Sánchez se tiene por pacifista, pero aquí ser pacifista es fácil porque no podemos ser otra cosa, un poco como ser austeros. Con nuestros soldados hechos para ennoviar a las criadas que ya no hay ni se ennovian, con nuestros barcos hechos para solear a los poetas ciegos de buhardilla, con nuestras milis de lentejas y nuestros legionarios como toreros, España hace mucho que no es nada militarmente. Estamos en la OTAN como un proveedor de naranjas, de bandas de música o de literatura farera, llena de naufragios y glorias apenas indistinguibles. Sánchez no puede hacer la guerra ni traer la paz, no podría hacerlo nadie aquí porque no pintamos nada, sólo las guerras de los cuadros del Prado, todavía con yelmos o armones, guerras de majas y majos de las que todavía vive nuestra beligerancia como de otra alfarería para turistas. Sánchez no puede devolvernos las armadas con cruces como ases de bastos, ni la gloria con morrión, ni la posición en la historia o en los mapas de marino. Sánchez en realidad no puede hacer nada, salvo demorarlo todo, como se demora a sí mismo agónicamente. A la OTAN también le ha vendido una demora, como un tanque a plazos.
Sánchez no puede hacer nada salvo demorarlo todo, como se demora a sí mismo agónicamente, y a la OTAN también le ha vendido una demora, como un tanque a plazos
Sánchez necesita ahora a la OTAN más de lo que la OTAN nos necesita a nosotros, que entre buscar el dinero y tener presupuestos nos podríamos llevar años aportando todavía sólo porrones, cabos tamborileros y rapsodas de Trafalgar. Sánchez necesita a la OTAN para salir de ese hospital de leprosos en el que se ha metido su partido y su Gobierno (sí, también el Gobierno, que la trama de Cerdán no operaba en destilerías ni en casinos, sino en ministerios y en empresas y administraciones públicas). Sánchez ya sólo sale para que le hagan radiografías en salas de prensa como quirófanos vacíos o radiactivos, y la OTAN es una manera de parecer que aún sigue presidiendo un país que está en el mapa, y no una morgue con flores de plástico y café de formol. Yo creo que Sánchez, si tuviera con qué, habría iniciado él mismo la guerra contra Irán (los ayatolás parecen un poco jueces con el birrete inflamadísimo, como el juez Peinado, y por ahí resultaría vendible). O contra Israel, que le viene mejor folclóricamente a su izquierda folclórica. Cualquier cosa para salir del Peugeot y del Supremo, que ahora son sus verdaderas guerras persas.
Aquí estamos escribiendo de la OTAN, ya ven, que va a tardar mucho en ver un duro nuestro o un cañón nuestro, brillantes y muy demorados los dos como la españolísima reforma de un cuarto de baño. Trump ya no va a subvencionar nuestros ejércitos de recortable y nuestras fragatas para vedetes, y la OTAN ha calculado que los miembros deberían gastar el 5% de su presupuesto en defensa. Pero a mí me parece que ésa es una problemática absurda en España. Quiero decir que ese compromiso de un 5%, o el que sea, no es aplicable, no tiene sentido con un presidente sin presupuestos y sin palabra. Si además nos ponemos con regateos y apuestas sobre si ese 5% sólo es realidad un 2%, o ese 2% será un 5% algún día, o si Sánchez le ha sacado a Rutte un acuerdo especial, o le ha metido un tocomocho de guiri, ya la cosa llega hasta el ridículo. El debate más interesante es que Sánchez usa la OTAN como un balón de playa (sus colores y emblemas tienen algo de balón hinchable), y nos distrae poniéndonos a calcular ahora gastos militares, sólo soñados, en vez de calcular mordidas de socialistas con bañador del Fary y sueldos de enchufada con tanga de leopardo, muy reales y actuales.
Sánchez quería que nos creyéramos que a Rutte, con cara de doña Croqueta o de belga por soleares (absurdo, ya saben, según cantaba Sabina), él le había sacado una excepción. Sí, que el 5% fantasioso se había quedado en un 2% igual de fantasioso, y eso que se habían ahorrado los españolitos que comen y conservan sus derechos gracias a Sánchez. El mismo Rutte, sin cambiar mucho su cara de guiri en la calle Sierpes, al borde del despiste o del timo, tuvo que desmentir el trato especial o el embrujo especial de Sánchez. Pero eso da igual, ya digo, porque entre carta y carta dieciochesca (a Sánchez me lo imagino escribiendo como el vizconde de Valmont, sin poder distinguir la pasión de la corrupción), entre mentira y desmentido cortesanos, Sánchez volvía a salvarnos sin salvar nada y volvía a distraernos sin solucionar nada. Pero aquí estamos, hablando de la OTAN, que es como hablar de una Eurovisión con bombas.
Sánchez no puede hacer la guerra ni traer la paz, no puede hacer nada, salvo demorarlo todo, como se demora a sí mismo trágicamente. A la OTAN también le ha vendido una demora, un aplazamiento, una hipoteca que, como todas sus hipotecas, por supuesto no va a pagar él. Quizá no lleguemos a pagarla, porque en unos años lo mismo ya no existe el mundo, aunque en ningún caso eso dependerá de España ni, mucho menos, de Sánchez. Seguimos sin pintar nada, seguimos siendo pacifistas sin pólvora y pobres que llaman austeridad o solidaridad a su hambre, seguimos con nuestros soldados de zarzuela o de oenegé y nuestros barcos de botella o de mueble bar, seguimos siendo sólo los toreros de la OTAN. Y además, en su intento por sobrevivir, Sánchez nos convertirá en una república cocotera, que hasta a las repúblicas bananeras vamos a envidiarles el paisaje y el menú.
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