Yo creo que nadie pensaba ya en Paco Salazar después de ver a Sánchez con chaleco de barman o de mago presentándonos el misterio o el prodigio de su resumen de Spotify como el barman o el mago nos presentan el misterio o el prodigio de una cucharilla. Al presidente le gusta el cool jazz, como a los cocteleros, los magos, los ligones de piano bar y los que se ponen chaleco para ir de guais o para estafar, así que ya nos había hipnotizado o drogado para una buena temporada. No entiende uno, pues, que luego saliera con eso de que “asumía en primera persona” el error de Salazar, o con Salazar, o después de Salazar. Estábamos ya todos oyendo cool jazz, como divorciados de Tinder, y art pop, como hipsters pasados de moda, más un poco de rock e indie por lo del rollo duro y vulnerable a la vez, y otro poco de electrónica por lo del sensible que es marchoso a pesar de todo. Sánchez nos había seducido con su Spotify, tan guay y casual; nos había conquistado poniendo discos con los ojos gachos bajo el flequillo, como el chaval tímido pero irresistible del guateque, aún más con sus 83 años de edad musical, como un vampiro emo. Y justo entonces habla de Salazar y se rompe ese encanto, tan frágil, del tocadiscos, el sofá y el pulpo.
Suena de fondo la música mentirosa de los ligones, con manivela para el tocadiscos y para la cama, mientras uno no deja de darle vueltas a eso de que Sánchez “asume en primera persona el error”. Sánchez va pasando de Barry White a baboso de oficina y uno se da cuenta de que la frase tiene dos problemas: qué significa para Sánchez asumir en primera persona y a qué error se refiere en toda la cadena de errores sucesivos con Salazar. Suena lejano y pegajoso el cool jazz, que siempre ha sonado a emborrachar a la vecina, y uno se da cuenta de que asumir significa que Sánchez pasa y olvida, como el que bebe y olvida (el truhan español, tan discográfico). Suena el indie rock, que aquí no llega a ser rock ni indie, simplemente es la música que tocan viejóvenes un poco desfondados, vestidos para el tardeo, y uno se da cuenta de que con Salazar, desde que era el quinto del Peugeot, como el quinto beatle, hasta llegar a la Moncloa y casi a secretario de Organización del PSOE, Sánchez ha cometido probablemente cientos de errores, más o menos igual que con Cerdán y Ábalos.
Con Salazar, desde que era el quinto del Peugeot, como el quinto beatle, Sánchez ha cometido probablemente cientos de errores, más o menos igual que con Cerdán y Ábalos
Suena como un lagrimeo metálico el rock de los carrozas, la súplica o el grito del boomer, o del más joven que ya aspira a la súplica o al grito, mientras uno intenta repasar los errores. Sí, a qué error puede referirse nuestro presidente, tan superguay como aquél de La casa azul: el error de conocer a Salazar, de introducirlo en su círculo, de fiarse de él, de darle confianza, de darle carguitos, de tenerlo por la Moncloa con la bragueta abierta llena de moscas como el ojo de un burro, de no enterarse de nada, de no querer enterarse cuando se ha enterado, de haberse enterado y no hacer nada, de decir que hace cuando no hace… Pero parece que se refiere al error de no comunicarse adecuadamente con las víctimas, cosa que, según él, ni siquiera estaba en su mano, ya que el órgano antiacoso, especie de órgano antiórgano, es totalmente autónomo e impermeable a la influencia de la Ejecutiva o de su presidente discotequero (como si hubiera algo independiente en el sanchismo). Es el error que menos sentido tiene admitir, aunque quizá el único que puede permitirse. Así Sánchez cambia el disco, antes de que la vecinita se duerma o quizá se marche porque la magia se ha ido, como la Susanna de The Art Company.
Suena artificioso, cargante y desganado el art pop, que es lo que dicen escuchar o hacer los que se avergüenzan de escuchar o hacer simple pop (a veces, es sólo el pop que no se vende), y uno lo que piensa es que de nuevo todo tiene una lógica de lo sencillo y lo evidente que no necesita demasiada orquestación: Salazar era un hombre poderoso (lo había hecho Sánchez poderoso), actuaba como un hombre poderoso y ha sido tratado como un hombre poderoso. Lo siguen tratando así, quiero decir, o sea que se pierden los papeles, se olvidan las denuncias, las víctimas y los principios, e incluso se le busca acomodo entre los muchos huecos que tiene el sanchismo por ahí entre libros y vinilos de adorno. Suena, machacona, hipnótica y catastrófica, como el sanchismo, la música electrónica, que es la epilepsia de la música, y uno lo que piensa es que al más alto nivel de confianza y cargos sólo llegaban buenos soldados sanchistas, que el soldado conoce las fealdades de la guerra y de sus jefes en la guerra, y que a alguien que es buen soldado y sabe mucho no se le puede abandonar, como al colega de ligues.
Suena un remix golfo disfrazado de sensible y lo que uno piensa es que Salazar era tan feminista y tan socialista como Ábalos, como Koldo, como María Jesús Montero, como cualquier otro en este PSOE, como el propio Sánchez, o sea todo y nada. Sánchez no tendría que haber hablado de Salazar, que el sanchismo y el españolito son olvidadizos y todo se pasa y se perdona. Nos hubiéramos quedado este fin de semana con su cosa de travoltín apenas sofisticado, de alternativo mainstream, aunque sospechemos que todo está preparado, como sus coros, sus petanquistas y sus espontáneos, y en realidad Sánchez es tan falso y pobre musicalmente como política y humanamente. Suena la canción más escuchada de Sánchez, que suena a aburrimiento en domingo y a lluvia de canalón poetizada para los bobos; suena de fondo una música mentirosa y venenosa, entre el postureo y la burundanga, y uno se vuelve a dar cuenta de que a Sánchez no le importan el feminismo, la política, la moral, la música ni nada, sólo meter mano.
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