidatura redentora. Ya hay balas para todos, pero la violencia sigue siendo sólo de algunos.

Ahora que todos tienen ya su bala y su loco, que es como tener un estrangulador para ti solo, puede que se entienda mejor que es la violencia sostenida, arropada y organizada, no la anecdótica, la que pone en peligro la convivencia y la democracia. Con la anécdota estaban haciendo arcos fascistas y terrorismo de ferretero, hasta que su exageración ha llegado, tomando su terminología, a “democratizar” al zumbado que manda balas igual que antes se mandaban tapas de yogur para los concursos o cartas a Isabel Gemio. Se les han desinflado los complots y los zepelines, y ahora Iglesias condena la amenaza a Ayuso pero ya no pone detrás una conjura contra la democracia ni una sirena de ataque aéreo. Ayuso, por su parte, no ha convocado a la prensa para posar con la bala igual que si fuera un calabacín de concurso, como hizo Maroto, sino que le ha quitado importancia y ha pedido “serenidad y desprecio”.

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