Pedro Sánchez parecía de repente el viejo Emilio Botín enseñando y gozando los diagramas del capitalismo, el puro lujo porcentual, los histogramas de la macroeconomía (la macroeconomía es la economía que no se come, sólo se dibuja). Sobre ese fondo azul de anuncio crediticio o de sorteo de crucero por la nómina del currante, los gráficos tenían algo de murales soviéticos, todos apuntando a las estrellas o a la amanecida, porque a lo mejor no hay nada tan parecido a la propaganda capitalista como la propaganda anticapitalista. Hasta alardeó nuestro presidente, otrora socialcomunista, del crecimiento del Ibex, o sea del engorde de esos “superricos”, esos “poderes ocultos”, esos “señores del puro”, esa “derecha económica” concomitante con la “derecha política, mediática y judicial”. Pero a Sánchez ya no hay que entenderlo, ni siquiera interpretarlo, sólo describirlo. A lo mejor es cierto que la economía va bien, así que imaginen dónde no llegarían los gráficos de España si el dinero público no se fuera en chantajes, rapiñas, esbirros, lacayos, choriceo y puterío.

Sánchez no puede presumir de gobernanza porque no gobierna, sólo va concediendo las exigencias random, que se dice ahora, de sus socios chantajistas. No hay un proyecto económico ni ideológico para el país, sólo el interés cambiante, ya bamboleante, de su supervivencia personal. Tampoco puede presumir de servicios ni infraestructuras, con esos trenes y aeropuertos que parecen mandarnos a la guerra en vez de a las vacaciones, o con esa luz que se nos va en todo el país como si Sánchez hubiera enchufado a la vez a todos sus enchufados. No puede presumir de calidad democrática, ni de lucha contra la corrupción, ni de decencia, ni de coherencia, ni de memoria. Bueno, en realidad Sánchez sí presume, pero esa retórica de afirmar lo que nadie ve y negar lo que todo el mundo constata, más si parece que acabas de beber del cáliz falso de Indiana Jones, necesita algo más para sustentarse: unos gráficos que suban, unos colores que alegren, mientras se nos olvidan nuestro alquiler y el de la Jesi, nuestro sueldo y el de la Jesi, nuestro día jodido y el de la Jesi.

Sánchez ya se coloca como esos señores de la Castellana, ante cascadas de cristaleras y acuarios de constelaciones, para contar sus monedas falsas o ajenas que parecen estrellas fugaces. De algo tenía que presumir Sánchez, siquiera robándoles a los superricos el puro, el monóculo (ese monóculo que les cae en la pechera cuando se escandalizan de progresismo y obrerismo) y el powerpoint. En estos discursos no se trata de hacerle la autopsia al país ni al Gobierno, claro, aunque estén justo en ese punto y Sánchez parezca ya el monstruo de Frankenstein de su coalición Frankenstein. Son como discursos de Navidad para pobres, todo espumillón, nieve de corcho, azúcar de serrín y lotería para ingenuos o menesterosos. Cuando uno está tieso como Sánchez, incluso los malvados pueden traer por un día el aguinaldo, y los datos macroeconómicos pueden traer un equívoco consuelo hermosamente envuelto, como carbón dulce. Claro que crecemos más que Europa, porque partíamos del descalabro, pero eso es como presumir de que nos baja la fiebre más deprisa que al sano.

Sigue habiendo mucho de tercermundismo en alegrarnos de que desde el extranjero nos sigan mirando por nuestros collares de cocos, aunque no tengamos de eso, y sigan alabando nuestra miseria con simpatía o condescendencia

Los números tienen truco, y los gráficos también (me encanta ése en que el origen del eje de ordenadas no está en cero, con lo que los crecimientos se vuelven espectaculares, casi inflamatorios). Pero hay otro truco propagandístico especialmente español, ése que se mira desde el extranjero como potencia si no económica (los números tampoco pueden engañar tanto) sí exótica o amable. “Medios de comunicación internacionales hablan del nuevo sueño español, nos consideran el país más dinámico de Europa y destacan a España como uno de los lugares del mundo mejores para vivir”, venía a decir Sánchez. Sí, la prensa extranjera ha pasado de llamar a Sánchez “don Teflón” (The Times) a destacar nuestro “dinamismo” y supongo que nuestra paella y nuestro sol, esa paella como un sol o ese sol como una paella. Sigue habiendo mucho de tercermundismo en alegrarnos de que desde el extranjero nos sigan mirando por nuestros collares de cocos, aunque no tengamos de eso, y sigan alabando nuestra miseria con simpatía o condescendencia. Ser dinámico en economía suena como ser simpático en lo personal, o sea que no te pueden decir rico como no te pueden decir guapo. Ser dinámico también puede ser estar entre la precariedad y la fiesta, que me suena mucho al PSOE andaluz, compensando la pobreza con alegría y abanicazos. Sánchez también podríamos decir que es muy dinámico en cada cabriola que ejecuta. 

Todo era magnífico y casi irisado en el discurso de Sánchez, tanto que uno se pregunta por qué está tan demacrado y por qué las encuestas le van midiendo la osamenta como un funerario de Ibáñez con metro de carpintero. En ese exceso que exige siempre la necesidad extrema, Sánchez llegó a asegurar que “tenemos las calles más seguras, no voy a decir del mundo pero casi”. Esto lo decía Sánchez apoyado grácilmente, como sobre un patín, en ese 2’7% que han bajado los delitos totales. Al otro lado, que siempre con Sánchez es un precipicio, lo que tenemos es que están aumentando los delitos violentos y graves y los sexuales (del 2023 al 2024, los asesinatos y homicidios aumentaron un 4,5 % y las agresiones sexuales con penetración un 6’7%). En realidad, de menor a mayor, ocupamos el puesto 33º en el Índice de Criminalidad de Numbeo 2025. Nos ganan en seguridad Portugal, Rumanía, Hungría, Chipre o Polonia, que tampoco es para llamarlo el sueño español, vamos. Claro que para Sánchez el sueño español es seguir un día más bajo los candelabros de la Moncloa, siquiera en un ataúd. Lo mismo es cierto que la economía no va tan mal, quizá lo único. Imaginen si hubiera un gobierno en vez de un decorado para la subasta de España como la subasta del Un, dos, tres, con Antonio Ozores y la Bombi.