Hubo un presidente que ganó unas elecciones contra todo y contra todos. Lo consiguió después de recorrer las zonas de su país donde se hallaban los ciudadanos más desesperanzados, a quienes prometió ponerse pie en pared frente al establishment y un cambio sustancial en la manera de hacer política. "Hay que gobernar para el pueblo, no para las élites", expresó en cada acto público.

Durante prácticamente cada día de su campaña y de su posterior mandato tuvo en la boca la expresión fake news. Todos los medios de comunicación actuaban en su contra y conspiraban contra él. Cualquier información sobre su persona o sobre su familia era falsa y tan sólo un gran grupo de medios estaba a su favor y decía la verdad.

Ese presidente no era Pedro Sánchez, sino Donald Trump. La compañía mediática que le respaldaba no cotizaba como Promotora de Informaciones S.A., sino que era Fox, la de Rupert Murdoch; la cual, por cierto, tuvo que afrontar una condena de 787 millones de dólares por difamar a quienes Trump consideraba sus enemigos. Por mentir a sabiendas, de hecho. Después de todo, quien mentía, lo pagaba. Los tribunales funcionaban. En España, también hay medios y periodistas condenados. Por lo civil y por lo penal.

La primera lección que podría extraerse de este episodio es clara: conviene tener cuidado con quienes denuncian la existencia de armadas mediáticas que desprestigian al Gobierno de turno con noticias falsas... porque a lo mejor ese discurso es parte de una estrategia para acusar al resto de incurrir en prácticas que son más habituales en el denunciante que en el denunciado. ¿Acaso Donald Trump o Pedro Sánchez nunca mienten? ¿Y qué hay de su prensa afín? ¿Es de suponer que quien escribe a favor de obra nunca manipula?

El presidente y sus amigos

Todas estas preguntas asaltaban la cabeza al escuchar las entrevistas que ha concedido el presidente a RTVE y a la Cadena SER unas horas después de anunciar 'su decisión', que es la de intentar recuperar la concordia a partir de la actuación sobre quienes la impiden, que son sólo los críticos.

Sánchez insistió en RTVE en que está dispuesto a dialogar –con los grupos parlamentarios, con las empresas mediáticas y con las asociaciones profesionales– sobre las posibles vías que se pueden explorar para reducir la influencia sobre la sociedad española de los medios mentirosos, que son los de la fachosfera.

También reclamó un incremento de la transparencia en las empresas periodísticas para saber quién está detrás de cada una de ellas y ese concepto llamó la atención. ¿Transparencia? ¿Para los demás o también para él mismo? Porque no parece muy 'transparente' el esconderse de los periodistas, como hizo el lunes.

Porque después del melodrama que escenificó durante los cinco días anteriores –planificado por el partido, aunque lo nieguen–, informó de su deseo de continuar en el cargo mediante una comparecencia sin preguntas. Ni siquiera permitió a los medios asistir al acto, en el que, por cierto, adelantó sus planes para modificar el funcionamiento de dos poderes fundamentales en cualquier democracia liberal –el judicial y el mediático– sin ofrecer ninguna pista sobre el camino que seguirá.

Después de este excepcional ejercicio de opacidad, asistió a la televisión pública para conceder una entrevista –muy bien Marta Carazo– en la que no se formularon algunas preguntas bastante relevantes. Por ejemplo: si nadie era consciente de su decisión, ¿por qué diantres preguntó el CIS sobre lo que aseguró en su comparecencia? ¿Y por qué –casualmente– se difundió esa encuesta sesgada precisamente el lunes?

Lo de Àngels es lo de siempre

Podría el presidente justificar su asistencia a TVE en la importancia de la televisión pública. Razón no le falta en este sentido, dado que ese medio obliga a los españoles a desembolsar 1.200 millones de euros al año. Ahora bien, no ha dudado este martes en acudir a la Cadena SER para conversar con Àngels Barceló, tan poco incisiva como de costumbre. Menos de lo habitual, incluso. De hecho, ha llegado a reconocer al presidente que ella, en su fuero interno, quizás en sus noches de insomnio, a veces reflexiona sobre el daño que provoca la desinformación.

Se refería –evidentemente– a la de los pseudo-medios de derechas. En la izquierda no hay pseudo-medios. Los periodistas de la cuerda del PSOE a veces se equivocan. Los otros, mienten a sabiendas.

Es tan descarada la actitud de estos portavoces políticos y mediáticos que incluso están dispuestos a resolver el eterno debate filosófico sobre lo cierto, lo falso, lo casual y lo circunstancial. Porque, ¿dónde está la diferencia entre la verdad y la mentira; y entre los medios serios y los pseudo-medios? ¿Acaso El Confidencial es un diario ultra por difundir las informaciones de Begoña Gómez? ¿Lo es quien firma estas líneas por criticar la estrategia de Sánchez y los tics trumpistas y polarizadores de su discurso?

¿Es posible que las mentiras que salen de la boca del presidente no lo sean o se transubstancien hasta convertirse en verdad por el mero hecho de ser pronunciadas por su persona?

Por lo que sea, ningún periodista ha podido o ha querido plantear a Sánchez esta cuestión, que, en realidad, podría formularse de otra forma: “Presidente, si usted está preocupado por los medios que mienten sobre usted, pero, a la vez, usted cae de forma habitual en esa actitud, ¿acaso está pidiendo a la prensa que haga la vista gorda con sus bulos... porque le convienen?

A lo mejor ahí está la clave. Y a lo mejor, alguien podría observar cierta similitud entre Sánchez y Al Pacino, en Scarface, quien aseguraba eso de: "Yo siempre digo la verdad, incluso cuando miento".