El bochorno de Yolanda Díaz debe de ser algo así como la indignación de García-Page o la dignidad de Rufián, un sentimiento tormentoso, relinchante y amanerado que en un rato ya no se distingue del pasotismo, la pose, el tedio, la complicidad o la siesta con botijo. Yolanda, muy soponciable desde que tiene una vicepresidencia como un marquesado de la sensiblería, fluvial y paseable como el marquesado de Guadiaro, ha dicho que le parecieron un bochorno las réplicas de Sánchez en la sesión de control. Barruntando el bochorno, ella no acudió, dejando en el escaño esa ausencia y ese desamparo gráciles y súbitos que dejan las pamelas voladas. El bochorno, eso sí, podría ser por el calor, porque ella también ha sacado la Gürtel para defenderse del PP, y ha usado de parasol la lancha de Marcial Dorado, que ya es como el barco de Chanquete, y ha pedido “respeto” para García Ortiz, y ha calificado de “contundente” la respuesta al caso Koldo, y se ha sorprendido, también como si se le volara la sombrillita, con decisiones del Supremo. No es la corrupción lo que le abochorna, claro, sino la pillada. Como al resto del Gobierno, del PSOE y de los socios.

PUBLICIDAD

Ahora, Yolanda Díaz, con jaquequita, con ataquito, con indisposición, con cataplasma, con leve rubor en la palidez, con leve camisón de leve enferma entre leves tacitas de té, como cuando Sánchez está también de soponcio, de reflexión, de pantomima o de esguince; ahora Yolanda, decía, evita estar junto a Sánchez y luego sale a escenificar su bochorno así como a abanicazos, abanicazos de marquesa de bochornos fluviales y paseos fluviales. Pero, la verdad, estos días, y los otros quizá también, Yolanda, más que a la princesa que se ha topado con un comisionista o un fontanero como con un guisante, se parecía a Bolaños, así cuando él quiere torear la corrupción como un bombero torero o como un clarinetista de la banda que saliera a torear. Esto ya lo sabíamos, porque la corrupción sólo es corrupción cuando te pillan, y hasta Rufián se lo tenía que recordar a Sánchez, al que sólo le falta poner una parrilla escurialense en el escaño.

Yolanda abochornada se parece demasiado a Sánchez abochornado y al PSOE abochornado, o sea a Sánchez y al PSOE pillados. Mientras no te pillan, se trata de bulos, fango, cacerías y ataques orquestados por la derecha y la ultraderecha, que Yolanda también utiliza el concepto como Sánchez y Bolaños, así en pinza, con algo de tenazas o, más exactamente, de castañuelas. Pero el bochorno, como la sorpresa, la decepción o la pena, son emociones baratas que sólo sirven para disimular la ceguera, la incompetencia, la estupidez, la complicidad o la culpabilidad. Ese Sánchez como de saeta que vemos ahora está empapado y traqueteante de toda esa baratería, y todo el que antes le ha comprado las excusas, el relato, los palabros abutifarrados, los enemigos aviesos, las conspiraciones membranosas; todos los que le han comprado la penita, como en aquella copla, están tan empapados y traqueteantes como él. Ni Yolanda, ni los ministros adoradores, ni la Moncloa enladrillada, ni los periodistas verdugos, ni los periodistas querubines, ni los socios acreedores o corruptores; nadie en la sanchosfera puede librarse pasando unos días de cama o de vergüenza, como si hubiera pasado la enfermedad del beso.

El bochorno, como la sorpresa, la decepción o la pena, son emociones baratas que sólo sirven para disimular la ceguera, la incompetencia, la estupidez, la complicidad o la culpabilidad

El sanchismo se derrumba, se derrumbará de una u otra manera, porque terminará como en algo de Tarantino, entre esbirros, putas, yakuza y sangre, o, si acaso sobrevive, ya no será como fantasía sino como pesadilla. Me da que en las reuniones con sus socios Sánchez no se ha puesto a hablarles de sus radiografías de muerto ni de su hambre de huérfano de sí mismo, sino que les habrá prometido cualquier cosa a cambio de tiempo. Tiempo no para seguir asevillanando su calvario con joyas en los cuajarones de las rodillas (no tendría sentido, ni siquiera para él, aguantar sólo para caer con más estruendo y exuberancia). No, se trata de tener tiempo para intentar terminar de hacerse con el Estado, y en esto la ley Bolaños es crucial: imaginen a García Ortiz como jefe supremo de la UCO y a las asociaciones afines colocando a 1.000 de sus pasantes y meritorios como jueces súbitos. Las prisas por reformar la justicia de un acosado por la justicia sólo pueden tener un fin. A Sánchez no le fallan los planes, sólo el tiempo. Y sus socios aún pueden pasar del bochorno al interés.

Yolanda está abochornada, con un rubor como virginal que yo no imagino en alguien que ha asistido a tantos consejos de ministros de Sánchez, que imagino muy explícitos y salpicantes; un bochorno que yo no creo posible, además, en alguien que dice las cosas ridículas que dice Yolanda, que está entre Ada Colau y Miss Caracola de Mar. Yolanda dice que siente bochorno, como también parecía sentirlo Sánchez antes de llamar anécdota a la cosa y lanzarse al último ataque con las dos cimitarras de sus pómulos como dos sables de bandera pirata. Pero esto puede cambiar, porque todo el sanchismo, y Yolanda es más sanchista que Sánchez, está sopesando ahora la mancha de la vergüenza contra el lujo del poder.

El bochorno, como el amor, es una cosa que en política no existe, o si existe dura poco. Es la conveniencia, por supuesto, lo único que manda. El bochorno de Yolanda, la indignación de Page, la dignidad de Rufián, pueden ser indistinguibles de la sumisión, del cálculo y hasta de la cobardía. Miren que Sánchez ya está muerto desde la cal de sus ojos, y aun así nadie de su partido o de sus socios lo va a matar, o sea lo va a matar votando en el Congreso para matarlo, como a un gladiador ya caído. Serán otros, o será él mismo, aunque luego se repartan sus huesos, delgados y lujuriosos como látigos, las abochornadas, jaquecosas, paseantes y múltiples viudas. Sólo el entierro de Sánchez será más macabro que su caída.

PUBLICIDAD