Angela Merkel nos ha dejado. Gran líder del sueño europeo, que en las últimas semanas se ha visto agasajada con innumerables y merecidos homenajes, acaba de abandonar definitivamente la cancillería. Lo ha hecho tras una histórica ceremonia de traspaso de poderes a su sucesor, Olaf Scholz, viejo conocido y colaborador, a pesar de la diferencia política, ya que ha sido su ministro de Finanzas y vicecanciller durante los últimos cuatro años. Europa, el mundo, no serán ya nunca igual sin ella.

Una despedida histórica y emocionante, tan sólo empañada por los fascistas

La sesión se abrió, casi directamente, procediendo a la votación de los diputados en favor de quien ya es el nuevo canciller alemán. El único preámbulo que se permitió la presidenta de la Cámara, Bärbel Bas, fue un protocolario saludo, a modo de cortés bienvenida, a la canciller saliente, que asistía a la sesión desde la tribuna de invitados. Fue en ese momento cuando la práctica totalidad de los asistentes prorrumpió en un emocionante y largo aplauso, correspondido por Merkel con la sobriedad y la elegancia que han sido siempre sus señas de identidad. La homenajeada se puso en pie unos instantes para, inmediatamente, volver a sentarse y terminar de escuchar la ovación que ponía fin a su vida pública, con gesto tan suyo, sereno e imperturbable a la vez. Me imagino que, como reza el refrán castellano, ‘la procesión iría por dentro’. Al fin y al cabo, incluso los líderes y lideresas más templados, aquellos que parecen construidos de hormigón armado y tienen la virtualidad y las agallas de cargar sobre sus espaldas con el peso de toda una nación en los momentos más cruciales de la historia, son también de carne y hueso, y sienten y padecen de igual forma que el resto de los mortales. 

He dicho la práctica totalidad de los asistentes, pero no el plenario. Lamentablemente, los ultraderechistas de AdD dieron la nota y permanecieron sentados en sus escaños, como si el histórico momento no fuera con ellos. Afortunadamente, en Alemania están perfectamente acordonados y aislados. El gran motor de Europa no es precisamente Hungría ni Polonia, aunque conviene no bajar la guardia porque nadie, y lo repito, nadie, está vacunado contra esta epidemia homófoba, racista, xenófoba y fascista que recorre el mundo. En nuestro país, durante años, muchos incautos pensaban que España estaba vacunada, tras casi 40 años de dictadura. Yo siempre insistí en lo contrario. El tiempo, desgraciadamente, ha venido a darme la razón. Merkel nunca ha sido partidaria de ilegalizar partidos extremistas, pero lo que siempre ha tenido claro es que jamás gobernaría con ellos, jamás tendría la mano a sus exigencias, jamás aceptaría ningún chantaje por parte de los que niegan o quieren mutilar los derechos humanos de todos. La clave, la línea roja son los derechos humanos.

Un liderazgo irrepetible

La canciller de hierro se va por la puerta grande, conservando aún al final de su mandato unas altísimas cotas de popularidad y cerrando de forma incontestable y con un broche de oro, 31 años de vida política, 16 de los cuales los ha consumido al frente de la primera economía europea.

Entre las luces de Merkel recordaremos siempre momentos memorables como la acogida de migrantes de 2015 y, en general, su habilidad para sortear obstáculos y gestionar cualquier situación de crisis. Tal vez su mayor hándicap, por anotar algo en su debe, haya sido su falta de compromiso con la amenaza climática y su insuficiente esfuerzo por una mayor modernización de Alemania. Entre sus sombras, los países del Sur nunca podremos olvidar que fue ella la mayor responsable de esa política de austeridad extrema que condenó a Grecia y Portugal, entre otros, a un periodo de intervención feroz por parte de la troika.

Hace tan solo unos días, el pasado 3 de diciembre, Merkel fue también despedida por las Fuerzas Armadas Federales, en una ceremonia celebrada a la luz de las antorchas. En una breve intervención, la ya excanciller pidió a los alemanes que fueran optimistas con respecto al futuro. Evocó, como no podía ser de otra manera, algunos de los dificilísimos momentos que le tocaron vivir durante los dieciséis años que ha durado su mandato.

Acontecimientos que calificó como "muy desafiantes", tanto políticamente como desde el punto de vista humano. Crisis, destacaba Merkel, que si algo han demostrado es la importancia de la cooperación internacional a la hora de afrontar los grandes desafíos que asolan al mundo. Tal vez el elemento curioso de esta ceremonia militar, que sin duda será recordado por su peculiaridad, sea el de que la música que toca la banda militar es elegida por el líder homenajeado… y los gustos han sido de lo más variados: desde jazz hasta rock. La canciller saliente eligió canciones típicamente alemanas y muy variadas: desde una pieza religiosa hasta un tema de la cantante punk Nina Hagen, pasando por otra de Hildegard Knefs con un título de lo más sugerente, Que lluevan rosas rojas para mí. Se trata de una ceremonia, por lo demás, que brinda al canciller saliente la oportunidad de trazar un breve resumen de su mandato. Helmut Kohl disertó en 1998 sobre la libertad y el futuro de Europa. Gerhard Schröder renunció en 2005 a intervenir. Angela Merkel dedicó un especial espacio a la lucha contra la pandemia y al recuerdo de sus víctimas. Diferentes momentos de la historia para estilos también muy diferentes.

Un adiós definitivo

A diferencia de otros líderes, la retirada de Merkel es real, sin posibilidad alguna de vuelta atrás puesto que ha anunciado -y nuestra protagonista de hoy no tiene más que una palabra- que no volverá a ocupar nunca más cargo político alguno y tampoco optará a un escaño como diputada.

Ni falta que le hace. Le bastará, ahí es nada, con pasar a la historia como la primera mujer que gobernó Alemania… ¡durante 5.860 días! Aquí viene, tal vez, el único ‘ay’ que le quede a esta inmensa política: el prurito de no haber superado, por tan solo nueve días, el récord de Helmut Kohl; aquel gigante, nunca mejor dicho, que hizo posible la unificación alemana. Ambos, curiosamente, han compartido muchas señas de identidad comunes, no siendo la menor de ellas la de que, a su llegada a la cumbre, nadie apostaba un euro, o un marco, por ninguno de los dos. De Kohl se decía que era casi un anti-líder, una especia de oso con forma humana, torpe en sus movimientos físicos y mermado también -eso se creía- de astucia política.

¡Que Dios conserve el olfato a aquellos gurús de la época! No mucho mejores eran los análisis -salvando las obvias distancias- que se trazaron de Merkel en sus primeros compases como mandataria. Su aspecto bonachón, una edad considerada ya tardía y unas maneras consideradas algo cansinas y rústicas no hacían presagiar ni de lejos la figura política que años después llegó a consolidar.

¿Y después de Merkel, qué?

Desde luego, el mundo ya no será igual tras su despedida. Soy consciente de que algunos le echaremos mucho más de menos que otros, pero lo que nadie podrá empañar o enterrar en el olvido será esa mano firme, femenina y sensible pero de hierro a la vez, que lideró, no solo a su gran nación, Alemania, sino a todo un continente durante los durísimos meses de pandemia, como último gran reto, y con anterioridad, durante la brutal catástrofe financiera que abarcó el período comprendido entre 2008 y 2013 y posteriormente también en las sucesivas crisis de refugiados que ha sufrido la Unión Europea, sobre todo la derivada de la guerra de Siria.

¿Será Mario Draghi ese líder carismático y trasversal capaz de coger su relevo? Veremos.

La nueva coalición gubernamental compuesta por socialdemócratas, verdes y liberales tiene ante sí un reto ciclópeo: estar a la altura del legado que recibe y completar el trabajo, la obra, de una mujer, química de profesión y de apariencia campechana y sencilla, que llegó a la política a una edad, como he dicho, ya algo madura. De carácter austero y casi espartano, de la excanciller se cuenta que, durante la noche en la que cayó el muro de Berlín, salió apenas un par de horas con el objeto de dar un pequeño paseo y vivir, de manera completamente anónima y como una ciudadana más -que es lo que era Angela Merkel por aquellos días- aquel momento histórico. Tras caminar durante unos pocos minutos por la antigua zona oriental, decidió regresar enseguida a su domicilio porque al día siguiente debía madrugar para acudir a su trabajo.

Así fue, así ha sido, y así seguirá siendo sin duda, hasta el fin de sus días, Ángela Merkel; una mujer única e irrepetible. Desde las discrepancias ideológicas obvias, muchos la echaremos de menos. Su temple, su sentido de Estado y su excepcional capacidad para anticiparse a los cambios políticos, económicos y sociales, deberían constituir una escuela de liderazgo insustituible para las nuevas generaciones de responsables públicos que sigan alumbrando nuestro futuro.

Por último quiero destacar que además de la ultraderecha alemana, tampoco la han querido mucho Silvio Berlusconi y Donald Trump, razón de más para que la admire y le desee toda la suerte y felicidad del mundo.

Angela Merkel nos ha dejado. Gran líder del sueño europeo, que en las últimas semanas se ha visto agasajada con innumerables y merecidos homenajes, acaba de abandonar definitivamente la cancillería. Lo ha hecho tras una histórica ceremonia de traspaso de poderes a su sucesor, Olaf Scholz, viejo conocido y colaborador, a pesar de la diferencia política, ya que ha sido su ministro de Finanzas y vicecanciller durante los últimos cuatro años. Europa, el mundo, no serán ya nunca igual sin ella.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí