Van a hacer falta muchas películas de legionarios con ojo de telaraña, parietal de latón y golondrino fascista, a ver si se nos olvida todo lo de Cerdán y Leire Díez, uno despachando desde Ferraz su negocio de mordidas (según la UCO) y la otra despachando con el propio Cerdán y Antonio Hernando, del gabinete de Moncloa, sus arreglillos de las cloacas (según la fontanera). Yo creo que el que debe de tener ojo de telaraña y parietal de latón es Sánchez, que nunca se enteró de nada, no sabemos si porque dentro de la sesera sólo había un jaleo de cañonazos y cornetazos, como aquel novio de la Muerte o de Franco. Algo de eso debe de tener nuestro presidente, sordera castrense, ceguera ideológica o calcificación maxilofacial, porque ni Leire ni Cerdán se puede decir que fueran discretos, una sacando siempre las pistolas y el otro gastando igual que un quinielista de 14 de los de Franco, que entonces la quiniela era como ahora el pelotazo. Cerdán, a pesar de su cosa de señor con gorra y talega, y su mujer, Paqui, a pesar de su cosa de señora con pareo y caña, decía el socio Antxon Alonso que “no eran nada discretos”, que “no hacían más que gastar y gastar”. Tanto que a Paqui la conocían, como si fuera una dama de El Pardo, todas las vendedoras de El Corte Inglés. No debe de tener nadie Sánchez allí, que una cosa es tener fiscales y otra tener dependientes.

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Por lo visto, la señorita de muestras de perfumes de El Corte Inglés, que caza como con cazamariposas para señoras, pudo sospechar antes que Sánchez que ahí había algo raro, un chanchullo, una herencia, una bonoloto, una traición. O la de la joyería, que quizá no pudo evitar ver que una señora como de matrimonio de chiringuito se compraba joyas como de amante (eso se nota, como quien se pone braguitas de amante o tetas de amante). Incluso la de la zapatería, acostumbrada a ver demasiadas señoras en la carroza de sus pies, pudo darse cuenta de que era mucha carroza o muchos pies lo de aquella señora. A lo mejor a Sánchez no le hacía falta tener a tanta gente en la Fiscalía, diciendo lo mismo mientras parecen coser (la gente con toga parece que está siempre cosiéndosela, como una abuela su bata), ni tanta gente en TVE, diciendo lo mismo mientras parece pensar (como don Pimpón parecía pensar y sólo se sostenía la cabeza antinatural y grimosa). Ni tanta gente, en realidad, por los organismos y las instituciones, haciendo sanchismo de pasillo, apostolado de cortina, peloteo de bisagra o fontanería de dosier. Más falta le hubiera hecho tener a alguien en El Corte Inglés, donde transcurre la vida de España real y ficticiamente, como en la Navidad de La gran familia.

Con alguien en El Corte Inglés, que tampoco se hubiera notado (son atentos pero te miran como con mira telescópica, así que uno está siempre entre comprar, esquivar o escapar); con alguien allí, entre los sueños de joyería, sombrerería y colchonería del españolito, esos sueños de Emidio Tucci (se mueven como en sueños sus modelos o toda la marca); con alguien allí, en fin, no hubiera sufrido Sánchez tanta traición, tanto dolor, tanta osteoporosis, tanto eccema. Podría haber visto Sánchez fácilmente, y mucho antes, si el sanchismo se maleaba o se pervertía, que allí están todas las tentaciones con velo de celofán o cajita acolchada. Quiero decir que entre pelucos y pashminas se pueden ver las inclinaciones y se podría haber visto incluso alguna chistorra, que allí sonaría un poco a chistera. Pero supongo que ni siquiera Sánchez puede estar en todos lados, teniendo que estar pendiente, claro, de “lo que de verdad importa”, como nos decía en su vídeo de aniversario, o de cumpleaños, o de autoayuda. Fíjense que Sánchez ni siquiera puso a nadie por los mesones ni los puticlubs, donde se cogen corruptos como hongos.

Sánchez está solo, rodeado de enemigos y traidores que, eso sí, le hacen caso en todo pero sólo para su beneficio particular

Quizá Sánchez no se quedó sordo ni ciego ni ciclán ni zambo por la guerra ni por el Peugeot (aunque lo del Peugeot tenía que ser como montar a caballo, de ahí la dureza y la derechura de sus tipos duros, que llegaron del rancho directamente a la Moncloa o directamente a la mordida). Quizá Sánchez, simplemente, no tiene gente suficiente para que esté en todos lados, con la de tertulias, organismos, guardarropías y sumideros que hay que llenar. Aunque, claro, ahora uno duda de que Sánchez tenga verdaderamente a tanta gente, que tenga a alguien siquiera. Yo diría que Sánchez no tenía a nadie ni en Ferraz, nadie que le contara que por allí, por la planta noble de los cargos nobles, el despacho de Cerdán olía un poco a chistorra y a fregadero, incluso cuando llegaba gente de la Moncloa. Ni tampoco tenía nadie en los ministerios, alguien que le contara que había un tipo por ahí, Koldo, que parecía estar moviendo sofás todo el tiempo. Me parece que no tenía a nadie siquiera en su propia Moncloa. Quiero decir que, por lo visto, tampoco Hernando (quizá porque parece el paragüero de su gabinete y a lo mejor lo era) le refirió los peligros de la osada fontanera, que venía con un pen y un coletero como con un Colt y un lazo.

Al final va a resultar que a Sánchez no le habían volado la oreja como un huevo (“huevo de águila”, decía Gerardo Diego refiriéndose a Franco, aunque no sé si en ese sentido). Lo que pasa es que, simplemente, no tiene a nadie. Sánchez está solo, rodeado de enemigos y traidores que, eso sí, le hacen caso en todo pero sólo para su beneficio particular. Está solo, solo con su calavera y su tumba, como Hamlet. Por eso escucha Radio 3 y lee esos libros de solterona (o no escucha ni lee nada de eso pero lo finge, que es más triste). Sí, Cerdán puede ser el nexo entre los ministerios y las empresas amañadoras de la obra pública, puede ser incluso el nexo entre la Moncloa y las cloacas si aceptamos que Hernando no estaba allí, con Leire, de paragüero o escobero. Pero Sánchez es imposible que tenga conocimiento de todo esto, de lo que pasa en Ferraz, en los ministerios, en su casa o en El Corte Inglés. Es imposible porque está claro que no tiene a nadie, que está solo, como hemos visto. No hay otra explicación. Y si no, con unas cuantas películas más de legionarios con mella de oro podrida, unos cuantos documentales más con Franco y pan negro, y unos cuantos chistes más de Wyoming sobre chistorras, que sólo eran como el malvavisco de los cowboys del Peugeot, seguro que se lo terminan creyendo.

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