El Jueves Santo, cuando España se va encalando a la vez de luto y fiesta, como vistiéndose de viuda resignada o aliviada, y las mujeres de antes que quedan ahora se ponen mantilla con giraldillo, resulta que Meloni se ha ido a ver a Trump del Gran Poder. A Trump ya hay que irlo a ver en procesión, en penitencia, en plegaria, como al besapié de su culo de forja y pan de oro. Lo que pasa es que Meloni, con algo de mujer antigua, cruda, neorrealista, guapa o sólo dura, no sabemos si va de creyente o de mujer de su casa, de su Italia que sigue siendo europea y por tanto algo entre una colonia, una lonja y una tribu de gorrones para Trump. Cuando aquí los romanos de lata y los dioses sangrientos, agitanados y resplandecientes como toreros se pasean taurinamente entre la muerte y el espectáculo, y en Roma celebran la misa de la Cena del Señor, con panificación de almas y lavatorio de pies, el falso profeta de Estados Unidos y el nacional-populismo con tentaciones liberales (o al revés) de Meloni se reúnen, pero no sabemos alrededor de qué dogma o de qué cisma.
Meloni no es como Abascal, que ha convertido Vox en una franquicia de salchichas americanas
Meloni se va a ver a Trump como desandando el camino que haría Madonna yendo a ver al papa (la cantante, que asegura haber sido excomulgada tres veces, cosa que no sé si es posible, ha querido verse con varios papas pero nunca lo ha conseguido). O sea, veo a Meloni como una creyente del trumpismo algo impía, o una impía del trumpismo sin embargo creyente, pero que puede estar más cerca del desengaño que de arrepentirse descalza, entre encajes negros, llamas purgantes y crucifijos afilados y ambiguos, como en un vídeo de Madonna. Trump, que para la ultraderecha europea era el Mesías, ya es sólo un antibuda de oro, una especie de rey babilónico o dios babilónico con oro vomitado como lava u oro tragado como sangre. Me refiero a que a Trump ya no se le puede entender desde la religión liberal o ultraliberal, ni desde el conservadurismo o el ultraconservadurismo. Es una mezcla de emperador niño y de friki conspiranoico con la gorra para atrás que funciona por caprichos o por neurosis, más allá de cualquier ideología y de cualquier razón. No sabe qué está haciendo con su país ni con el mundo, o sea que no sirve como salvador ni como anticristo, que hasta para eso hace falta un plan. Ni siquiera a los malvados les sirve de nada el caos total.
Meloni ha ido a ver a Trump, y no sé si Europa confía en ella como heraldo, como negociadora o como cordero sacrificial, que todo el que va a la Casa Blanca ahora, hasta ese ministro japonés que llega desde el otro lado del planeta y las mitologías, sale de allí como un corderito zurbaranesco y juanista. En nuestra semana de espléndidas heridas, magníficas llagas y enrejadas muertes (la cruel obsesión de los dioses por el sacrificio, por el sufrimiento, es el segundo mejor argumento contra ellos, después de su indiferencia, claro); en nuestra semana de líquidas e inútiles pérdidas de sangre, cera, vino y lágrimas, Meloni parece una paloma a punto de ser ensartada por esos candelabros como lanzas o esas lanzas como candelabros que aquí confunden las flores y los cuajarones, la salvación y la resignación. Esa es la palabra clave, resignación. Uno cree que con Trump no hay que resignarse, que no es tan poderoso ni tan temible, y que cuando la economía y la realidad le tiemblen como la infantil llamita de un cirio, también le temblará su reino de ignorantes, miedosos y niños.
Puede que a Trump estén cerca de dedicarle una Semana Santa por Wyoming o por ahí, por el Cinturón de la Biblia o por el Cinturón del Óxido, con sus pasos de lujo y sus capirotes de gorras, con sus vírgenes con peto y sus curas con banjo, con su oro de paja, su oro de becerro de oro hueco, o su hierro de madera, pero el mundo está descreyendo rápidamente del trumpismo, que no llega ni a estafa porque no tiene, como digo, ni siquiera el plan que tienen todos los malvados. Meloni se va a ver a Trump, entre la afinidad y el contraste, como una monja que se manda para darle al cura el té o las pastillas. Pero Meloni no es como Abascal, que ha convertido Vox en una franquicia de salchichas americanas. Quizá Meloni no sea ni una paloma ni una bomba, ni una peregrina ni una folclórica (algo así como Yolanda Díaz cuando va a visitar al papa con luto de palco y abanico de palco). Quizá Meloni sea solo la mamma italiana, dura y tierna, extrema y decidida, con la que Trump se dé cuenta de que Europa, y el mundo en general, y hasta el mundo ultra, no se tragan sus trolas ni sus macarradas de chulángano en camisetucha de tirantes. De que le hemos visto el cartón al monstruo o al santo y después de eso ni los miedos ni las creencias pueden volver a ser los mismos.
Te puede interesar
Lo más visto
- 1 El Gobierno aprueba la nueva ayuda de 200 euros para la crianza
- 2 Este es el salario mensual que cobra un cardenal en El Vaticano
- 3 Sánchez es un Trump muerto de hambre
- 4 Pardo de Vera escoge a la exabogada del Estado del 'procés' y su mano derecha en Adif para defenderse en el 'caso Koldo'
- 5 Carmen Asecas, Catalina en La Promesa, habla de su origen real
- 6 El "malmenorismo" con el que Iglesias quiere aniquilar a Yolanda Díaz
- 7 Así es Arantxa Aranguren: El último fichaje de La Promesa
- 8 Feijóo asegura que quien firme el expediente de resolución del contrato de las balas tendrá que justificarlo ante el Tribunal de Cuentas
- 9 Salomé Pradas denuncia la "inexactitud" de la transcripción de su declaración ante la jueza de la DANA y pide que se anule