A la derecha de Puigdemont hay otra ultraderecha independentista que ya se ha salido del espectro y del mapa y yo creo que lo que quieren es ser franceses, o incluso se creen ya franceses, no con un imperio pero sí con algún queso que justifique el chovinismo y el amaneramiento. Siempre se puede ser más de derechas, más nacionalista, más de la sangre de la tierra o del queso de la tierra, y eso está dejando a Junts ya un poco fuera de juego, que Puigdemont es como si hubiera estado haciendo requesón españolista y manchego con Sánchez. Según las encuestas del CIS catalán (con las precauciones que se deben tomar ante estas encuestas de autor), la Aliança Catalana de Silvia Orriols, francesa de Ripoll, sueca de Gerona o quizá sólo portuguesa de Francia, ya estaría empatada con Junts. Parece que en la Francia con payeses también hay pendulazo a la derecha, propiciado, sigue creyendo uno, por las izquierdas absurdas, fanáticas o directamente falsas (el socialismo de Sánchez). Pero también diría uno que a Puigdemont se le está acabando el mito, el carisma o el crédito, ese vivir de la tristeza y del fracaso como los poetas o, en realidad, como todos los indepes, que conmemoran las derrotas mientras preparan, secreta y ansiosamente, la siguiente.
Se había acostumbrado ya uno a Puigdemont, a su melancolía de Pierrot (el personaje de Pierrot es un enharinamiento y un apucheramiento francés del de la comedia italiana, así que le pega a este otro afrancesado o enfrancesado de las dehesas que es Puigdemont). Casi daba ternura su épica cobardica (la de todo el independentismo, ya lo he dicho alguna vez, que todavía pretende que su revolución francesa con vacas se la haga España, su gobierno o su Tribunal Supremo). Como daba ternura su presencia por temporadas o apariciones y su protagonismo sin mucho éxito. Esquerra, que apostó por el posibilismo, o sea la pela, la paciencia y el rearme, consiguió más de Sánchez, pero Puigdemont quería sobre todo simbolismo, pleitesías ceremoniales, que es de lo que él vivía como un duque tieso, como un señorito rijoso que pedía danzas de siete velos de Sánchez. Yo creo que eso de que Cerdán fuera a verlo a Suiza, como si Puigdemont fuera un príncipe elector con trono de pieles, le parecía bastante, y lo demás era excusa o calderilla. Puigdemont no necesitaba tanto obtener como ser, su política era la legitimidad de su persona, la esmirriada pero evocadora mitología de su persona, como un rey velloso al que mató un oso. Cuando ha roto con Sánchez (más o menos) no ha sido por logros o fracasos, sino porque venía Orriols con la mitología renovada.
Se había acostumbrado uno a Puigdemont, ya digo. Puigdemont sigue llevando encima, como un gorrioncillo en el bolsillo, esa frágil y temblorosa republiqueta de un segundo, a la vez pomposa y cómica, como el vals del segundo de Les Luthiers. Esa gloriosa revolución francesa de franceses algo vagos (o que sólo tenían un moscoso de funcionario de la causa, lo justo para el 1-O), esa multitudinaria revolución francesa de domingueros con abuela que tumbó un solo cartero llevando el papelito del 155 como si llevara un aviso de la compañía eléctrica. Puigdemont era todo eso, esa gloria descabalgada, ese rey shakesperiano buscando un utilitario, ese héroe del pueblo que se fue de vinos y no volvió. Y ahora, ya ven, dentro de poco a lo mejor ya no pinta nada, ni en la Cataluña de Waterloo ni en la Francia de Gerona ni en la España del Cid. Se nos va a quedar amustiado antes que amnistiado el presidente en el exilio, la dinastía de uno solo, la Cataluña pura e irredenta que era él, aunque cuando se atrevió a venir se escapó enseguida como un torero, españolísimamente.
Va a echar uno de menos a Puigdemont, me da la impresión. Incluso a Míriam Nogueras, que era como su princesa Xena con mal despertar. Una Míriam Nogueras que, digo yo, para Orriols, que es de la Francia del Ampurdán o de la Suecia de Francia quizá, debe de ser algo así como la mora Azofaifa, dulce y africana. Siempre se puede ser más catalana, más pura, más exigente, más dura, más aria, y los pactos y las rupturas de Puigdemont con Sánchez no han sido nada de eso, que parecían no ya que bailaban el tango de los reproches sino las sevillanas del adiós. Orriols ya empata con Puigdemont, al que quizá se le ha acabado el tiempo, la mecha, el aura, el alpiste o algo. En realidad, Puigdemont le ha pedido volver a Sánchez de una manera bastante brutal, o sea sugiriéndole la ruptura definitiva con la legalidad. Y nada más práctico ni más simbólico para ello que montarles a los revolucionarios indepes el referéndum que no se atreven a montar ellos, otra vez, por si viene el cartero, ya saben. Realmente suena desesperado, pero es que Puigdemont y Sánchez lo están.
Orriols ya empata con Puigdemont, al que quizá se le ha acabado el tiempo, la mecha, el aura, el alpiste o algo
No sabemos si Orriols quiere pela, hemogramas, acordeón, medievo o qué. De momento, yo creo que lo que le hace más ilusión es que no la entienda nadie más allá de sus palafitos, según pudo ver uno en una entrevista que le hicieron / no hicieron. Ella habla catalán para que no la entiendan, o sin darse cuenta de que no la entienden, como esas tribus perdidas que creen que el antropólogo o el reportero que los visita simplemente no sabe hablar. Esto en realidad queda poco fino y poco parisino, pero es que ellos no son franceses ni van a hacer una revolución francesa con lechera nunca, a menos que se la haga Sánchez, claro. Aunque, si pudiera hacer algo desde el pulmón de acero que es ahora la Moncloa, Sánchez haría su revolución antes que la de estos sans-culottes con culottes, señoritos, perezosos y camastrones.
Orriols llega con algo más de asquito, de manguerazo, de naricilla arrugada, de catalanismo napoleónico, de paletismo normando, de cancán aranés, de racismo científico o estadístico, de olor a queso de la patria, que en realidad huele como todos los quesos y todas las patrias. Pero no sabe uno si por la Cataluña revolucionaria o posibilista notarán mucho esto, o sea la diferencia. Quiero decir que hasta Ayuso le da caña (caña un poco cañí) a Vox, pero entre Puigdemont y Orriols quizá sólo hay una diferencia coyuntural o temporal, que uno ya se ha quemado con Sánchez y la otra sólo se quema, de momento, con sus propias teas. Allí ni siquiera son diferentes las izquierdas y las derechas, unidas en la misma revolución identitaria, liberal y gallina. Lo que tiene Orriols es la novedad, como si acabara de encender el cirio, de prender el contenedor o de sacar de la quesera, como de un sagrario, el mismo queso de la patria que sacó antes el otro. Eso sí, si Orriols se come a Puigdemont lo vamos a echar de menos, que ya parece el que inventó todo esto, el procés catalán y hasta el procés español, como el que inventó el queso.
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