Iván Redondo salió este miércoles de su cueva para distribuir un estudio demoscópico que afirmaba que, en caso de elecciones generales, el PSOE sería la fuerza más votada, con 130 escaños, frente a los 111 del PP y los 74 de Vox. Lo más lógico sería tomarse a chufla este estudio como a su propio impulsor, quien llegó a plantear, en su día, la posibilidad de que Yolanda Díaz fuera la primera presidenta de España. Pero quizás no convenga ir tan rápido, dado que los últimos sondeos reflejan un 'enfriamiento' de los populares y un incremento de escaños de la formación de Santiago Abascal. Una persona de Disenso -la fundación de Vox- confesaba el otro día, en una conversación informal, no periodística, que sus estimaciones apuntan a que podrían llegar a alcanzar los 63 escaños. Inferior a lo que pronostica la empresa del asesor redondo -u ovoide-, pero mucho más que hace unos meses.

Desconozco si la encuesta publicada por el mejor vendedor de motocicletas del país refleja el sentir popular o si está tan equivocada como todas las que daban por muerto a Pedro Sánchez en 2023, que nos zampamos con patatas desde la 'prensa no afín'. Lo que se puede afirmar con rigor casi cartesiano es que mientras el PP zigzaguea en este inicio de curso -inseguro sobre lo que quiere y quizás incluso sobre su naturaleza-, en Moncloa han fijado un rumbo claro y sus remeros se emplean día a día con espíritu inagotable. ¿Y cuál es ese objetivo? Revolver el gallinero para debilitar a los populares e intentar resucitar -o incluso capitalizar- el voto de la izquierda radical.

Se observa en esta maniobra cierta preocupación por el sentir de electores, a quienes interpelan e intentan convencer de que España es mejor y más justa con un Gobierno de izquierdas, aunque eso implique inundar con propaganda un país entero y pasar de largo sobre corruptelas, enchufes, abordajes a empresas públicas y privadas, nexos inconfesables de expresidentes, familiares hiperactivos, saunas, divorciadas despechadas, chicas de compañía, contratación pública escandalosa y ataques a los contapoderes.

Muchas veces me he preguntado si en Génova 13 realizan alguna vez un ejercicio similar de aproximación a sus votantes y a lo que piensan durante las noches de insomnio. ¿Son por allí todavía capaces de levantar la vista por encima de los papeles donde figuran los resultados de las encuestas? Cuesta pensarlo. O a lo mejor es que han emprendido una estrategia tan diversa y diversificada que cuesta detectarla a simple vista.

El guau guau

Pero diría que alguno de sus votantes ha podido dudar durante las últimas semanas acerca de lo que realmente persigue el Partido Popular. No hace muchos días, el presidente andaluz se descolgaba con una propuesta que pudo provocar una eclosión hemorroidal en los autónomos que recientemente hayan afrontado un incremento de su cuota mensual. Juanma Moreno prometió una deducción fiscal de 100 euros para los dueños de los perros, seguramente con la esperanza de conseguir el apoyo de quienes pasean por la mañana a un galgo y en junio aspiran a que les salga la declaración a devolver.

Si hay cinco cuestiones existenciales en la España actual, ésas son la demográfica, la vivienda, la inmigración, las pensiones y el modelo territorial. Frente a eso, Moreno ha acariciado un chucho. Este miércoles, una semana después, ha dado un giro antropomorfo a su campaña y ha anunciado una rebaja de 200 euros del IRPF por hijo para los andaluces. A simple vista, parece positivo, pero a lo mejor, antes de prometer ayudas, sería preferible reducir impuestos a la actividad empresarial -los que estén en su mano, claro está- o abogar por el incremento de la producción, de la competitividad y, por tanto, de las retribuciones de los trabajadores. Frente a la racionalidad, el perrito. El guau guau. El populismo de precampaña. El desafío a la inteligencia del personal, que a lo mejor incluso se cree que van a nacer niños por millares tras prometer 200 euros de deducción fiscal.

Es difícil pretender ser liberal en estos tiempos sin ahogarse en reflujo gastroesofágico, derivado del estrés y la frustración. Mientras el lector de prensa conservador tenía constancia de esa propuesta, en su televisor aparecían reacciones -alguna, con balbuceo incluido- de los portavoces populares sobre la guerra de Oriente Medio, que el Gobierno ha intentado patrimonializar durante las últimas semanas con la misma falta de escrúpulos con la que ha realizado esta maniobra con otros temas. Pero, igualmente, a sabiendas de que este tema llega a la parte central del corazón del simpatizante del espectro Podemos-Sumar.

Blanco y negro, a la vez

Sobra decir que a Sánchez le importa un bledo la situación de los gazatíes. Su guerra es otra y no es fácil de ganar, pero parece dispuesto a utilizar cualquier arma que tenga a su alcance para ganarla. Por lo civil y por lo criminal. Incluso aunque implique subir a un barco a 60 personas para ir a escoltar a la Flotilla kumbayá y hacer el paripé propagandístico. ¿Cómo responder ante esta campaña tan disparatada? Sin salirse del renglón ni saltarse el guión. Podría el PP afirmar que la postura diplomática española para con Palestina la determina en último término la Unión Europea; o incluso limitarse a señalar la burda utilización del conflicto por parte de Pedro Sánchez, tanto dentro como fuera de España. Podría incluso deducir que su discurso debe centrarse en cuestiones más relevantes y potencialmente lesivas para un Gobierno tan desgastado.

¿Lo ha hecho? Juanma Moreno, María Guardiola y Alfonso Rueda han tenido posturas activistas contra Israel. ¿Están equivocados al juzgar ese conflicto? Ésa no es la pregunta. La clave es: ¿por qué a nuestros votantes les decimos una cosa desde el quinto piso y la contraria desde la entreplanta? He aquí el PP de nuestros días.

Así que este fin de semana hablaba Núñez Feijóo de inmigración -con propuestas bastante lógicas, por cierto- y la pregunta que podría plantearse es si lo hacía desde el convencimiento o simplemente porque sus asesores consideran que el crecimiento de Vox en las encuestas se explica en la política moderada del PP para con este tema, que resulta de una importancia fundamental 'a pie de barrio' y, por cierto, sobre el que las extremas izquierda y derecha suelen hacer demagogia barata.

El mensaje de RTVE

Sobra decir que Javier Ruiz atacaba sin cuartel a Feijóo el lunes y le acusaba de acercarse a la posición de los "extremistas" de Vox, aunque, reitero, lo que planteaba tenía mucha lógica, como es el control de fronteras y la restricción de las ayudas a los recién llegados. El programa de La 1 lo veía el 15,6% de la audiencia; espectadores de izquierdas que estaban dispersos y que ahora se han concentrado en RTVE, que crece sin parar y que cada vez está más escorada, pero que cada vez sigue más gente que, a lo mejor, hace unas semanas estaba desmovilizada y desmotivada. El Gobierno sabe lo que quiere y usa sus recursos (con pocos escrúpulos, claro está).

Mientras, el PP titubea y se comporta como el pretendiente inseguro ante sus votantes, incapaces de expresarse con rotundidad sobre el modelo de Estado que quiere, sobre su intención de liberalizar o no el suelo para aliviar la crisis de la vivienda, sobre su proyecto para con las pensiones, sobre su política impositiva si llega al Gobierno, sobre todo lo que hará para recuperar la confianza en las instituciones; o sobre sus planes para con todo el sector público, público-empresarial y privado español, en el que Sánchez ha tomado posiciones -gastando ingentes cantidades de dinero público- y situado a peones en todos y cada uno de los Consejos de Administración donde le han dejado.

Sospecho que la encuesta del vende-burras de Redondo exagera por lo alto y por lo bajo. Quiere transmitir al votante de izquierdas que en Sánchez hay esperanza y que la oposición está radicalizada y, por tanto, es peligrosa. Pero mientras el PP se debate acerca de lo que debe ser -e incluso sin saber lo que es-, el Gobierno y toda su 'flotilla' de ministros, opinadores, periodistas y activistas han comenzado el curso con fuego a discreción y han demostrado que saben muy bien lo que quieren. ¿De veras en Génova lo tienen igual de claro?