Le han dado el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades a Byung-Chul Han. La noticia, como tantas otras, nos llega a través del teléfono móvil, esa prolongación de nuestra subjetividad que él mismo ha descrito como un moderno rosario: no lo soltamos porque en él ciframos la promesa de salvación, aunque no sepamos muy bien de qué. Quizá de nosotros mismos.

Han, el filósofo coreano que escribe en alemán y vive con obstinada discreción, es posiblemente quien ha reflexionado con más profundidad, constancia y melancolía sobre las contradicciones del mundo digital: el cansancio de la autoexplotación, la transparencia que convierte todo en mercancía, la positividad obligatoria como forma de dominación. Si hubo un tiempo en que Marshall McLuhan pensó los medios como extensiones de los sentidos humanos, Han piensa más bien en el alma, en la pérdida de interioridad y en la evaporación del silencio como síntomas de un mundo hiperconectado que ya no sabe estar solo.

Hace unos años, en tiempos del Covid, Álvaro Cortina escribió un artículo que comparaba a Han con el jardinero Mr. Chance interpretado en el cine por Peter Sellers, cuya mirada aparentemente ingenua permitía vislumbrar lo esencial a través del cuidado de las plantas. En un entorno donde todo se dice y se comparte, Han guarda relativo silencio. Frente al vértigo de la actualización, practica una forma de pensamiento lento, sin hashtags ni reels. Si algo ha hecho –como decía Álvaro– es sacudir las superficies del presente sin caer en la nostalgia ni en la profecía. Como Mr. Chance, nos habla de jardines cuando todos discutimos sobre datos, y nos recuerda que no hay primavera sin cuidado. Esa concepción de la filosofía como una forma de cuidado del mundo y del alma sintoniza con el pensamiento de un autor español como Josep Maria Esquirol. Ambos –el coreano más teórico, el español más poético– reivindican la sabiduría consuetudinaria del ritual, lo cotidiano, como formas de resistencia frente al caos velocísimo de la sociedad digital, y llaman a proteger el alma y el interior como una forma de resistencia íntima en la era de la transparencia y la positividad total, en términos de Han.

La figura del nuevo premio Princesa de Asturias encarna una paradoja: su pensamiento minimalista se ha convertido en referente global en la era del exceso de información. Han no es un filósofo viral –aunque a menudo lo parezca–, sino un moralista de los nuevos tiempos, alguien que se atreve a decir que no todo lo que se puede comunicar merece ser dicho. Su obra es un diagnóstico de época, pero también una advertencia: sin sombra, sin negatividad, sin distancia, el ser humano se desintegra en estímulo.

El Princesa de Asturias lo sitúa, curiosamente, en el centro de aquello que él mismo ha cuestionado: la sociedad del rendimiento, del espectáculo, de la comunicación permanente. Y, sin embargo, se agradece que se premie a quien ha tenido el valor de decir lo que no queríamos oír. Que la hiperconectividad cansa. Que la positividad empobrece. Que lo humano, sin alma, no se sostiene.