Desde que Madrid es destino, la Semana Santa no ha vuelto a ser lo que era en la capital: calles desiertas, todo cerrado, nada que hacer. Nada que ver: el centro es estos días un hervidero, y no (solo) para ver las procesiones, pálidos remedos de lo que sucede en Sevilla, Zamora y otros epicentros españoles de la Pasión de Cristo. Los visitantes llenan los bares que antes cerraban por vacaciones, agotan las entradas de los musicales y suben y bajan las escaleras mecánicas de tres carriles del Primark de Gran Vía. O se recorren los 10 kilómetros que separan el centro de Ifema para hacerse fotos en los escenarios de Friends recreados en el pabellón 14, previo pago de 20 euros.

Pero sin salir del centro ni gastarse un euro hay un plan ineludible. Está en el Museo de Historia de Madrid. El viejo hospicio, con su churrigueresca portada de granito, ya es de por sí un oasis apetecible, con el imponente San Fernando ante la Virgen de Luca Giordano que preside la capilla desacralizada con sus 24 metros cuadrados de pintura, pintura. O la extraordinaria Fuente de la Fama de Pedro de Ribera en un patio casi siempre desierto. Pero estos días, y hasta el 1 de junio, acoge una exposición especialmente recomendable. Se trata de ¡Viva la bohemia!, un recorrido por los bajos fondos de la vida literaria y artística madrileña.

Literatos indigentes

En 1920, Valle-Inclán publicó por entregas en la revista España sus Luces de bohemia. Aquel esperpento inaugural no solo es una obra maestra de la literatura española, sino un afinado destilado del modo de vida de los bohemios, esos artistas empeñados en escribir o crear desde los márgenes sin hacer concesiones a las exigencias y convenciones burguesas. Y de la que el propio Valle-Inclán fue un ejemplo esclarecido, como demuestra la carta que en un alarde esperpéntico le dirigió un "30 de febrero" de 1902 al director de la Real Academia Española, Juan de la Pezuela, que se puede ver y leer en la exposición: "Hallándome incluido por mi mal, en el triste número de los literatos indigentes, me permito acudir a Vuecencia, solicitando con el debido respeto, que la Real Academia Española se digne atender mi situación angustiosa, con algún donativo de la Fundación San Gaspar", instituida en 1895 para "ayudas y socorros" de escritores.

Alejandro Sawa, el Grande, en la exposición del Museo de Historia de Madrid.

Pocos como Valle-Inclán conocían mejor el ambiente y la historia de esa estirpe, esa caterva que desde mediados del XIX se reconoció y se refociló en las Escenas de la vida bohemia inmortalizadas por el escritor francés Henri Murger. Las peripecias de los artistas acantonados en las buhardillas del Barrio Latino de París fijaron el canon de lo bohemio, palabra que viene de la identificación de los gitanos, libres y rebeldes, con el territorio centroeuropeo del mismo nombre. Inspiraron cincuenta años después la icónica ópera de Puccini. Pero también estimularon la imaginación de artistas de toda Europa, que acudieron a París con la ilusión de triunfar en la capital del arte y la cultura, pero también de experimentar la libertad y las sensaciones de la vida bohemia.

Españoles en París

La primera sección de la exposición comisariada por Alberto Martín Márquez se ocupa precisamente de aquellos pioneros españoles que viajaron a París. Artistas como Ramón Casas, Martín Rico, Eliseo Merfrén o Anglada Camarasa, representados con su obra en la exposición gracias a la generosidad y los fondos ingentes de instituciones como el Museo del Prado y de colecciones privadas. Pero se detiene en dos menos conocidos para el gran público como el gaditano Enrique Ochoa o el almeriense Manuel Luque.

De Ochoa, que ilustró cubiertas para escritores del círculo bohemio como Antonio de Hoyos y Vinent, Eliodoro Puche o Rubén Darío, hay tres preciosos dibujos que ilustran las penalidades del artista lampante. "El Universo tiene tres hijos nacidos el mismo día: el amor a la verdad, el amor al bien y el amor a la belleza", puede leerse bajo un banco en el que están por triplicado el artista pintor, el escritor y el músico hambrientos y ateridos de frío. En cuanto a Luque, tuvo la fortuna de hacer carrera como caricaturista en la prensa francesa gracias a sus célebres representaciones de poetas malditos como Verlaine, Mallarmé o Rimbaud.

De las peripecias bohemias de los españoles en Madrid hay numerosos testimonios literarios, también recogidos en la exposición: Los españoles en París de Luis Bonafoux, La bohemia española en París de Isidoro L. Lapuya o las Sensaciones de París y de Madrid de Enrique Gómez Carrillo.

Memorias de un joven flaco

Los ecos de París llegaron a España. Mucho antes de que la zarzuela La golfemia (1900) parodiara La Bohème de Puccini, y de que en 1904 triunfara Bohemios, de Amadeo Vives, comenzaron a aflorar los frutos y estampas de la primera generación de la bohemia española, escritores postrománticos vinculados al periodismo y el teatro y unidos por la precariedad. Ilusionados con triunfar en el mundo del arte y la literatura. Algunos también con la revolución. Muchos de ellos estuvieron en las barricadas madrileñas de 1854.

Pocos años después llegaría la que se considera novela inaugural de la literatura bohemia española. Se trata de El frac azul. Memorias de un joven flaco (1864), de Enrique Pérez Escrich, una obra de carácter autobiográfico que advertía a los jóvenes letraheridos de los riesgos del camino de la fama. Sesenta años antes del valleinclanesco callejón del Gato, en El frac azul se pueden reconocer, junto al alter ego de Pérez Escrich, a escritores como Florencio Moreno Godino, conocido como Floro Moro Godo, otro conspicuo bohemio. "Yo tengo el orgullo, quizá legítimo, de ser el Colón de la noche, el explorador de esos mares de sombra que tienen por riberas la miseria y el vicio", escribía en "Madrid de noche", artículo publicado en 1867 en la revista satírica Gil Blas. "Yo me he sumergido en la profundidades de lo profundo (...), yo he sondeado sitios recónditos, he huroneado madrigueras desconocidas, he sorprendido misterios de los que la gente diurna no puede formarse idea".

Aquella bohemia precursora dio lugar a la segunda generación de bohemios, la llamada Gente Nueva dispuesta a inmolarse con tal de acabar con lo anticuado y poner en evidencia la mediocridad y ramplonería de la sociedad española finisecular. Tachados de modernos o modernistas por sus enemigos, ejecutaron la maniobra de apropiarse de la descalificación y esgrimirla con orgullo. Comprometidos con frecuencia con el socialismo y el anarquismo, se arracimaron en periódicos y semanarios como Democracia social, Don Quijote, La Piqueta o Germinal, dirigido por el dramaturgo Joaquín Dicenta, príncipe de la Gente Nueva, que en la muestra se aparece en un retrato magistral de Ramón Casas.

Retrato de Joaquín Dicenta por Ramón Casas.

Alejandro Sawa: loco, ciego y furioso

Pero si hay alguien que representa la vida bohemia, y el prototipo de genio libre, nocturno e inadaptado, ese es Alejandro Sawa. El escritor que inspiró el personaje de Max Estrella de Luces de bohemia merece un espacio muy especial en la muestra del Museo de Historia de Madrid.

Jamás hombre más nacido
para el placer fue al dolor
más derecho

Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor,
tan deshecho

El epitafio que le escribió Manuel Machado describe a la perfección al hombre que en 1909 murió "loco, ciego y furioso", como escribió Valle-Inclán a Rubén Darío después de visitarle de cuerpo presente en su casa de Conde Duque 3. Precisamente con el poeta nicaragüense intercambió Sawa dos cartas elocuentes que se pueden ver en la exposición y que documentan la situación desesperada que vivió en la última etapa de su corta vida el amigo español de Verlaine. En la primera, de junio de 1905, firmada como Alex, escribe a su "querido" Rubén, "amigo y maestro":

Mi padre está expirando. Figúrate mi situación, agravada aún por invencibles dificultades económicas. Ven en mi ayuda.

Tres años después, pocos meses antes de morir, escribe "al señor don Rubén Darío" exigiéndole el pago de unos artículos que habría escrito en su nombre para el diario La Prensa de Buenos Aires:

¿Me impulsas a la violencia? Pues sea. Yo no soy ya el amigo herido por la desgracia que pide ayuda al que consideraba como un gran amigo suyo: soy un acreedor que presenta la cuenta de su trabajo (...). No te extrañe que, en caso de insolvencia por tu parte, lleve el asunto a los tribunales y de cuenta a 'La Nación' y a tu gobierno de lo que me pasa. Yo lo haré todo y lo intentaré todo por rectificar esas anomalías de tu conducta. En cambio, puedes contar con mi absoluto silencio si das satisfacción, sin escándalo, a mis reclamaciones. Serás en lo porvenir, para mí, como un muerto, ó mejor, como si no hubieras existido jamás.

Después de Sawa y su póstumo Iluminaciones en la sombra solo podía venir Valle-Inclán a bajar la persiana de la bohemia con su genial esperpento. Luego llegaría la golfemia, el lumpen, el arte del sablazo formalizado por Pedro Luis de Gálvez, la fascinación por los bajos fondos de Emilio Carrere, y el higienismo socialista y regeneracionista para tratar de remediar la miseria que reflejan las películas pioneras filmadas en 1905 por Alice Guy proyectadas en una exposición que ilumina ese universo de los "empedernidos bohemios" que, como escribió Ricardo Baroja en Gente del 98, "vivían como podían, a salto de mata. Escribían en periódicos que no pagaban o que lo hacían muy mal; pintaban cuadros que no vendían; publicaban versos que nadie leía; dibujaban caricaturas que no quería nadie". Mártires de la creación a los que merece la pena reivindicar en esta semana de Pasión.