Tras ingerir mi desayuno, naturalmente inglés, en el Library County Hall y hacer un largo y medio en la piscina interior del hotel, Frau Machinen me acompaña a una calle sinsorga muy cercana al hotel, tras Waterloo Station. Al número 13 de la calle Hercules Buildings, en Lambeth. Allí, William Blake terminó El matrimonio del cielo y del infierno.
En Blake’s London: The topographic sublime, el libro citado en los artículos anteriores de esta serie, Iain Sinclair insiste en la ciudad encriptada, pero descifrable, de los libros de este autor cuya vida transcurrió íntegramente en la capital (salvo algunos años en el pueblo de Felpham, en Sussex, al sur de la isla). Londres es la ciudad en la que Blake ve surgir la Nueva Jerusalén.
Se como sea, Hércules Buildings muestran la placa del morador egregio. Es una calle sin nada en particular. ¿Detectan mis sentidos algo especial? ¿Puedo percibir algo más allá de las puertas y ventanas de la vista, el oído o el tacto? Por el momento, no es así. Pero ahí tengo el lugar donde Blake pasó el que quizá sería el período más rico y quizá feliz de su vida. "Lambeth", se puede leer en la portada alguno de sus libros poéticos ilustrados (como en America. A Prophecy), libros muy góticos pero poblados por figuras fornidas renacentistas, que podían haber sido firmados por algún simbolista francés o algún surrealista inglés cien años posterior.
—En el tiempo de Hogarth, de Constable y de Reynolds llegó este fulano que decía hablar con los ángeles del más allá, y, sin preguntar a nadie si podía o no, si interesaba o no, hizo esto. ¿No está mal, no? —considera Frau Machinen. Hay en la manera de enunciar esto un acento de lección vital. El imperativo visionario contrasta con la pobre calle de Lambeth.
—No, no está nada mal. Por eso, hemos quedado en Bloomsbury Way, 20-21.
—¿Pero qué hay, realmente, en Bloomsbury Way, Cortinetti?
—Están los seguidores de Emmanuel Swedenborg: en Bloomsbury Way, 20-21, se encuentra la Swedenborg House.
De lo macabro a lo sublime
Atravesamos Millenium Bridge y pasamos ante la Catedral de San Pablo, el gran templo anglicano, obra vital del arquitecto Christopher Wren. Allí trabajó su discípulo, el también arquitecto Nicholas Hawksmoor. Otro día habrá que hablar sobre este hombre, autor de Saint Christ Church, en Spitalfields, en el East End. Los lectores de Iain Sinclair, Peter Ackroyd y Alan Moore lo conocen. Hoy no me interesan las relaciones entre Hawksmoor y el ocultismo, pero, de las pesquisas de Sinclair et al. me interesa una idea: que todas las iglesias de este artista del XVIII en Londres forman un pentagrama. Para Sinclair, se trata de un pentagrama del mal, pues está ligado a crímenes truculentos.
Ahora movámonos a Blake. Volvamos a Blake, que no mató a una mosca, el pobre. Dejemos de lado esa topografía de lo macabro y dirijámonos con la de lo sublime: ¿qué forma encontramos uniendo los puntos blakeanos de Londres?
Veamos. Nuestro hombre nace en el Soho en 1757. Concretamente, en Broadwick Street, de dicho barrio del centro de Londres. Al parecer, después lo encontraremos en Leicester Square, en el West End. Luego, el joven madura. En Poland Street, 28, de nuevo en el Soho, escribe Canciones de inocencia. Luego, está Lambeth. Luego, su vuelta de Sussex, encontramos asentado al grabador y visionario en South Molton 17, en mi querido barrio de Mayfair. Allí escribe Jerusalem y el Catálogo descriptivo. Luego, está enterrado con su mujer al norte de la City, en Bunhill Fields. Ah, olvidaba: su última casa, el lugar donde ilustró a Dante (su precursor católico), estaba situado en Fountain Court: en el West End. Pues bien, esta casa fue demolida a fines del XIX… ¡en las obras de construcción del Hotel Savoy!
—¡Cáspita! —dice Frau Machinen—. Bueno, ¿y qué forma se dibuja cuando se unen estos puntos?
—Mmm. Luego vamos a uno de esos pubs, de madera crujiente y luz baja, que tanto adoro, y vemos a ver qué sale. Pero ahora tenemos que ir a Swedenborg House.
Swedenborg, sueco y borgiano
El minerólogo, fisiólogo y teólogo sueco Emmanuel Swedenborg, bien conocido por los borgianos, gozó, desde el inicio, de un éxito editorial muy notable en Londres. El Londres swedenborgiano, como el Londres blakeano, no es el Londres del common sense. O sea, Swedenborg afirmaba poder bilocarse y ver a las criaturas del más allá. Entre nosotros, su obra más conocida es Del Cielo y del Infierno, de 1758. Algo más de 30 años después, en la mencionada El matrimonio del cielo y del infierno, nuestro Blake se hace eco, en Lambeth, de la obra de Swedenborg.
Para cuando Blake escribió este libro revolucionario (por cierto también marcado por la Revolución de Francia), de 1793, ya se había distanciado del mundo del maestro sueco, a quien, por cierto, no conoció personalmente. Sí conoció, en cambio, a sus seguidores.
Veamos: Swedenborg murió en Londres en 1772 y fue enterrado en esta misma ciudad, que había visitado continuamente durante décadas, donde había publicado su vasta obra (mencionemos también los ocho volúmenes Arcana Caelestia o Misterios Celestiales). Además de libros, Swedenborg dejó tras de sí una porción de swedenborgianos en Inglaterra.
Algunos de estos swedenborgianos ingleses fundaron la Iglesia Nueva o New Church en 1787 (de varias ramificaciones ulteriores). Hoy sigue en pie. Pues bien, durante algún tiempo más bien corto, Blake y su mujer participan en la vida de esa comunidad, pero luego se distanciaron y cortarían relación con la misma. Y ya en 1790 Blake comienza a trabajar en El matrimonio: en este libro de visiones del trasmundo, Blake parodia a Swedenborg y expresa abiertamente sus dudas sobre la profundidad de las doctrinas que defendió aquel. Pero, en fin, dejando de lado a los feligreses swedenborgianos, la relación entre el teólogo y el poeta debe ser profunda y ambigua…
Cuando entramos en el barrio de Bloomsbury, Frau Machinen me corta y pregunta:
—¿Pero tiene algo que ver la Swedenborg Society con New Church?
—Nada.
Esto era preciso agregarlo, de modo que gracias, Frau Machinen. Mis amigos de la Swedenborg Society o Sociedad Swedenborg es una comunidad filantrópica no religiosa, sino literaria y humanística, que edita y archiva la obra del visionario escandinavo desde 1810. Desde 1925, la sociedad tiene su base en una hermosa casa de ladrillo en Bloomsbury Way, 20-21. Allí me espera Adam Skipper.
—¿Y tuvo algún tipo de relación Blake con la Swedenborg Society?
—Hasta donde yo sé, ninguna.
—¿No es apasionante la cantidad de diversos tipos de swedenborgianos que había en Londres, este Londres visionario, en torno a 1810? —Y añade: —Por el momento sabemos de tres: la teológica New Church, la filantrópica-literaria de Swedenborg Society y luego nuestro Blake, en calidad de hereje solitario. —La verdad es que me llena de alegría y satisfacción que Frau Machinen se refiera al poeta de Lambeth como "nuestro Blake". Puedo decir que este viaje ha sido un auténtico éxito.
El swedenborgiano Adam nos enseña la vieja casa, desde el sótano hasta el piso superior, donde encontramos un busto pétreo del teólogo y las traducciones de su obra por el mundo. Allí, me admiro por las lenguas orientales que desconozco que versionan los numerosos volúmenes, sobre el matrimonio, la exégesis del Apocalipsis o el funcionamiento del cerebro, aparte de los ángeles y los demonios, claro.
Golgonooza con queso
Tras la puerta de ingreso uno tiene un café-librería swedenborgiana. En el interior, estaba teniendo lugar un concierto con baterías de rock. Al parecer, Adam me explica que la Swedenborg Society despliega una gran actividad, con certámenes poéticos e incluso cinematográficos. Pregunto a Adam si tienen algún tipo de reliquia de Swedenborg en el sótano: una astilla de su cráneo, por ejemplo. No entiendo bien la respuesta, pues nos estamos moviendo escaleras arriba, pero me parece que no, no tienen algo así. Quizá, lo han tenido. No me ha quedado claro.
En el café-bar, encuentro un ambiente de parroquianos y un perro que me divierte y me resulta entrañable. Uno de estos plácidos swedenborgianos me dice que existe una relación filosófica entre Swedenborg y el cine.
—Para Swedenborg, los ángeles se comunican no con palabras, sino con imágenes. Es decir, el discurso de un ángel debe ser como una serie de fotogramas.
Con esta idea maravillosa y con unos cuantos libros en la mano que Adam me regala, con gran generosidad (entre ellos Blake’s London: The topographic sublime, editada por Swedenborg Society), salgo a la calle de Bloomsbury.
Definitivamente, pisábamos Frau Machinen y yo un Londres visionario. Siempre, con Blake flotando. Siempre con algún punto blakeano (en Mayfair, en Soho, en el West End, en la City, en Bloomsbury) cerca. El caso es que volvemos a bajar, en dirección al Támesis, y nos perdemos… y terminamos en la gran calle llamada Strand, ante el Hotel Savoy. Volvemos allí.
—¿Cómo se llamaba el chef del Savoy, Cortinetti? —pregunta Frau Machinen.
—Gordon Ramsay —digo.
—Hay que decirle a Ramsay que debería hacer un plato en homenaje a William Blake. Dado que, como sabemos, la construcción del Savoy comportó la destrucción de su última morada en Londres y en este mundo. El Savoy es un punto blakeano y no lo sabíamos. Pero no sé cómo se podría llamar ese plato o qué podría ser.
—Bueno, Blake en la mitología de Blake (en Jerusalem y en su Milton) hay una ciudad, the great City of Golgonooza. Yo creo que Golgonooza es un nombre apropiado para un plato.
—Mmm. "Golgonooza" —repite ella. —Mmm. ¡Golgonooza! No me parece mal. Pero habría que hacerle notar a Gordon Ramsay que algo llamado "Golgonooza" tendría que llevar mogollón de queso.
Sigue haciendo calor. Entonces, nos vamos de allí. Marchamos a un pub a unir los puntos entre los diferentes hogares o enclaves vitales o mortales de William Blake sobre el mapa de Londres, el Londres visionario. ¿Y si sale otro pentagrama? De esta manera, dejamos el Savoy cripto-blakeano a nuestras espaldas. Mientras me alejo, recuerdo que Borges brinda, en un escrito biográfico, esta curiosa información: en 1827, nuestro Blake murió cantando.
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