Se nos está muriendo el siglo XX, con sus guapos de sombrero y sus artistas artistas que parecen artistas del claqué ante los de ahora, que apenas son embajadores de sus colonias y de su Insta. Ha muerto Robert Redford como si muriera un aviador, un aventurero, un bandido, un caballero, un pillastre o un periodista de los que ya no hay (esos papeles que hizo él), o sea como si clausurara todos los oficios y talleres del siglo pasado colgando la gabardina y cerrando con candado. Las mujeres y los hombres lo recuerdan por guapo, aunque de lo que menos hizo fue de galán romántico. En realidad, el guapo y el actor nunca se llevaron su Óscar de guapo o de actor, más que el honorífico. Pero por detrás de los ojos cinematográficos de galán estaban los ojos cinematográficos de cineasta. A Scorsese le robó el Óscar al mejor director como si le robara la novia, quizá porque los guapos, al final, más que la novia te roban la cartera o el sillón.
Se nos ha muerto Robert Redford, ya como si se muriera uno mismo en el espejo, el guapo, el canalla o el artista que quiso ser y al que se le acabó el tiempo sin dejar de querer ser guapo, canalla o artista, y sin poder serlo ya. Diría uno que el tiempo va pasando cinematográficamente, del cine de la niñez, que uno sueña con ver, al cine de la juventud, que uno quiere imitar, y ya al cine de la madurez o de la vejez, que es el que uno se empeña en recordar, en echar de menos, en suspirar o en aspirar a través de sus nieblas y celajes de gasa y alcohol. No sólo el tiempo, seguramente todo el arte se ha ido haciendo cinematográfico. El cine se fue convirtiendo en la literatura del siglo XX, mientras que la literatura se iba convirtiendo en sopa de letras para gente en el autobús o en la alcoba. Los héroes y los malvados, los guapos y los monstruos, la iconografía y la grandilocuencia, los artistas y parnasillos que nos quedan son todos del cine. Aunque tampoco durarán mucho. Después del último centelleo de la televisión, pronto todos los artistas serán únicamente los de las redes sociales y la IA. Por eso Redford parece que se ha ido en avioneta.
Robert Redford no sólo es el novio del siglo XX, con permiso de Paul Newman, con quien, en la misma película o no, siempre hizo un dúo semiolímpico, como si fueran los dioscuros Cástor y Pólux
Es cierto que entre los dos han ido dejando viudas a nuestras madres y a nuestras novias, y entre los dos han ido dejando a los hombres viudos de camarada o enemigo. Pero, sobre todo, es que las grandes figuras del cine nos van dejando ya viudos de siglo, que es descorazonador como cuando un chiquillo se queda huérfano de verano. El cine es el arte del siglo XX, luego vendrá otra cosa como antes hubo otra cosa, pero el cine es el arte propio del siglo XX, así que con sus artistas se nos muere el siglo o se nos muere el arte. Que se nos muera Robert Redford, ahora, en su cama, nos va pareciendo a muchos algo así como cuando se murió Wagner en Venecia, terminando el siglo XIX artístico (el histórico no terminaría hasta 1914). Igual que entonces salió Mahler dando gritos por la calle, ahora salen a dar gritos todas las parejas del cine de guapos, del cine de parejas, del cine de lo oscuro, del cine de lo luminoso, del cine cine. Yo creo que esto no pasó con Kirk Douglas precisamente porque aún quedaba Redford. Estaba él solo aguantando el siglo como la sonrisa.
Ha muerto Robert Redford y ahora caigo en que esta columna se llama El golpe y ni siquiera sé si fue por él, porque él aún seguía por ahí guiñándome el ojo o rascándose la nariz, recordándome que no sólo podía quitarme a la rubia sino el dinero y la vida. Robert Redford quizá no fue el mejor director, ni siquiera el mejor actor, incluso puede que no fuera el más guapo, aunque seguramente sí fue el más ladrón. Pero era todo el cine poniéndose el último sombrero o el último esmoquin y cogiendo la última bala. Se ha ido cuando ya sólo quedan superhéroes en el taller o en pijama y cuando van a tener que salvar el cine los coreanos o, de nuevo, los japoneses (el cine clásico es el japonés, lo de Hollywood era cine romántico, decía Mark Cousins).
Robert Redford se ha ido en avioneta o con gramófono, como su personaje de Memorias de África, a morirse fuera de plano, elegantemente, para que echemos de menos la despedida, que es lo que más duele echar de menos siempre. Y claro que lo echaremos de menos, que sólo quedan reguetoneros, CGI y novelones de costureras. Se ha ido Robert Redford y ahora ya podemos llorar por él o por nosotros, ahora ya podemos ponernos el luto en la manga, seguramente la última vez que nos lo pondremos por alguien. Hasta eso lo ha clausurado Redford, colgando la gabardina y el sombrero con su último guiño de guapo.
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