Trump y Putin se van a repartir el mundo en Alaska, que es como otra luna, y yo creo que se van allí para recalcar su distancia y su soledad, casi ingrávidas, de amos del planeta. Parece que no va a estar Zelenski, y si acaso está, estará de mirón o de palanganero. En cualquier caso, es la manera que tienen estos dos reyes de los hemisferios o estos dos viejos señorones de casino o de sauna de ir dejando claro que Ucrania no les pertenece a los ucranianos, que sólo son alquilados suyos como alquilados de los Roper. Europa ya no pinta nada, nos hemos quedado con nuestras estrellas de cristal y nuestras leyes de cristal (somos como cursis perfumistas de la democracia) en un mundo en el que vuelve a mandar la fuerza bruta, el poder puro, que es el poder para imponer, no para hacer discursos, que nos salen todos como de graduación de Lisa Simpson. Dentro de esa Europa que no pinta nada, resulta que Sánchez tampoco pinta nada, que ya es una insignificancia como de segundo grado, una doble cabriola sobre la nada. Trump y Putin están en Alaska como al mando del buque rompehielos del mundo, y Sánchez sólo está en la Moncloa como en la casita del árbol. 

El mundo multilateral ya es el mundo bipolar, donde están solamente Trump y Putin sobre el témpano o sobre la metáfora de Alaska, como dos tramperos en la cabaña, como dos esquimales en el iglú, pescando en ese agujero en el que pescan los esquimales y que llega al corazón del planeta. En realidad habría que incluir a China, que es la verdadera superpotencia económica (Rusia sólo es una superpotencia en cosacos borrachos y en misiles atómicos manejados por esos cosacos borrachos). Pero China no está en la guerra de los territorios, que es una guerra como napoleónica, para percherones, gente con capote y esos borrachos que van con capote y percherones. China está en la guerra económica y tecnológica, que es la que importa. A lo mejor en Alaska no tendría que estar Putin con vodka y orejeras, sino China con la frialdad de su maquinaria estatal de poder económico, tecnológico y casi cuántico. Y quizá estando China, ahora que nuestro presidente se ha enganchado a lo chino y a Huawei como si se hubiera enganchado a TikTok, sí podría estar Sánchez, aunque fuera de mirón o de palanganero. 

El mundo multilateral ya es el mundo bipolar, donde están solamente Trump y Putin sobre el témpano o sobre la metáfora de Alaska, como dos tramperos en la cabaña

Quizá Sánchez, un donnadie en esta guerra mundial, simplemente ha apostado por China igual que Abascal ha apostado por Trump, esperando una ínsula. Y yo ya me imagino las cábalas de Sánchez. En realidad, la cultura económica de Trump es la del pelotazo, como la del español, y su cultura tecnológica es la de la máquina de explosión y el herrero de coches, o sea un poco decimonónico todo. Trump puede hundir a Estados Unidos, no sólo democrática y socialmente sino también económicamente, creyéndose un ranchero en la era de la IA. La Unión Europea, que acaba de demostrar que sin Estados Unidos era sólo esa Lisa Simpson grecolatina con saxofón y querido diario, caería justo después del Imperio americano, que podría terminar en Mad Max, con gente con gorro de bisonte matando por gasolina, territorio y cecina. Y sólo quedarían Putin, como el borracho que guarda el polvorín, y China, como la única superpotencia verdadera. Y, claro, Sánchez, quizá ya con aspecto de momia china, tocando el gong. 

Es interesante hacer teorías sobre el Sánchez internacional, pero la verdad es que a mí me sigue pareciendo que no hay un Sánchez internacional, sólo un Sánchez nacional que, si acaso, para fardar, para aparentar o sólo para sobrevivir, sale de paseo o en velerito por los saraos internacionales, los marrones internacionales, los valses internacionales y hasta los Tíbets internacionales, como si fuera Richard Gere. No hay guerras mundiales para Sánchez, como no hay guerras ideológicas, sólo su guerra personal, la guerra de su supervivencia. O sea que yo creo que siempre fallaremos si pensamos que Sánchez tiene una estrategia así a largo plazo para sobrevivir al Nuevo Orden Mundial o a Skynet, y que podría terminar habiendo un sanchista en Alaska, en Pekín o en la luna, con Albares o Bolaños como esquimales o astronautas de viñeta de Mortadelo. Sánchez bastante tiene con sobrevivir al telediario de la noche, o al periódico del desayuno, que ya va teniendo para él peligros y cortinajes de mañana de vampiro, como para hacerse planes de colonización a escala planetaria. 

Sánchez no está pensando en poner a un sanchista en Alaska ni en ser un Lawrence de Arabia chino, ni siquiera un Lawrence de Arabia marroquí. Sánchez no ha tenido nunca política internacional, sólo se trataba de las consecuencias internacionales de su política nacional, su necesidad nacional, su apuro nacional y su supervivencia nacional. O ni siquiera nacional, sólo doméstica, la de esa casita del árbol con colchón de agua y bola de discoteca que es la Moncloa ahora. Sánchez no quiere a nadie suyo en Alaska, dando besos con la nariz a las potencias, ni por el mundo en general, dando discursos de una Lisa Simpson de Malasaña. Sólo piensa en que su sanchismo doméstico sobreviva un poco más gracias a los amigos de aquí y de allá, a los amigos de aquí que tienen asuntos allá y a los amigos de allá que tienen asuntos aquí. Eso sí, si el sanchismo no sobrevive, Alaska sería la última opción. Antes que acabar en un iglú o en un ballet sobre hielo, estarían China, Marruecos, Venezuela, República Dominicana o incluso Irán. Si la política internacional de Sánchez no llega a funcionar como plan de supervivencia, sí puede ser un vistoso plan de jubilación. Si no hay un sanchista en Alaska, podría haber un emérito en Santo Domingo.