La fachosfera patria por lo visto era nada, apenas daba para un par de telediarios, un par de revolcones y un par de lloreras, y luego ya ha habido que irse fuera a buscarse un enemigo como a buscarse un novio embarcado o americano, un novio de copla por el que volver a amar, a esperar, a sufrir, a vivir la literaria pasión de costurera en la que creo que vive Sánchez. Sánchez ha retirado con un golpe de abanico, como una maja, a la embajadora en Argentina, pero yo no sé si eso es un acto de guerra o de amor, como toda esa violencia ambigua de los abanicos, las miradas y los despechos. A lo mejor Milei ha venido con su descaro y sus patillas de cadete para enamorar a Sánchez, que ya no sabía en quién poner sus ojos para estas elecciones europeas.

A Sánchez, que es todo corazón con lazo como una tarta de San Valentín, igual que los fachas son todo falo con adornos y colores de banderilla, se le ve un poco desenamorado. Y no sólo de Begoña, a quien todo el planeta ha visto utilizar no ya como promo de telenovela sino como taburetito humano, como el que usa un rey del Siam para subir a su elefante blanco (eso no puede ser amor, o es un amor cínico, incluso aunque sea compartido, como un emperador romano y su emperatriz sinuosa que sólo se aman en la ambición y en la daga flamígera). No, yo diría que a Sánchez se le han ido esas mariposas del estómago que le habían nacido con la fachosfera, que era como un saloon temático para su fantasía político-erótica.

En la fachosfera patria, que antes ocupaba todo el corazón a media luz de Sánchez, había jueces con encajes, civilones con bigotón, curas florentinos, empresarios con mamachichos, periodistas derechones vestidos como Arturo Fernández, y hasta cómicos con el chocante pero efectivo sex appeal de Ned Flanders, como Pablo Motos. Por no hablar de Feijóo y Abascal, que para Sánchez constituyen algo así como la fantasía de los gemelos, y de Ayuso, presidenta de siete velos o Cleopatra con mantón de Manila. La fachosfera ya era variada, exuberante y excitante, y parecía inagotable, que el día que no se unía un diario digital con fondo de Onlyfans se unía un abogado con gafitas de Superman. La lujuriosa y promiscua fachosfera empezaba a ser toda España menos los monjes y monjas peludos de Prisa, o sea que parecía imposible pedir más. Sin embargo, llega Milei y Sánchez ya sólo tiene ojos para él.

La fachosfera con su morbo de confesionario y la oposición con su máquina de fango, que a Sánchez ya le parece algo así como un cateto que quiere ligar con el tractor se ha olvidado porque ha llegado Milei

Todo eso se ha olvidado, la fachosfera con su morbo de confesionario y la oposición con su máquina de fango, que a Sánchez ya le parece algo así como un cateto que quiere ligar con el tractor. Todo se ha olvidado porque ha llegado Milei con sus patillas y su malevaje, con esa cosa entre tanguista y pirata, entre la navaja y la rosa, entre el beso y el veneno, con el romanticismo de los malotes y los pelos de los roqueros, y Sánchez ya no quiere otra cosa que caña, fusta, sangre en los labios y en el vino. Y a lo mejor no es tan raro, porque Feijóo es un soso que aún no sabe si vestirse de maestro de escuela o de lagarterana regionalista, y Abascal es como de gomaespuma de testosterona, un héroe de Exin Castillos que no pone nada. Feijóo sigue entre el centro y la derecha, perdido y sin estrenar como la prima del pueblo, y Abascal sigue entre la secta y el recuerdo toledano. La fachosfera queda como de un landismo manchego, pero llega Milei como si llegara Rodolfo Langostino y, claro, la cosa no tiene color.

 Yo creo que no hemos juzgado bien a Sánchez, que sólo veíamos estos rebotes y conflictos artificiosos y caprichosos como la única manifestación de poder de un hombre que no tiene poder y la única manifestación política de un hombre que no sabe hacer política. Sólo veíamos a ese hombre solo, en la frialdad de un Estado personalizado en él, mirándose en el frío espejo como en la fría radiografía de su columna, mirando su frío colchón como un lago helado (ya digo que a Begoña no la quiere, o no lo quiere ella a él, o que lo suyo no es amor). O sea, que veíamos sólo la fría voluntad de mantenerse ahí, como la del vigía o el francotirador, y de mover un embajador, un enemigo o un amor como la voluntad de mover la mesita del comedor, la política o la subsistencia como mera decoración. Pero yo creo que no es así. A Sánchez, que es todo amor como otros son todo gafas o todo pechopalomo, ya no le enamora nuestra fachosfera patria, que se le ha deshinchado como una muñeca hinchable. Tampoco daba para tanto un PP dubitativo, un Vox folclórico, unos jueces aburridos como todos los funcionarios y unos fabricantes de bulos que no te sirven de nada si no les puedes coger una mentira o, aún peor, te están desmontando con verdades tan evidentes que ya las dijo Sánchez antes.

No era para tanto esta fachosfera de hembras estrechas y mozos de pajar, pero Milei es otra cosa y yo creo que Sánchez ha descubierto algo así como la pasión argentina, la pasión de esa dama española acostumbrada sólo a oficinistas, curas y cocidos a la que le han arrimado rodilla en el tango. Sánchez ya no siente nada con nuestra fachosfera, como cuando no sentía nada Rocío Jurado en su canción, y una carne tan viva no puede desperdiciarse. Ciego de pasión, a Sánchez no le importará hacer el ridículo en el mundo entero por caprichoso, por blandengue, por exagerado, por llorón, por encoñado, por voluble, por egoísta, por niñato, por desesperado, por mezquino, por manipulador.

Sánchez es todo corazón como esos joyeritos con forma de corazón, igual que los fachas son todo cornetín, borlón y golondrino como una banda municipal. Y ahora, desengañémonos, ese gran corazón de fresa y raso es de Milei. Por lo menos, hasta que pasen las elecciones europeas y los ojos hambrientos de Sánchez busquen otro amor, otro enemigo, otro consuelo, otra tragedia, otro azote, otra humillación.