Emitía RTVE este mediodía un reportaje protagonizado por una chica de 26 años que celebraba el sueño de su independencia. Le acababan de asignar una vivienda de alquiler asequible en Tres Cantos (Madrid) por la que tan sólo tendrá que abonar 670 euros al mes durante los próximos 7 años. El reportero detallaba, con voz en off, que la Administración autonómica había entregado recientemente 350 apartamentos de 1, 2 y 3 dormitorios, a estrenar, sitos en parcelas con piscina y con espacio de co-working, lo que predispone al contacto elevado con los vecinos, algo que, en estos tiempos que corren, hay quien considera positivo.

A la agraciada le preguntaban sobre su emancipación y se expresaba con satisfacción moderada. Afirmaba que el precio de los pisos similares en la zona no baja de los 900 y pico o 1.000 euros mensuales, lo que espanta cualquier idea de volar del nido materno. En Idealista, hay tan sólo 52 ‘unidades’ en esa localidad y es raro encontrar alguno que baje de las cuatro cifras, por lo que no se puede decir que la iniciativa del Ejecutivo regional sea negativa.

Puede decirse que, de una tacada, ha entregado el equivalente al 700% de la oferta de alquiler disponible en esa localidad, en un momento en el que las medidas del equipo de Pedro Sánchez para proteger a las personas vulnerables en materia de vivienda las ha expulsado del mercado, lo que ha llevado incluso a la Conferencia Episcopal a pedir clemencia a los arrendadores. Cuando un Obispo pide a su clientela que cobre menos al inquilino... mal vamos.

Mal... o peor. La regulación del sector en España asfixia la iniciativa privada, los elevados impuestos machacan a los compradores 'de a pie' y la voracidad de los municipios -amén de la excesiva burocracia y la demagogia de siempre- espanta a los interesados en levantar bloques. La mezcla de estos factores ha provocado que el centro de las grandes ciudades tenga una demanda enorme, que todo se haya encarecido y que la vuelta de modalidades de edificación miserables, quizás en pladur, quizás en uralita o quizás en adobe, a lo mejor esté más cercana de lo que parece.

Tampoco se esperaba que los locales se reconvirtieran en viviendas -a falta de unidades-, que se alquilaran habitaciones a familias enteras o que surgieran modalidades de venta fragmentada de cada apartamento

Tampoco se esperaba que los locales se reconvirtieran en viviendas -a falta de unidades-, que se alquilaran habitaciones a familias enteras o que surgieran modalidades de venta fragmentada de cada apartamento, lo que convierte el uso del baño en algo casi imposible..., pero esta es la España de nuestros días.

En Japón viven así

En este contexto, a una chica joven le han concedido un alquiler a 50 minutos en transporte público de Plaza de Castilla. Es un piso que se recorre en dos vistazos. Lo típico en Japón, el imperio del sol naciente. Exótico y ordenado. Ni tan mal. No se pueden hacer grandes proyectos en una vivienda de 1 dormitorio, con cocina americana y Air Fryer empotrada entre el microondas y el fregadero, pero en vista de la realidad que constriñe el mercado de la vivienda y de que un bajo interior, sin ascensor ni ventana, de 25 metros cuadrados, zona Alvarado, en Tetuán, al borde de la Bravo Murillo ruidosa y fritanguera, tiene un precio estimado de 660 euros y requiere pasar el proceso de selección de una inmobiliaria -es lo primero que encuentro en Idealista-, se puede decir que esta joven debe considerarse como una privilegiada.

Otra cosa es lo que sucedería si piensa en su futuro. Supongamos que su sueldo mensual es de 1.700 euros, que es el mínimo que se solicitaba en esta convocatoria. Después de pagar el alquiler, le quedarán 1.000 disponibles para sufragar la luz, el gas e internet. El abono de transporte mensual cuesta 43,10 euros en la zona B2, lo cual es bastante menos de la cuota de un coche, cuyos precios de primera y de segunda mano también se han disparado; mientras el poder adquisitivo caía y la cesta de la compra en Mercadona -variable fundamental en la economía familiar- subía de precio de forma preocupante.

Quien no podía vivir en Tres Cantos hasta hace unos años, se iba a Parla, pero es raro encontrar un apartamento por allí que cueste menos de 900 euros, como en Vallecas, Usera o Leganés, en cuyas paradas de transporte público cada vez hay más vendedores de empanadas o dulces... de algo hay que comer.

A la vista de este colapso de la oferta en la metrópolis, se podría optar por ‘echarla más larga’ y residir en alguna de las provincias de alrededor, pero la ruptura del mercado y los descuentos en el transporte público han provocado que los alquileres también se disparen a varias decenas de kilómetros a la redonda, lo que ha dificultado la emancipación a jóvenes con sueldos medios que rara vez son superiores a los 1.500 euros.

¿De qué te quejas?

Cuando esa chica de 26 años haga cuentas, observará que no puede ahorrar e incluso que algunos meses pierde dinero, pero lo cierto es que en estos tiempos es una privilegiada. Podrá vivir sola, al menos, aunque, a lo mejor, dentro de siete años se pregunta el porqué no se quedó en casa de sus padres e hizo algo de colchón económico. Se sentirá entonces como aquel señor melancólico de El regreso de las golondrinas, que, cuando al fin le conceden un piso, se arrepiente y ansía volver a lo anterior.

Nuestra protagonista quizás no tenga ese ataque de angustia al mirar el secarral, pero quizás a los 33 llegue a preguntarse cómo demonios podrá salir de esa rueda de ratón en la que ha corrido durante los últimos años -acabando con sus fuerza- si no puede juntar el dinero suficiente como para pagar la entrada de una vivienda... en otro secarral, sobre plano y también sin bar ni supermercado. ¿Y cómo pensar en ser madre si ni siquiera tiene espacio para perder de vista un rato a su pareja cuando se enfadan?

Quizás cuando pierda el búho a Tres Cantos -esa expresión no la firman ni Los Javis- se lamente por vivir en mitad de un secarral y haber aprendido el ritmo de crecimiento de los ruderales y malezas varias, pero mientras dormita en el autobús seguramente reflexione sobre la suerte de sus amigos, que comparten vivienda con dos, tres o más; y que a lo mejor le superan en una década… o son incluso más mayores. Cuarentones comparen hoy balda del frigorífico y gastos de internet, en formas de vida que a lo mejor no son propias de bidonville, pero sí de países donde una parte de la población se ha depauperado. 

Habrá quien maquille todo esto y observe en la realidad actual una estupenda oportunidad para superarse, para ganar experiencia o para conocer un amor latino en la lavandería. Pero lo cierto es que celebrar un alquiler de 670 euros en un país de salarios bajos -miserables entre los jóvenes- ofrece una idea sobre la magnitud del deterioro. No creo que deban cargarse las tintas contra la Administración que se mueve, pero tampoco puede obviarse que la política española de suelo es un desastre que ha dejado sin presente y sin futuro -y digo bien- a miles y miles de españoles, para los que las soluciones que se proponen son ingresos mínimos vitales que atan a la pobreza y cheques culturales que proceden de los impuestos que se cargan sobre sus ridículas nóminas.

Los parches, mientras tanto, habría que celebrarlos con poca efusividad.