A Zapatero le van a hacer ahora el retrato oficial, el de quedar colgado en la historia igual que él quedaba colgado dentro de sus trajes. Uno se lo imagina ya en el marco, con gola de sonrisa borrosa como un Pierrot, con una sombra de luna menguante y empolvada en la cara, más la lagrimita de trébol de tinta china. El retrato nos costará 38.500 euros, que quizá parece mucho hasta que uno piensa que hacer un retrato de alguien que sonríe con las tristezas, o sonríe sin venir a cuento, o uno no sabe por qué sonríe, o es triste sin remedio, eso tiene que ser como hacer otra vez la Mona Lisa con un señor de León. Me pregunto cómo pintarán a Sánchez, cómo quedará Sánchez en la pinacoteca de la historia, quizá como un Napoleón de Zuloaga o un Superman de Warhol, o al revés. 

A Zapatero, que es nuestro Príncipe de la Paz, yo creo que tendría que haberlo pintado Goya con sus borrones temperamentales y crueles, pero lo va a retratar el fotógrafo Pierre Gonnord, que hace que las fotos parezcan cuadros y que la gente parezca que murió cuando Zurbarán, con lo que el efecto es total. Nos ahorramos un pintor, aunque cobre como un pintor, y nos ahorramos esperar a que Zapatero entre en la grandeza de la historia o en el Cielo progre, cosas que ya le pondrá este fotógrafo usando un claroscuro de santo capuchino.

Zapatero le dio la vuelta a la política como para hacer una marioneta de calcetín, con él empezó a ser sentimental y moqueante, con él empezó a ser hippismo subvencionado

Ha sido Zapatero el que ha elegido al artista, o sea que Zapatero ha elegido su gloria, su tipo de gloria, que será modesta y carísima como todas las cosas falsamente modestas. Zapatero, estoy seguro, no posará frente a la chimenea con cornucopias ni panoplias, ni en presidenciales escritorios de madera de barco, ni ante celajes de cortinas, sino que se quedará con el fondo negro tan propio del autor. Gonnord sólo quiere retratar a la persona, de manera que la extrae de la realidad, la coloca sin fondo, sin tiempo, y por eso parecen todos muertos, como una abuela muerta que flota sobre la comodita. También parecen todos un poco iguales, justo como los muertos. Pero esa pobreza e igualdad de muerte, más un halo de resurrección, es lo que convierte a todos los retratados en algo así como santos pordioseros o cardenales desnudos de vanidad o novicias beatificadas, que yo creo que es como quiere quedar Zapatero.

Zapatero le dio la vuelta a la política como para hacer una marioneta de calcetín, con él empezó a ser sentimental y moqueante, con él empezó a ser hippismo subvencionado, la paz y el amor no de la justicia ni de la democracia sino del colocón y el sobeo, y hasta por eso le pega este artista que le ha dado la vuelta a la fotografía. Pienso en Antonio López, que hace con su pintura fotografía a mano, cogiendo y colocando cada cristal de luz, cosa que le lleva años. Gonnord, al contrario, hace unas fotos que le llevan un segundo pero las vende como desenterradas o como si hubiera tenido que esperar que la eternidad se posara en ellas, como el sol en los fruteros de los bodegones barrocos. Lo mismo es justo eso, pero, en fin, parece más pereza y barniz que innovación y maña, o sea lo mismo que Zapatero.

Zapatero con fondo negro, con luto de todo el mundo, de toda la realidad, luto del que sólo brota su sonrisa inmune al luto y que por eso mismo es puro luto; Zapatero sobreviviendo al desastre de sus propios actos, de su propio temblor de vela en la oscuridad; Zapatero bendiciéndonos a todos como se bendicen ahogados nocturnos desde una barca, los que se ahogaron con la crisis, con ETA, con el procés, con Maduro; bendiciendo con indultos, bendiciendo con olvido, bendiciendo con cobardía... O sea, que yo creo que el retrato va a ser inmejorable y que Zapatero ha buscado al artista perfecto que le haga triste en la alegría, alegre en el desastre, flotante en la realidad negra, y tan vanidoso en la modestia que no quiere más que merecer la única luz del mundo, como la de un cáliz en una catedral.

Zapatero ya ha elegido retratista de su alma o de nuestras zozobras, y, ahora que caigo, nos falta Rajoy, que uno imagina retratado en una mecedora, como la madre de Whistler, y comiendo esos caramelos que comía en el Congreso como un abuelo en el estanque de patos. Aquí retratamos a costa de lo público a presidentes de Gobierno, del Congreso o del Senado, a ministros y no sé si a secretarios y alcaldes, que en realidad hacen todos una como pinacoteca de gente de ateneo y una gloria como de legado de empresa textil. Hay por ahí Sorollas y zurullos, algunos más baratos y algunos más caros (los de Aznar y Bono costaron 82.600 euros cada uno y parecen calcomanías). Habrá quien diga que es un despilfarro, y a lo mejor en algunos casos lo es. Pero yo creo que retratar el alma de un tiempo, el vacío iluminado como hizo Velázquez, la sonrisa sin alma como un negativo de la Gioconda, eso que van a hacer con Zapatero, eso no tiene precio. Sólo esperamos ya el retrato de Sánchez, que tendría que ser faraónico y vellocinesco, épico y pop, volteable y porno como una dama de corazones, y todo a la vez. Yo le encargaría la obra a ese italiano que ha logrado vender una escultura invisible. Y lo que pidiera habría que dárselo, que se lo merecería.

A Zapatero le van a hacer ahora el retrato oficial, el de quedar colgado en la historia igual que él quedaba colgado dentro de sus trajes. Uno se lo imagina ya en el marco, con gola de sonrisa borrosa como un Pierrot, con una sombra de luna menguante y empolvada en la cara, más la lagrimita de trébol de tinta china. El retrato nos costará 38.500 euros, que quizá parece mucho hasta que uno piensa que hacer un retrato de alguien que sonríe con las tristezas, o sonríe sin venir a cuento, o uno no sabe por qué sonríe, o es triste sin remedio, eso tiene que ser como hacer otra vez la Mona Lisa con un señor de León. Me pregunto cómo pintarán a Sánchez, cómo quedará Sánchez en la pinacoteca de la historia, quizá como un Napoleón de Zuloaga o un Superman de Warhol, o al revés. 

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