El martes 27 de mayo el Ministerio del Interior confirmó una noticia que ya había llegado a algunos medios: la dimisión del secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez. Como en tantas ocasiones de ceses conflictivos, su marcha se atribuía a "motivos personales". Luego, la nota del Ministerio relataba los logros de su periplo: el aumento de las plantillas de Policía y Guardia Civil; el plan de seguridad de Campo de Gibraltar; el sistema VioGén 2 contra la violencia de género... etc. El mito del buen gestor cansado.

La salida de Pérez se conoció un día después de que El Confidencial publicara una grabación en la que la conocida como 'fontanera' de Ferraz, Leire Díez, pedía información a un empresario para acabar con Antonio Balas, teniente coronel al mando del grupo que investiga la delincuencia económica en la UCO... Es decir, los temas que más afectan al presidente del Gobierno. ¿Hay una relación casusa efecto entre esa información y la dimisión?

No es la única causa, pero sí ha sido la gota de agua que ha colmado el vaso de la paciencia del hasta ahora hombre de confianza del ministro Grande-Marlaska.

A Pérez lo fichó como asesor Grande-Marlaska cuando éste era miembro del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Hasta entonces era un juez de Córdoba -antes ejerció en Montoro- donde seguramente vivía una vida tranquila. Nada más ser nombrado Grande-Marlaska ministro del Interior, tras la moción de censura que aupó a Pedro Sánchez, hace ya siete años, el ex juez de la Audiencia Nacional se llevó a Pérez al ministerio como jefe de Gabinete. En febrero de 2020 le ascendió al puesto de secretario de Estado.

Este cargo es temido por los políticos que aspiran a ser ministros, por estar considerado como un auténtico potro de tortura. Entre otras cosas, desde él se dirigen los cuerpos de Policía y Guardia Civil. Eso no es moco de pavo. Exige tener un buen conocimiento de las fuerzas de seguridad, mano izquierda y saber respetar la independencia de las investigaciones que realizan como Policía Judicial. Entre otras habilidades.

El secretario de Estado no aguantaba la tensión. No compartía algunas decisiones del ministro y le amenazó con dimitir en varias ocasiones

Marlaska se ha metido en muchos charcos durante sus siete años como ministro. Desde las destituciones del teniente coronel Sánchez Corbí (precisamente jefe de la UCO), a la del coronel Diego Pérez de los Cobos (jefe de la Comandancia de Madrid y el hombre que dirigió a las fuerzas de seguridad durante el 1-O en Cataluña), pasando por la desastrosa gestión del asalto a la valla de Melilla -24 de junio de 2022-, suceso en el que murieron, al menos, 23 inmigrantes. Por mencionar sólo los episodios más conocidos.

El secretario de Estado -nombrado justo antes de la pandemia- tuvo que lidiar con personajes como Koldo García, que le colocó a Interior las mascarillas que vendía el grupo capitaneado por Aldama. No está mal para comenzar su nueva etapa.

El último marrón que le han colocado a Pérez ha sido el de la compra de balas para la Guardia Civil a una empresa israelí, lo que provocó un lío con los socios del PSOE en el Gobierno y obligó a Sánchez a forzar la anulación del acuerdo, con un coste para el Estado que aún no se conoce, pero que superará los 6 millones de euros.

Pérez le ha sido fiel a Marlaska en todo momento. Lo cual no quiere decir que haya compartido todas sus decisiones. En particular las que tienen que ver con la intromisión en las investigaciones que lleva a cabo la Guardia Civil. De hecho, Pérez ha amenazado con dimitir en varias ocasiones, pero Marlaska siempre le había convencido hasta ahora para que siguiera en su puesto. Sabía que si perdía a su mano derecha, su sustituto ya no lo nombraría él, sino el partido.

Fuentes de Interior relatan a El Independiente que el secretario de Estado ya no aguantaba la tensión. A diferencia de su jefe, él seguía teniendo presente su condición de juez y rechazaba que el ministerio se convirtiera en un instrumento político en favor de los intereses del presidente del Gobierno. Por eso, las grabaciones en las que se habla de buscar trapos sucios del teniente coronel Balas se convirtieron en el punto de no retorno. Sabía Pérez que su jefe estaba siendo criticado por algunos ministros y por el aparato de Ferraz por no haber sabido embridar a la UCO, por desconocer hasta dónde llegaban sus indagaciones; sobre todo, las que afectaban a la familia de Sánchez. No sería la primera vez que Grande-Marlaska intenta conocer sumarios declarados secretos. De hecho, ese fue el origen de la destitución de Pérez de los Cobos, recurrida y ganada por el coronel ante el Tribunal Supremo. Ese era el tipo de cosas que no le gustaban al secretario de Estado.

La salida de Pérez deja tocado a Grande-Marlaska. No sólo porque se va su alter ego, su amigo, sino porque la persona que le sustituye es una militante del PSOE dispuesta a cumplir con las exigencias del partido sin rechistar. Aina Calvo (Palma de Mallorca, 1969) fue alcaldesa de Palma entre 2007 y 2011 y después Delegada del Gobierno en las islas, desde 2020 a 2023. A partir de entonces ha sido secretaria de Estado en el Ministerio de Igualdad a las órdenes de Ana Redondo. Interior ya es un poco más socialista y, aunque Grande-Marlaska presuma de no tener carnet, no le hace falta. Su fidelidad a Sánchez compensa con creces su no militancia.

La cuestión es si esta nueva vuelta de tuerca en la pérdida de independencia de un ministerio que debería ser esencialmente apolítico será suficiente como para doblegar a la Unidad que le está dando los mayores quebraderos de cabeza al presidente. Las fuentes consultadas afirman que más bien al contrario. La salida a la luz de una operación -dirigida por Ferraz- para desacreditar a los mandos de la UCO ha incrementado aún más si cabe el empeño de los agentes por cumplir con lo ordenado por los jueces en los sumarios que hay abiertos. "La moral de Balas está alta", me comenta un mando de la Guardia Civil.

Este Gobierno se ha equivocado de medio a medio en la forma de abordar su relación con la Guardia Civil -un cuerpo con disciplina militar en el que la mayoría de sus miembros lo son por vocación-. El método Marlaska, el ordeno y mando, ha sido un rotundo fracaso. El fichaje de una militante pata negra como número dos de Interior no parece que vaya a mejorar las cosas. Por mucho que la nueva número dos sea licenciada en Filosofía.