Ayuso se nos ha desmayado en misa y Rosalía se nos ha desmayado en las nubes, con estigmas de efes de violín como lanzazos. Nuestros domingos santos, eucarísticos, limpios, panificadores, de cosecha celeste y sábana hervida, siguen siendo de la novia joven, la monja joven o la madre joven, que a lo mejor son la misma. Ayuso, con su mano de hierro, caía como una esposa artúrica sobre las losas de la catedral, y Rosalía, con alas de tatuaje, caía de la moto al cielo en un domingo de rayo y milagro. De Madrid a Spotify, la iconografía española, barroca, tridentina, gótica, gitana, romana y madrera, todo a la vez, parecía que se escapaba de su palomar. La iconografía de nuestra música, con espinas y puñales, con lirios y zarzamoras, que Rosalía de repente se ha llevado a Viena como en viaje de novios o en rapto mozartiano, y también la iconografía de la derecha, con señora de cirio y encaje (las mujeres con encaje en misa son otra ofrenda de velas, blancas o negras), con santa con éxtasis o pleuresía, con novia de Dios con arrebato o soponcio teológico, moral, ideológico, amoroso o vasovagal.
Ayuso, Rosalía, han sido como las novias de domingo, las monjas de domingo, las santas de domingo, los iconos de domingo que a lo mejor sólo se ven en domingo porque el resto de la semana sólo vemos políticos con púlpito y coro pero sin misterio. A Ayuso han tenido que sacarla de la Puerta del Sol, donde vive como un cuco o como el Ratoncito Pérez, y llevarla a una iglesia para que se desmaye por transverberación o por colitis, entre los rayos de las vidrieras como flechas divinas o paganas. Así es como el político se convierte en icono, no con discursos sino con apariciones, transfiguraciones, luminiscencias ambiguas y jamacucos ambiguos (Sánchez también se desmayó ambiguamente y luego, tras cinco días de mononucleosis o de metamorfosis, salió de la cama o del capullo transformado en ese vampiro que vemos ahora). Ayuso en misa, desmayándose como una pastorcilla de Fátima o como la Regenta, o arrodillándose al menos, entre la caída evangélica y el juramento templario, estaba justo para la estampita o para la dormición, justo para quedarse en la Almudena, con hornacina y lampadario.
A Ayuso ya la han puesto otras veces de dolorosa con lágrima de diamante (Rosalía) o de cálculo renal (la santidad es sobre todo sufrimiento, porque la enseñanza no es tanto la bondad sino la resignación). Por ejemplo, creo recordar que así más o menos la retrataron, con lágrima no tanto de joya como de rímel, como una mosca de velo de viuda, en el dominical de El Mundo, porque ya digo que el domingo es el sitio para poner los altares, igual que se ponen las mesas de jardín. Así que Ayuso, no sólo en domingo, no sólo en misa en domingo, sino con desfallecimiento o postración o revelación en la misa de domingo, era como Juana de Arco, que no sé si le viene mal o bien ahora al PP de Feijóo eso de la santa bruja y de la derecha de espadón y cristazo. Desmayarse en misa es como desmayarse en el beso, que no se sabe nunca muy bien si es enfermedad, arrobamiento o fingimiento. Pero es una sensibilidad muy de la derecha, como la de desmayarse por el descoco (creo que sólo la derecha decía o dice descoco).
Rosalía no tuvo que esperar al domingo ni para desmayarse ni para subir al altar como a una carroza, pero su iconografía destacaba en el domingo igual que una custodia. Lo de Rosalía, con parafernalia becqueriana y almodovariana, musical y fetichista, orquestal y flamenca, lorquiana y rafaelista, católica e idólatra, aún no sabe uno cómo calificarlo, salvo como hipnótico. Quiero decir que su Lux todavía me puede resultar genial u horroroso, porque de momento uno está como con los sentidos acorchados de ángeles, voces espejadas, poesía y arpegios, que no sabe uno si se le han quedado los oídos llenos de algodón, de cristal o de nieve, o todo a la vez, y se siente un poco entre la sordera y el estruendo, como tras un disparo, y entre la cajita de música en sueños y la cajita de música en la realidad. Pero ya ven que era también en domingo cuando a uno le parecía que Rosalía subía a los cielos con arpa y taconazos, con toca y susurro, como la enfermera guapa que pedía silencio en aquellos carteles de hospital, siempre como hospitales de huérfanos o de soldados.
Lo de Rosalía, con parafernalia becqueriana y almodovariana, musical y fetichista, orquestal y flamenca, lorquiana y rafaelista, católica e idólatra, aún no sabe uno cómo calificarlo, salvo como hipnótico"
Las novias de domingo, las monjas de domingo, las santas de domingo, los iconos de domingo, estaban ahí antes, claro, pero sin que los dioses les pusieran ese foco que sacan los dioses desde sus carros y sus nubarrones los domingos. Ahora precisamente se habla mucho de una película, Los domingos, que yo no he visto pero que parece que va también de una monja joven o una joven que quiere ser monja. Y es que yo creo que una monja joven puede resucitar a Dios, quizá es la única que puede porque es más poderosa que el propio Dios, que necesita a muchos ángeles y planchadoras para lo suyo. La música también necesita ángeles de vez en cuando, entre tanto macarra y tanto latón, y está bien que los haya, aunque nos mientan con el violín o con las pestañas (Rosalía a lo mejor miente un poco con tanto violín, como Lana del Rey miente un poco con tanta pestaña). Pero en la política no creo que necesitemos tanto ángel, tanto santo o santón, ni tanta orquesta. Son contraproducentes y engañosos, más bien. Lo que pasa es que España es así, salimos un domingo y nos encontramos con un ángel o con una procesión, con un milagro o con una gaita, que para eso es domingo. Eso sí, no todos se dan cuenta de que la realidad no funciona como los domingos, dándonos, así como así, novias, esperanzas, consuelos o prodigios.
Te puede interesar