Entrevistado por una emisora de radio, se preguntaba Arnaldo Otegi: "¿Por qué era posible el acuerdo en el Congreso de los Diputados, en la Asamblea de Navarra y no en Iruña? ¿Por qué no en el País Vasco?" .

La lógica del líder de Bildu es aplastante. Si ya hubo un acuerdo para facilitar la presidencia de Navarra a María Chivite, y en el Congreso Bildu apoya sin fisuras al Gobierno de Sánchez, a qué viene ahora extrañarse de que el Partido Socialista de Navarra apoye una moción de censura para echar a Cristina Ibarrola (UPN), de la alcaldía. De qué nos extrañamos.

Claro está que recordando lo que dijo la portavoz del PSN en el Ayuntamiento de Pamplona, Elma Saiz (hoy ministra de Integración, Seguridad Social y Migraciones), el pasado 30 de mayo ("el PSOE no hará alcalde de Pamplona a Joseba Asirón (Bildu)", el cambio de opinión sorprende un poco por lo brusco. Es el modelo implantado por el presidente, quien también tuvo en la sesión de investidura de hace un mes su particular recuerdo para Pamplona, cuando le espetó en el Pleno al diputado de UPN, Alberto Catalán: "¿Con qué votos gobierna UPN el Ayuntamiento de Pamplona?". La maldita hemeroteca deja a este Gobierno a los pies de los caballos. Pero, para eso precisamente la factoría de Moncloa ha creado el comodín del "cambio de opinión".

Ahora justifican en Ferraz que ese giro copernicano, no obedece a ningún pacto secreto, "yo te voto la investidura, tu me das el Ayuntamiento de Pamplona", sino a que la capital navarra, con la actual alcaldesa, era ingobernable. ¡Vaya por dios!

Moralmente, Sánchez ha puesto al Partido Socialista al mismo nivel que Bildu

No nos tomen por tontos una vez más. Esto va de otra cosa, y me remito a las palabras de Otegi.

El blanqueamiento de Bildu llevada a cabo por el PSOE tiene como artífice al número tres del partido, Santos Cerdán (navarro de pura cepa, nacido en la localidad de Milagro), el negociador de Bruselas. Él fue el muñidor del acuerdo con la formación abertzale en 2019 que permitió gobernar a María Chivite en Navarra. También es el que ha dado luz verde al golpe de mano en Pamplona, con el visto bueno, faltaría más, del presidente del Gobierno.

Una vez que Sánchez decidió conceder la amnistía a cambio de los siete votos de Junts, cualquier planteamiento anterior al 23-J ha dejado de tener valor. El PSOE post elecciones generales es distinto: ahora es abiertamente un partido sin escrúpulos. Si nos viene bien, si nos interesa, lo hacemos. Por eso, no vale de nada insistir en que Bildu y su líder Otegi aún no han condenado el terrorismo. Ya no hay líneas rojas a la hora de pactar con quien sea... excepto si se trata del PP.

Lo que ha sucedido, a pesar de que en el cuartel general socialista rebajen su importancia a "un asunto local", es trascendente. Moralmente, Sánchez ha puesto al PSOE a nivel de Bildu. Otegi no tuvo ningún empacho a la hora de justificar el apoyo de su partido a los presupuestos generales del Estado: "Tenemos 200 presos. Y tienen que salir de la cárcel. Y si para eso hay que votar los presupuestos, los votaremos sin ningún problema". Pues ahora, el PSOE hace lo mismo: "si nos hacen falta los votos de Bildu, pactamos con ellos y punto". ¿Cuál es la diferencia desde el punto de vista ético?

En lo que si existe una diferencia es entre el pacto del Gobierno con Puigdemont o ERC y el pacto con Bildu. En aquellos conocemos los objetivos, mientras que los acuerdos con el antiguo brazo político de ETA son secretos y, por tanto, sabemos donde empiezan, pero no sabemos donde acaban.

Por más que intentemos creernos las palabras del nuevo líder del PSE, Eneko Andueza, de que con los votos de su partido Bildu no gobernará en Euskadi, la trayectoria del Partido Socialista nos obliga a ser escépticos. Como dice Otegi, ¿por qué no?