Los agricultores y ganaderos parecían más recios después de haber estado arando el asfalto de Madrid y marcando sus leones de piedra con glifos al rojo. Aunque todo el mundo se venga a Madrid a protestar bajo los murallones de encaje viejo de los ministerios y los palacios, ellos tienen que venir con más razón porque nadie escucha al campo, que parece encerrado en sus tinajas, tan hondas de voces y reflejos. El campo sólo se escucha de vereda a vereda, como cuando se saludan los paisanos, pero fuera sólo es un decorado para hacer ideología de los chuletones, ternurismo de corderito en brazos y apología del botijo decorativo con viejo decorativo, como si fuera el Piyayo. Lo mismo alguno se creía que podíamos comer bitcoins, esa cosa que arrastra a un personal ansioso y compulsivo, como los de las tragaperras, con ojos de dólares y cerezas. Bitcoins o palabros, que es lo que come y avienta Sánchez. Ahora que nos quedamos sin grano, sin aceite, sin leche, sin entraña, lo mismo espabilamos. O no.

Con tractores verde botella, banderas de queso, globos aciruelados y sombreros de paja, la gente del campo se vino a la capital para protestar ante los señoritos de los palabros, las alegorías, la geopolítica y el tofu. No venían como catetos, sino como dueños, que Madrid era vía pecuaria y lugar de corrales y cereal antes de que Felipe II la hiciera capital un poco por política y un poco por la reina friolera. Madrid es una corte edificada sobre un poblachón de cabreros, cosa que se les olvida muy pronto a los urbanitas, que se creen que de campo sólo son Pedro Almodóvar y Paco Martínez Soria. También se le olvida a Sánchez, que se cree que el campo es esa chapita de la Agenda 2030 que se pone él, salvador, como si fuera una pimpinela escarlata.

En la ciudad se ha olvidado el campo, que les huele a choto, y en el Gobierno se ha olvidado el campo, que les huele a florecilla o les huele a facha, según. Bueno, para este Gobierno casi todo es facha, los transportistas, la inflación, las vacas y hasta los cortadores de jamón, que parecen toreros de parador. En realidad ya hace mucho que la izquierda se había alejado del campo como se había alejado del obrero. Ese comunista un poco curil, con libro de beato rojo y homilía ante la fiambrera, que ilustraba y arengaba en el tajo, dejaba de tener sentido a medida que se asentaba la democracia, que no permitía más señoritos que los políticos.

Para este Gobierno casi todo es facha, los transportistas, la inflación, las vacas y hasta los cortadores de jamón, que parecen toreros de parador".

La izquierda, que fue recia y materialista, tiznada de fábrica y pegada de verdad a sus yunques y hoces, fue perdiendo la clientela y por eso se hizo naif, culturetilla, alegórica, diletante, acuarelista, porrera, urbanita, identitaria y boba. De garbanzos, al final, sólo hablaba Fraga, o los hijos garbanceros de Fraga.

El campo quizá ha tenido que girarse, no hacia la derecha sino hacia la propia tierra, porque la izquierda sólo estaba en las vinotecas de decantador bizantino, en los claustros de guerrilleros del canuto, en los guateques de nuevas masculinidades y en los chiringuitos de recortables y palabros logsianos. La izquierda podía dedicarse a sus margaritas en el pelo y a inventar pronombres mientras todo iba más o menos bien, y de esto se aprovechó Sánchez, que llegó a la Moncloa sin más plan que hacer anuncios de tenista o de calzoncillos.

Pero las dos grandes crisis de realidad que hemos vivido, primero la del virus y luego ésta de la guerra mundial o premundial, crisis económica o crisis de época en todo caso; las dos crisis de realidad, decía, están terminando de dejar fuera de la historia a la izquierda, a la que sólo le queda el facherío como espantajo y como invocación.

Este Gobierno nunca se ha llevado bien con la realidad y no hay nada más real que la tierra, sobre todo cuando está dura y pobre como rábanos de Tara. Aquí no hay mucha industria, ni chips, ni diamantes, ni petróleo, y, aunque hay algo de gas, la izquierda de vinoteca no quiere tocarlo, como si fuera un Château d'Yquem. Aquí lo que hay, básicamente, es sol para nuestros guiris y nuestras solanáceas, pero estamos tratando al campo como si fuera un África de España.

Los agricultores y ganaderos, con bandera de gota de aceite y caduceo de vara verde, parecían romanos de balanza romana y de arado romano por entre los dioses arromanados de Madrid, que los reconocían como hijos, no como bárbaros con queso de tetilla, pensión en Atocha y fachaleco patillero. No vienen a pedirle milagros al santo labriego, ni siquiera a Sánchez, señorito absentista que ahora está pendiente de Europa como el que está pendiente del verano en Biarritz. Vienen a hacer política, claro que vienen a hacer política, o al menos a pedir que se haga. Política en la realidad, no en telenovelas de guapo.

El campo se ha venido a la ciudad, como el bosque de Birnam, quizá para recordarnos que no se pueden comer criptomonedas, esa comida como del Comecocos, ni palabras inventadas, ni gomas de calzoncillo de Pedro Sánchez, ni puñitos en alto como racimitos de bayas, ni patriarcados imperiales como una torta imperial. El frigorífico iluminado por un solo tomate, casi de lava, o la panera como una estación de tren bombardeada quizá nos ayuden a entenderlo mejor ahora.

Los agricultores y ganaderos parecían más recios después de haber estado arando el asfalto de Madrid y marcando sus leones de piedra con glifos al rojo. Aunque todo el mundo se venga a Madrid a protestar bajo los murallones de encaje viejo de los ministerios y los palacios, ellos tienen que venir con más razón porque nadie escucha al campo, que parece encerrado en sus tinajas, tan hondas de voces y reflejos. El campo sólo se escucha de vereda a vereda, como cuando se saludan los paisanos, pero fuera sólo es un decorado para hacer ideología de los chuletones, ternurismo de corderito en brazos y apología del botijo decorativo con viejo decorativo, como si fuera el Piyayo. Lo mismo alguno se creía que podíamos comer bitcoins, esa cosa que arrastra a un personal ansioso y compulsivo, como los de las tragaperras, con ojos de dólares y cerezas. Bitcoins o palabros, que es lo que come y avienta Sánchez. Ahora que nos quedamos sin grano, sin aceite, sin leche, sin entraña, lo mismo espabilamos. O no.

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