Frente a un Putin uniformado de burócrata y conservado en leche de burra, “hinchado de cortisona” como escribe Raúl del Pozo, está Zelenski con camiseta de la mili, como si estuviera haciendo la imaginaria de todo su país igual que la hacíamos los reclutas en la compañía, con sueño, arrojo y carta de la novia (menos sueño y más arrojo por la carta de la novia, claro). Con la camiseta caqui y un rastro de rancho de lentejas en la barba, Zelenski se dirigió al Congreso de Estados Unidos, que está sobrevolado igual por águilas calvas que por proteccionistas de mazorca y banjo. Zelenski gana la batalla moral y la batalla de la imagen, no porque esté en la trinchera con cara de trinchera y pie de trinchera mientras Putin sale de sus camas de nata como de una enfermiza burbuja o de un pulmón de acero, sino porque Putin no puede ocultar sus crímenes de guerra. Pero, aun teniendo razón y sólo una muda, Zelenski le está pidiendo a Biden la Tercera Guerra Mundial.

Zelenski, con camiseta y molla de espartano o de albañil, les hizo a los americanos en su discurso todo un monte Rushmore en gotelé. Para pedir una zona de exclusión aérea les sacó a los padres fundadores mandilones, Pearl Harbor, el 11-S y el I have a dream. Zelenski quiere recordarles a los americanos sus propias funciones escolares, con esos niños vestidos de Lincoln un poco entre Willy Wonka y duende irlandés, pero la verdad es que Estados Unidos terminó interviniendo en las dos guerras mundiales sólo cuando fue directamente agredido. En Estados Unidos se sienten orgullosos de esa mitología como egipciaca que les asigna el invento y la protección de la democracia liberal, pero aunque conservan bellos ideales en piramidones y papiros, su historia está llena de manchas, contradicciones y vergüenzas, sobre todo en la cuestión racial y en política exterior. Estados Unidos ya no es la policía del mundo, pero incluso cuando lo fue funcionaron, antes que nada, como policía propia.

Zelenski no se viste de caqui para pescar truchas o para hacer duelos de brochetas de malvavisco o de sables con borlón con los amigotes, como Putin, sino porque es el presidente de un país bajo las bombas y él mismo está bajo las bombas. Para Zelenski no es una guerra del Coronel Tapiocca ni una guerra de ajedrecito de chocolate en el Transiberiano, sino una guerra cierta y terrible. En el Congreso de Estados Unidos aplauden a Zelenski, como se aplaude a los héroes, como se aplauden esas banderas de funeral de marine, plegadas a la vez como un mapamundi y como un embozo de hijo. Pero una zona de exclusión significaría derribar aviones rusos y la guerra abierta con la OTAN. O sea, la Tercera Guerra Mundial.

Zelenski, actor con camiseta como de Pryca, le gana en la tele, en Internet y en el mundo a Putin

Zelenski, vestido más como un estudiante que como un héroe, pide a Occidente que pare la masacre de su pueblo. Rusia no respeta nada, bombardea viviendas y hospitales, gasta un cañonazo para un solo viejo, ametralla colas del pan y niños que corren con maletita como para la guardería. El Congreso americano aplaude a Zelenski como ritual deportivo, como aplaudirían a un bateador, mientras demócratas y republicanos se dividen como siempre, o quizá no. Suele decirse que los republicanos quieren un gran ejército y mantenerlo en casa y los demócratas quieren un ejército pequeño y mandarlo a todos sitios, pero el otro día creo que era un congresista republicano el que decía que quizá era hora de que Putin tuviera miedo de lo que Estados Unidos podía hacer, y no al revés. No creo que le hagan caso. Las bombas caen pero Occidente esperará a que el dinero ahogue, a que Ucrania se le empantane a Putin o a que el mismo Putin se empantane en Rusia.

Zelenski, con sueño de toda la mili, besos de todas las novias y lágrimas de todas las madres, pide que se cierre el cielo porque el fin del mundo que tememos los demás ya lo tienen ellos allí. Nadie quiere la guerra mundial, desde luego no la quiere Biden, pero estoy seguro de que Putin tampoco. A Putin le gustarán las cananas, el rasurado estilo comando y el especial tacto que tenía el pelo de los Geyperman, pero algo completamente seguro es que Rusia nunca ganaría una guerra contra la OTAN, ni convencional ni no convencional. Putin podría acabar con el planeta (eso si los misiles le despegan), pero nunca ganaría. El único escenario en el que Putin gana algo es el que tenemos, éste en el que aplaudimos a un presidente con los gayumbos colgados junto a la bandera pero Rusia sigue siendo el único país que usa el miedo y la fuerza.

Zelenski, actor con camiseta como de Pryca, como el escayolista, le gana en la tele, en internet y en el mundo a Putin, autócrata de presencia blanda y blanca de faraón enfermito o pulpo venenoso, pero eso de momento no evita que el pueblo ucraniano siga siendo asesinado. Seguramente Occidente dejará ganar a Putin, algo al menos, lo suficiente para que se retire a su bañera de leche y a su invernadero con orquídeas y enfermera, de ésos de malvado enclenque. Y así será hasta que la guerra económica o de inteligencia o su propia gente acabe con su régimen. Pero tengan por seguro que Putin es muy consciente de que nunca ganaría una guerra total. Y no sé si la promesa de un Valhalla de soldados muertos, todos borrachos y en albornocito, le compensaría para arriesgar mucho más de lo que está arriesgando, que hasta ahora es poco.

Destila sentido del humor. Mijailo Fedorov, ministro de Transformación Digital de Ucrania, bromea en su cuenta de Twitter con Elon […]