"Se puede hacer de todo en la vida. Te das una rayita un día y no pasa nada. Te fumas un porro y no pasa nada (...). Todo se puede hacer en la vida con método. Después, estás tres días tranquila bebiendo agua mineral y comiéndote un potaje bueno". En 1988, Lola Flores confesaba en El perro verde, programa de entrevistas de Jesús Quintero en Televisión Española, que había probado "la cocaína y el porro". "En un momento dado, porque he estado cansada, me han dado un toquecito, que está muy amargo, pero un día. Así eso lo puede hacer todo el mundo".
No fue la primera ni la última vez que la Faraona habló de la cocaína con una naturalidad insólita en nuestro país. Casi nadie lo hacía entonces, cuando era un placer asociado a la jet set y a la farándula, ni ahora que se ha democratizado y está al alcance de todos –el gramo de cocaína no ha variado de precio en los últimos cuarenta años: las 10.000 pesetas de 1982 son los 60 euros de ahora, solo que el valor de entonces equivaldría a casi 300 euros en 2025–.
Las estadísticas dicen que España duplica el consumo medio europeo, y que lo quintuplica en la franja de edad que más consume, la comprendida entre los 30 y los 50 años. Doce de cada 100 españoles adultos, esto es, unos cinco millones, reconocen haberla probado. Pese a ello, "de la coca se habla solo para pillar y nunca por su nombre", escribe David López Canales en ¿Una rayita? ¿Por qué en España se consume tanta cocaína y no se habla de ello? (Anagrama).
Una droga ubicua y secreta
Desde el mismo subtítulo, el libro, que se publica este miércoles, trata de responder a una pregunta incómoda: ¿cómo es posible que una droga ilegal esté tan presente en la vida cotidiana de tantos adultos españoles y, al mismo tiempo, siga siendo un tabú social y político? López Canales observa esa disonancia –entre la ubicuidad del consumo y el silencio público– como punto de partida para un retrato amplio, sin dogmas, del fenómeno, repasando la historia de la cocaína, desde su descubrimiento a su prohibición, deteniéndose en el singular caso español y analizando lo que dice el aumento del consumo y la producción mundial de esta droga –que se estima que se ha triplicado en los últimos diez años– de la sociedad de consumo y las secuelas de la aceleración del paradigma productivo global. "No es un alegato, ni a favor ni en contra. Es una especie de álbum de fotos de realidades que existen y de las que no hablamos", explica López Canales en conversación con El Independiente.
Este ensayo periodístico aborda de manera frontal y documentada una realidad que forma parte de la vida cotidiana de millones de personas, pero que rara vez aparece en el debate público. La tesis del autor es clara: la cocaína se ha normalizado como un consumo adulto, transversal, socialmente tolerado en lo privado pero oculto en lo político, mediático y cultural.
La contradicción se expresan de múltiples maneras. Personas que no conciben salir por la noche sin un gramo en el bolsillo estigmatizan a un político que les cae gordo o que no es de su cuerda ondeando el rumor de que es cocainómano. Llegado el momento aspiracional de la raya, ciudadanos concienciados con la violencia y la injusticia cierran los ojos ante el esquema de violencia, opresión y corrupción que hay detrás del narcotráfico. Incluso se rinde culto a la efigie de Pablo Escobar, impresa en camisetas como icono de no se sabe qué. "Se miran los ingredientes de los alimentos o las etiquetas nutricionales y se cuentan calorías y pasos, pero cuando llegan la noche y la cocaína no hay sistema de medidas que valga", ilustra López Canales en su libro. No preocupa la trazabilidad ni se medita en que lo que se está tomando puede estar cortado con analgésicos, cafeína o un antiparasitario animal.
El precio del silencio
El recorrido del libro es coral y abarca perfiles diversos: desde consumidores ocasionales a adictos, desde médicos hasta camareros, policías o camellos. El fenómeno descrito en ¿Una rayita? apunta a una transformación cultural más profunda: el paso de una cocaína percibida como transgresión a otra entendida como combustible, accesorio o suplemento. El placer ha dado paso a la funcionalidad: rendir más, aguantar más, desconectar más rápido. Como si la droga respondiera, a su manera, a una sociedad agotada.
Aunque la sustancia está cada vez más presente en el ocio adulto, apenas hay campañas de prevención dirigidas a esa franja. La mayoría de los mensajes institucionales siguen centrados en adolescentes y jóvenes, como si la cocaína no fuera también una droga de padres, empleados públicos, responsables políticos o empresarios. Y cuando se menciona en los medios, suele ser en relación con sucesos extremos: accidentes, detenciones, muertes. "Pero no se habla de la cocaína como hablamos del alcohol o los ansiolíticos: con matices, desde la experiencia, con estadísticas y con datos de salud pública", dice López Canales.
¿Y por qué no se habla? En parte, porque hay miedo. La cocaína sigue siendo ilegal y su mención aún activa mecanismos de sospecha, rechazo o censura, incluso cuando no hay consumo problemático. La posibilidad de que un político, una celebridad como Lola Flores o un profesional cualquiera reconozca haberla usado sigue siendo impensable, salvo notables excepciones como el expresidente norteamericano Barack Obama. A diferencia del alcohol o el cannabis, la cocaína sigue encerrada en un silencio estructural y en un esquema prohibicionista sin matices, aunque cada vez más las familias opten por un enfoque de reducción de riesgos, informando y recomendando a los más jóvenes un acercamiento responsable a las drogas.
Un modelo fracasado
Pero ese silencio tiene efectos. No hablar del consumo impide regularlo, entenderlo o prevenir sus daños. ¿Una rayita? "no es un alegato, ni a favor ni en contra", pero plantea con claridad una idea que pocos se atreven siquiera a formular. "Legalizar la cocaína permitiría un consumo regulado, reduciría el poder del narcotráfico, generaría recursos fiscales y ayudaría a que los recursos sanitarios llegaran sin estigma", abunda su autor. El modelo actual, sostiene López Canales, ha fracasado: el consumo aumenta, el negocio ilegal se multiplica y las políticas públicas apenas reaccionan. "Los políticos también son parte del problema, responsables de ese modelo social que propicia que se consuma", añade.
La cocaína como síntoma; esa es otra de las claves del libro. Más allá de la sustancia, lo que ¿Una rayita? pone en cuestión es el tipo de sociedad que la acoge con tanta normalidad. Una sociedad que busca rendimiento, evasión y un placer individual e inmediato para compensar el fracaso en la búsqueda de la felicidad colectiva; que medicaliza el malestar pero estigmatiza la dependencia; que oculta lo que no encaja en su relato de responsabilidad individual. En ese sentido, la cocaína no sería un problema aislado, sino una pista más sobre cómo vivimos.
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