Cuando llegaba a casa el señor Stipe (padre) después de haber lanzado toneladas de napalm sobre la población vietnamita, seguro que estaba convencido de haber hecho lo correcto. Sobre todo en el seno de una familia metodista, en la que los trabajadores aceptan con humildad su destino. A este señor le tocó ser piloto de helicópteros en guerra. A veces “hacer lo correcto” tiene su peligro. Ese sentido del deber, con el enfoque que solamente un hijo listo puede tener, creó como es a un artista y músico multiinstrumentista y activista que cumple ahora 62 años. 

Tal día como hoy, en 1960, nació Michael Stipe. Fue el creador, junto a Peter Buck, de una de las mejores fuentes de alegrías musicales que hemos tenido en la segunda parte del siglo pasado: R.E.M. Todavía y desde los 90, el pijerío reclama a los DJ con fervor que suelten en medio del reguetón la canción de “Losing My Religion”, un auténtico número uno mundial. Más que nada, para poder cantarla todos juntos a gritos desafinados, porque la gente en España no habla inglés, pero esta, más o menos, se la sabe.

Huy, mejor no empecemos por el clímax de la historia. Mejor vámonos a una tienda de discos de un lugar de Estados Unidos que no sale en las películas, pero bien podría ser cualquiera de los que salen cuando se refieren a la norteamérica profunda. Athens, Georgia, tiene con esta banda algo de lo que presumir, además de lana, y fertilizantes. La ciudad de nombre griego se fundó alrededor de la Universidad en la que estudiaba (relativamente) nuestro pequeño genio, que a la edad de ocho años ya tocaba la guitarra, el acordeón y el piano. Como ocurre con la mayoría de los superdotados, lo que le estimulaba en realidad era la música. Así fue como nació en 1980 una bonita amistad entre cliente y vendedor en ese rincón lleno de vinilos llamado Wuxtry, lugar que sigue siendo de peregrinaje para cualquier amante de todo tipo de música analógica. Por lo visto, llamó la atención del dependiente atender a un comprador tan extraño, sibarita y atento a todo. O algo así. Una sensibilidad que se manifiesta en su gran balada “Everybody hurts”

Aquel chaval al que criaron en la cultura de “hacer lo correcto”, se rebeló como era menester con el punk, se hizo llamar durante un tiempo Michael Valentine, y grabó un elepé junto a su hermana Lynda, pero lo que le abriría las puertas de superar a Michael Jackson como disco del año en 1984 según los críticos, sería lo que surgió en aquel comercio. Entre todas aquellas joyas con surcos y portadas a todo color, la magia de la música empezó a fluir. Al olor de algo bueno, se añadieron el típico “novio de una amiga” a la batería, Bill Berry, y su compañero Mike Mills, todos de la misma Universidad. Llegó el momento de poner un nombre a la banda. Stipe dejó en manos del destino la cosa. Usó un diccionario para poder ver la página al azar que decidieron elegir las fuerzas físicas incontrolables por sutiles del azar. Y se abrió justo por la R en la acepción de “R.E.M” como fase del sueño, y acrónimo en inglés de “movimiento rápido de ojos”. Es una de esas actividades que dicen los expertos que hacemos mientras, además, soñamos. 

¿Y cuál era el sueño de Michael Stipe? Hacer lo correcto, claro. Por eso, su canción protesta “Shiny Happy People” fue una maldición. Justo lo que no quería, que se convirtiera en un éxito “mainstream”. O sea, parte del engranaje social que denuncia en este simpático vídeo:

La gota que colmó el vaso fue verse en medio de un huracán que no buscó. A mediados de los noventa, corrió como la pólvora la noticia de que él padecía SIDA. Como ocurre con las grandes estrellas, tuvo que dedicar parte de su precioso tiempo y energía a realizar desmentidos. 

Desde ahí hasta la disolución de la banda en 2011, la metamorfosis del músico ha sido espectacular. Por cierto, ojalá todas las bandas decidieran de forma tan elegante transmitir una separación. Con dos años de tiempo para comunicarlo, y mediante una nota de prensa consensuada, hasta donde sabemos. 

Con más de 30 años de impacto cultural, y (algo que él odiaría que fuera vara de medir) vender más de 85 millones de discos, este luchador contra el cambio climático y generoso recaudador de fondos para miles de causas benéficas, decidió en 2008 cerrar sus redes sociales. Perfiles que, por cierto, eran una auténtica maravilla. Y todo porque sintió que controlan demasiado nuestra vida, y no nos dejan vivirla en plenitud. Una vez más, el chico de Georgia que hoy cumple 62, hizo lo que sentía que era correcto, sin dudarlo. A ver si va a tener razón… ¿Será que estamos nosotros mismos poniendo punto y final a nuestro propio mundo tal y como lo conocemos?: