A Sánchez y a Ábalos los ha sacado El Mundo en unos WhatsApp que no sé si son como de niñas de instituto o de madres de instituto. En todo caso, parece que hace mucho que este país lo dirige una animadora con coletas o una madre helicóptero líder del chat de extraescolares, con su correspondiente corte de compinches para venganzas, humillaciones, pataletas, linchamientos y festivales. A mí no me ha sorprendido tanto que Sánchez piense de los barones lo que piensa, que ya lo sabíamos, sino que maneje el país y el partido desde un chat de brujas del recreo o de brujas de la AMPA. La política ya no funciona, si acaso funcionó alguna vez así, a través de grandes teléfonos rojos, lentos y fatales como tanques, o en encuentros entre sombras, entre butacones o entre puentes, o en graves reuniones llenas de graves cartapacios, graves silencios y graves reflexiones. Ahora, el gobierno de un partido o de todo un país parece algo que se escribe en el váter, donde se escriben la mitad de los wasaps, donde nacen la mitad de los agravios y donde se deciden la mitad de los destinos.

Yo estoy helado no con los mensajes, que ni me asombran ni me espantan, sino con el canal o los modos empleados. Quiero decir que Sánchez puede coger un pesado teléfono en la Moncloa, como si cogiera un revólver, y llamar a Ábalos con media sombra de media lámpara como de medio sombrero de espía o medio sombrero de mariachi, y dar la orden de callarle la boca a Page o de meter en vereda a Lambán, y no pasa nada. Así es la política, así son los negocios, y así es como uno se imagina que se ejerce el poder, un poco hundido y un poco flotando en el sillón de orejas, en el silencio y en ese humo que no es humo, sólo polvo doméstico que la discreción ha convertido en luz venenosa. Pero unos mensajitos de WhatsApp, esos mensajitos con reconcome, con retintín, con redundancia, con turra, con desahogo, con necesidad, con reenvíos, con jajás; esos mensajitos que se envían adolescentes contra adolescentes desde debajo de sus sábanas como casitas de árbol o desde detrás de sus pupitres como cañoneras; o que se envían padres contra padres desde la barbacoa dominical, con matraca de mediocridad y de vida truncada; eso, la verdad, no me lo esperaba.

Yo de un supuesto killer como Sánchez me esperaba otra cosa. Me esperaba que no dejara pruebas, huellas, miguitas, conversaciones de bocazas, coros de esbirros, risas de pelota, chicles pegados, súplicas de aprobación, un poder subrayado a través de repeticiones del emoji del bíceps o del emoji de la caquita, que yo creo que los veremos pronto. Yo estaba seguro de que tarde o temprano saldrían conversaciones de Sánchez, del verdadero Sánchez diría, si no fuera porque él nunca se ha ocultado demasiado, salvo para los que salen ciegos de casa y llegan ciegos también al periódico o a la tertulia. Sería por Pegasus, o sería por el caso Ábalos, o por el caso Begoña (quizá todo termine siendo simplemente el caso Sánchez, que es lo que ocurre cuando quieres mandar en todo, que se te acaba encontrando en todo). Sería de una manera u otra, pero a Sánchez lo conoceríamos en su intimidad y no sería la del hombre desmayado de amor o de justicia, con arrobamiento teresiano, sino la de un orondo narcisista sin escrúpulos. Pero uno se esperaba otra cosa, la verdad, otra parquedad, otra gravedad, otra elegancia, otra madurez incluso para ejercer el mal, al menos sin parecer el malo de una americanada sobre guerras de fraternidades o sobre guerras de patinadoras.

Sánchez ni quiere un partido ni tiene un partido, lo suyo es una banda de instituto que siembra el terror frente a las taquillas, o que siembra el terror en la organización del comedor o de la competición de gimnasia rítmica, donde pueden rodar cabezas con moño, frágiles reputaciones y patines huérfanos, tanto de los alumnos como de los padres. Quizá nos esperábamos otra cosa más elegante y mortal, más como una suave catana que como un tirachinas de chiquillo o un matasuegras de cuñado, pero me parece que esperamos demasiadas cosas, incluida la estética, de esta política nuestra que no es sólo cada vez más inútil sino cada vez más vulgar e idiota. Sánchez nunca ha sido don Vito Corleone, ronco de tanta discreción, lento de tanta paciencia, y eso lo iremos viendo en todo lo que le vayan descubriendo, no ya los periodistas ni los jueces sino simplemente la realidad y la vida.

Saldrán más conversaciones, supongo, a pesar de los que descubran de repente el respeto a la privacidad y de los que se olviden de repente del interés público, como en otras ocasiones ocurrió al revés. Saldrán más conversaciones y no iremos viendo a un Sánchez con pipa ni con revólver (ese sobrio respeto que se ganan incluso los malvados con pipa o con revólver), como tampoco veremos a un Ábalos con violín ni a una Begoña con doctorado. Veremos más bien a un Sánchez ejerciendo el poder como en bragas, haciéndose las uñas y disponiendo a través del móvil la vida de los enemigos, de los traidores, de los tibios, de los ingenuos y de los feos.