Pepe Álvarez, líder de UGT o de una conga de jubilados, ha mandado a hacer puñetas a la crisis y a los aguafiestas de la crisis y ha animado a los trabajadores a disfrutar del verano, el último verano que dicen, en el que quemaremos nuestro dinero y nuestro cuerpo como si fueran camisas hawaianas. A mí me resultaba extraño verlo así, lúdico, desenfadado, festivalero, maraquero, con pinta de ir a hacer una queimada o de bañarse en la piscina de Cocoon, porque siempre lo vemos con collarín de bufanda, como esos poetas que se diría que no dejan de chocarse en bici contra los bordillos de sus versos y de sus mocos. A lo mejor es que ni los poetas ni los sindicalistas son para el verano, ellos que son de pasar un frío atocinado, de hacer pelotilla con el jersey y carbonilla con la vida y de soplarse las manos apalomadas como sexadores de aves. Pero resulta que los sindicalistas ahora parecen The Beach Boys, o, simplemente, se creen que el trabajador vive como los sindicalistas, sin más problemas que ver pasar las estaciones como una bandeja de cócteles de temporada.

Pepe Álvarez, sindicalista con algo de tío del bombón helado, no sólo trae el sindicalismo de frigodedo, que es como la versión infantilizada y obrerizada de su más elevado y selecto sindicalismo de mariscada. Es bastante más, a uno le parece que trae un sindicalismo desertor, derrotista o traidor, como si el sindicalista se hubiera rendido definitivamente y se conformara con que el trabajador esté colocado de porro y cocido de vino, que así es como resultaba más cómodo para el señorito y sin duda también resulta más cómodo para el Gobierno amigo. Así se expresaba el sindicalista piscinero: “Dicen, un día sí y otro también, que vamos a entrar en una situación de crisis, que hay recisión (sic), que la guerra, que después del verano vamos a ver qué es lo que pasa… Quieren hasta que no pasemos bien el verano… ¡Que se vayan a hacer puñetas! ¡Vamos a disfrutar del verano, porque es nuestro!”. Por su puesto, este no es un discurso sindicalista, es un discurso gubernamental. No se trata de un sindicalista convertido repentinamente en DJ bakalaero, sino de un político intentando que no cunda el pánico.

A este sindicalismo de balón de playa no parecen importarle las penurias, ni el futuro ni la prosperidad del trabajador

Pepe Álvarez, sindicalista surfero con polito color maracuyá, quiere sobre todo que el trabajador se lo pase bien este verano, más como Georgie Dann que como un sindicalista. Es algo así como un sindicalismo de animador de crucero, con collar de flores o cocos y un karaoke como un planetario que sustituyen a la justicia y a los derechos, que a lo mejor el más importante de los derechos es la sangría. A este sindicalismo de balón de playa no parecen importarle las penurias, el futuro ni la prosperidad del trabajador, únicamente que se mantenga tranquilo, conforme e inofensivo, ahí empanado en el chiringuito o en la taberna. A lo mejor es la nueva versión sindicalista del currante que se toma el cuartillo de vino y se juega la brisca entre jornal y jornal, que no es que en eso esté su única diversión, sino su esencia y su esclavitud.

Pepe Álvarez, sindicalista con pinta de masajista de playa, quiere que nos lo pasemos bien en verano, sin preocuparnos mucho del mundo, de Putin ni de si tendremos trabajo cuando volvamos del chiringuito con la familia achurumbelada. Yo creo que Álvarez no entiende ni concibe esto de las crisis económicas, que en su trabajo, que es algo así como las eternas pompas fúnebres del currante, no existen. Las crisis económicas deben de parecerle una especie de mal de ojo que le echa el capitalismo al currante para fastidiarle el descanso dominical y el cinquillo (el derecho sagrado y suficiente al cinquillo), o que le echan a la izquierda para que el obrero se olvide de las abstracciones de clase y se fije en si come o no come, esa cosa tan burguesa. O sea, que en realidad era el mejor para transmitir tranquilidad, porque es casi el único que es imposible que tenga miedo al futuro.

Pepe Álvarez, sindicalista con algo de Torrebruno en sábado, nos anima grimosamente a la orgía del fin del mundo, o simplemente a la orgía, porque no habrá fin del mundo ni crisis ni nada, o sea la orgía por puro vicio, un vicio como de Torrebruno, que suena todavía más enfermizo. Se acabó eso del sindicalismo fogonero y linotipista, luchador y transformador, que ahora el sindicalismo es una especie de Venusberg voluptuoso, amodorrante y tentador, o un episodio de Vacaciones en el mar, o al menos una hermandad chiringuitera, complacida en su pobre mariscada de pies. O es que eso no es sindicalismo, sólo es que hoy, en una de esas sucursales que tienen los partidos en los tajos, el señorito invita a vino o al menos a sopor. Disfruten del verano, no se preocupen por la crisis, por los precios, por la guerra ni por nada. A hacer puñetas todo, que los sindicalistas nos protegen con ukeleles y gambas.