Sería allá por octubre cuando llamé a Radiotelevisión Española para comentar que iba a publicar una información relacionada con su director de Recursos Humanos. Aquel hombre ejercía la misma posición en INECO cuando Jésica fue contratada por expreso deseo de José Luis Ábalos. No tenía mucha fe en aquella llamada, dado que las fuentes oficiales de RTVE suelen mentir y ocultar. La respuesta superó mis expectativas: "No sé lo que sucedió en esa empresa, pero te puedo decir que es un buen tío".
Existe un deje pegajoso por estos lares. Un hábito nocivo que forma parte de nuestra esencia. Es el de derivar las culpas al de arriba. Los males cotidianos se etiquetan aquí como 'sistémicos' y no suele ser habitual el asumir responsabilidades. Si algo no funciona, la respuesta siempre es la misma: culpar a la ineficiencia de la falta de recursos. El siguiente paso consiste en plantear una subida de impuestos. En gastar más. Mientras el sector privado suda gotas de sangre y los autónomos esperan, angustiados, el cobro de las facturas, el sector público pide, mientras Jésica, David Sánchez o el otrora héroe parlamentario -de medianías- Toni Cantó entran por la puerta grande en sus posiciones. No son distintos. Son todos lo mismo.
Desconozco si en otras partes del mundo existe esa percepción vaporosa del dinero público. Aquí no parece provocar cierta vergüenza el definir como "buena persona" a alguien que o bien se puso de perfil ante el desfile de sobrinas de Ábalos; o bien no se enteró de lo que ocurría. El propio Óscar Puente quitó hierro al asunto el jueves en el Parlamento, dado que Jésica no ganaba mucho en INECO y Tragsasec: "(El que tuvo) no es un contrato por el que la gente se pegue".
No es culpa de nadie
El propio director de Recursos Humanos a lo mejor también consideró que era muy poco dinero. No merecía la pena buscarse un problema. A lo mejor tampoco por eso presentó oposición aquel directivo de Adif que, tras observar, en 2020, las cuentas del principal proveedor de mascarillas de Ábalos -el de Víctor de Aldama-, dijo: "Vi un entramado que me ponía los pelos de punta". Ni dimitió, ni denunció, ni paró el contrato: se puso de perfil.
¿Y qué sucedió con Isabel Pardo de Vera cuando Koldo García le envió aquella foto de Jésica en camisón, mientras presionaba para que la contratara en Adif? ¿Lo denunció? Detrás de los 900 euros "de esos contratos que no quiere nadie" hay españolitos que pagan, que apoquinan de forma involuntaria y que se privan de ahorrar, de comprarse un coche o de irse más días de vacaciones para cumplir con sus obligaciones fiscales, cada vez más asfixiantes. Quien traga con esta gran estafa no es exactamente un cómplice. Quien hace el don Tancredo ante enchufes, contratos a amiguetes o institución de observatorios y fundaciones es parte de la estafa. Quizás no el trilero que mueve la bolita, pero sí quien interpreta al primo o se hace pasar por ciego. Así es, trabaje en la Diputación de Badajoz o en RTVE.
En esta última empresa sucede estos días algo curioso: su presidente, que salió echando pestes de Telemadrid por las presiones que había recibido por parte del Gobierno autonómico parece no tener especiales reparos en firmar determinados contratos que son escandalosos. Uno de ellos, el que ha hecho directivo a un antiguo líder de un sindicato que, casualmente, presionó para que Jesús Cintora volviera a la corporación. Al final, lo ha hecho. La audiencia de su programa es mucho menor que su coste. Hay varios ejemplos similares. La pregunta es la siguiente: ¿es más culpable quien propone o quien lo acepta y después no se salta ni una coma del guión?
¿Es más responsable de la degeneración del Estado el Fiscal General que borra los mensajes de su teléfono o el periodista que le defiende mientras su productora pilla contratos de una empresa pública audiovisual? ¿De dónde sale el dinero? Del mismo sitio: del bolsillo del contribuyente. Al que, cada cierto tiempo, le exigen que sea más generoso.
Un cáncer con metástasis
Un país fuerte se debilita por estas cosas, que son generalizadas y que se producen por cierta forma de proceder que es demasiado habitual por aquí. Es la de prevaricar y malversar a sabiendas -esto sucede en el alto nivel-, la de enchufar porque nunca pasa nada -rango intermedio- y la de mirar para otro lado porque nadie quiere problemas. La respuesta a las consecuencias de esa lacra siempre es fácil: se culpa al de arriba. Cuando todo estalle, si estalla, será incluso más sencilla. La de siempre. El quién lo iba a saber.
Tenía esta semana una larga conversación con una mujer valiente. Es la abogada Celia Carbonell, que defiende estos días a Ahmed Tommouhi, un ciudadano marroquí que pasó 15 años en una prisión española tras haber sido acusado de una violación que no había cometido. La ponente del caso, en la Audiencia Provincial de Barcelona, fue Margarita Robles, hoy ministra de Defensa, que cuando ha sido preguntada al respecto de esta terrible injusticia, siempre ha defendido su forma de proceder y su pulcra actuación.
Existía entonces una prueba de semen que el tribunal no tuvo en cuenta como prueba concluyente y que hubiera salvado de la cárcel a Tommouhi, dado que no le pertenecía, pero estaba en la ropa interior de la pobre víctima. Carbonell afirmaba que lo de este caso fue un ejemplo de una situación de la que advertía: la justicia no funciona en este país y a la mayoría no parece importarle mucho. Tampoco quien comete una tropelía como la que afectó a este pobre hombre parece sufrir problemas de conciencia.
Diría que sucede igual en el resto de la Administración. La clave es: ¿cuántos funcionarios y ciudadanos colaboran en las ineficiencias y corruptelas de pequeña intensidad? ¿Cuántos la empeoran o se ponen de perfil? ¿Saben realmente lo que les cuesta todo esto? ¿Son conscientes de que sólo la plantilla de Tragsa costó 895 millones de euros en 2023? ¿Cuánto porcentaje se va sólo cada año en pagar enchufados y recomendados?
Algo me dice que si fueran conscientes del ratio esfuerzo personal / coste de los caraduras otro gallo cantaría. Mientras tanto, ajenos a que les meten la mano en el bolsillo, se enfrascan en debates sobre la manosfera mientras Belén Esteban despliega su fino verbo en La 1.
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