Aznar ya está llamando soso a Feijóo, que es un agravio de segundo grado, cuadrático, como un feo que llama feo a otro. No basta con el rechazo a Sánchez, sino que hay que “entusiasmar a los propios”, ha dicho Aznar en uno de esos foros donde él se sigue buscando el bigote que ya no tiene, Feijóo las gafas que tampoco tiene ya, y la derecha se hace los planes que después, por lo visto, nunca lleva a cabo. En sucesivas ponencias y potencias de soso, la sosería del PP se va haciendo exponencialmente abrumadora. Aznar, con su cosa de maestro paragüero, señala a Feijóo, y Feijóo, con su cosa de paraguas de segunda mano (el de primera mano fue Rajoy), señala por ejemplo a Mañueco y Moreno Bonilla, a los que ha encargado la ponencia política de su congreso, que va a parecer un congreso de calceta más que un cónclave florentino. En estos niveles de sosería encadenada, recursiva, en los que un soso dirige sus advertencias o preferencias por otro soso y éste último sigue a su vez hasta que ya no quedan más sosos, no me extraña que dar 600 euros a los celíacos se considere guerra cultural e ideológica. Un salto al vacío le tiene que parecer al último soso de la lista.
La verdad es que Aznar en sus comienzos apenas tenía la herencia de los garbanzos de Fraga, como la herencia de un ultramarinos (Hernández Mancha no dejó herencia, apenas dejó ni sombra). Eso y lo de “váyase, señor González”, que él decía una y otra vez con la boca cerrada, como si fuera un ventrílocuo de sus propias hechuras y aspiraciones. A lo mejor Aznar ganó por González, a lo mejor ganó por ser un soso frente a una folclórica, esa folclórica de boca como una rosa y rosa como un clavelón que terminó un poco como la Pantoja, entre el chanchullo, la sospecha, la melancolía y el convento. O Aznar ganó porque le tocaba, y en todo caso tampoco era él muy diferente a este Feijóo que creo que, simplemente, también piensa que le toca, como si España fuera la taquilla de los toros o del estanco (en los estancos españoles todavía parece que torea alguien dentro). A lo mejor Aznar tampoco ilusionaba a nadie, que es la palabra que han usado recientemente Ayuso y hasta Esperanza Aguirre, “ilusión”, como si fueran Yolanda Díaz. A lo mejor todo es suerte o predestinación, esa forma que tiene la pereza de parecer sobrenatural.
Feijóo pone a pensar a Mañueco y a Moreno Bonilla, que es como poner a pensar a un cabezudo y a un venenciador de las fiestas de sus pueblos
Con Feijóo siempre terminamos en la pereza, mucho peor que la sosería. Y ya no es sólo la pereza de pensar él, sino incluso la pereza de que piensen por él. Por Feijóo podrían pensar tecnócratas, que alguno quedará por ahí aunque yo dijera el otro día que quizá ya no existen (todo lo que hay en los partidos son concejales de la tapa y meritorios con pandereta o saca que llegan a los ministerios o a las empresas públicas como Ábalos con su bota de vino o como sus churris con top y chupachups). Como los tecnócratas sólo entienden y convencen a otros tecnócratas, y por eso se están extinguiendo como latinistas, quizá lo que hay que buscar son intelectuales, esa gente que tiene el oficio de pensar igual que Feijóo tiene el oficio de tejer bufandas (las teje, eso sí, para su incurable resfriadillo ideológico, que le hace estornudar entre el centro y la nada). Algún intelectual quedará, siquiera Cayetana, que está casi todo el tiempo pensando porque en el PP no le dejan hacer mucho más. Pero no, Feijóo pone a pensar a Mañueco y a Moreno Bonilla, que es como poner a pensar a un cabezudo y a un venenciador de las fiestas de sus pueblos. Eso es negarse a pensar, empecinarse en no pensar, o sea más renuncia que pereza.
Aznar habla de “entusiasmo” y Ayuso y Aguirre de “ilusión”, pero a mí estas cosas no dejan de parecerme estribillos de Torrebruno o de Dora la exploradora, por actualizar las referencias (entre los garbanzos de Fraga y lo de Hernández Mancha, esta columna parece la de Trajano). En realidad, Aznar no entusiasmaba nada y no convencía tampoco mucho. Y su gran derecha, o sea todo a la derecha del PSOE, hasta donde ahora están los del morrión de cemento y las cruces de piedra como águilas de piedra; la gran derecha de Aznar, en fin, que es por cierto la gran referencia de Aguirre, sólo era otra manera de ejercer la ambigüedad (Aznar fue ambiguo con Pujol, con Bush y hasta con ETA). Así que Aznar no puede ir ni de cascabel del PP ni de purista o clarificador ideológico. Tampoco Ayuso puede pretender que Feijóo sea como ella, reina del keroseno (Miguel Ríos) y novia de Chaplin de la derecha. Aguirre, por su parte, simplemente no espera nada del PP de Feijóo, que, con una u otra arboladura, sólo puede ser ese barco de botella que monta el farero soso que es él. Aguirre sólo quiere a Ayuso, no por ideóloga sino por aglutinadora, un personalismo marchoso en vez de un personalismo soso, pero otro personalismo al fin y al cabo.
La verdad es que Feijóo, y Aznar, y hasta Mañueco y Moreno Bonilla, y hasta Rajoy, sosos arborescentes, sosos fractales, sosos piramidales, sosos apostólicos y radiactivos de sosería, se podrían salvar por sosos porque en un partido no hace falta alegría, ni mambo, ni la marcha guitarrera o verbenera, sino proyectos, ideas, rumbo, que es lo que está pasado de moda. Sánchez es todo meneo, matasuegras y tuna socialista, y ya ven. Es más, como ya he dicho alguna vez, Sánchez preferiría tener a Ayuso como contrincante, y ése es el gran pero de Ayuso, la gran mosca posada en su velo de regenta marchosa o viuda guapa, como Escarlata O’Hara.
Feijóo tampoco llegó para tocar las maracas, sino, si recuerdan, para hacer como de padre, aunque parezca más un abuelo de cabaña. A veces, el soso es el único que puede salvar la política del bailoteo y de la carcajada siniestros, como los de Sánchez. Ni la cercanía significa meter paguitas en vez de ideas, ni las mejores ideas son las ambiguas, ni la ambigüedad significa centralidad, ni el centro conlleva ser soso, ni la sosería significa el fin de la política. Ésa me parece la concatenación peligrosa, no este abrazo de sosos bajo las estrellas. El fin de la política es la pereza y el miedo, hacer un PP de sobaos con sobao, de pensadores que no piensan y de gobernantes que no hacen. Por esto, no por soso, censura uno a Feijóo, o a quien venga con el bigote arrancado, con las gafas partidas o incluso con la carita de virgencita macarra.
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