D'Angelo ha muerto. Según confirmó este martes su familia, el cantante de Brown Sugar y Voodoo ha fallecido a causa de un cáncer. Tenía apenas 51 años. Fue una de las voces más delicadas y misteriosas del soul moderno, un músico capaz de resucitar la sensualidad de los 70 con el pulso del hip hop. También fue, durante unos meses, el hombre más deseado del planeta. Después, simplemente desapareció.
Michael Eugene Archer había nacido en Richmond, Virginia, hijo de un pastor pentecostal y una secretaria. Tocaba el órgano en la iglesia de su padre y escuchaba a Marvin Gaye, Miles Davis o Prince en casa de su tío. A los dieciséis años ganó el Amateur Night del Apollo Theatre de Harlem, el concurso semanal de talentos que se celebra desde 1934 en uno de los templos históricos de la música afroamericana y por el que han pasado figuras como Ella Fitzgerald, James Brown, Lauryn Hill, los Jackson 5.
Ya entonces se hacía llamar D'Angelo –una mezcla de Michelangelo y devoción– y tenía la ambición de reinventar la música negra. Cuando en 1995 publicó Brown Sugar, lo logró: un álbum de soul narcótico y rítmico, hecho de capas de voz, bajos densos y un falsete de terciopelo, que mezclaba el fraseo del rap con la calidez del gospel y la sensualidad del soul clásico. A mediados de los 90, cuando el hip hop dominaba la radio y el R&B sonaba cada vez más industrial, D'Angelo apareció con una propuesta anacrónica y luminosa: un heredero moderno de Al Green que hacía un soul lento, tocado con instrumentos reales, que miraba hacia adelante conociendo el pasado, pero sin un ápice de nostalgia. Aquello inauguró un movimiento que luego se llamaría contra su voluntad neo soul, junto a artistas como Erykah Badu, Maxwell, Lauryn Hill o The Roots, que recuperaba para la música negra, eso que D'Angelo decía que hacía por encima de todo, un espacio de intimidad perdido después de los 70.
Un genio 'en pelotas'
Cinco años más tarde llegó Voodoo, el disco que lo consagró y también lo destruyó. Grabado en los estudios Electric Lady fundados por Jimi Hendrix en el Greenwich Village junto a talentos como Questlove, Raphael Saadiq y J Dilla, el álbum estaba pensado como una suerte de misa funk: una exploración espiritual del cuerpo, el deseo y, sobre todo, la herencia de Prince, el artista que le había inspirado en su adolescencia. En el centro del disco había una balada lenta, casi sagrada, titulada Untitled (How Does It Feel). Era una declaración de amor carnal, escrita como tributo a Prince y producida con la precisión de un escultor. Lo que vino después, sin embargo, fue puro accidente.
El vídeo de Untitled se rodó en un solo día, en un plató de Nueva York. D'Angelo llevaba meses preparándose con el entrenador personal Mark Jenkins. Sus managers querían definir su cuerpo para redefinir su imagen como estrella de la música sexy y deseable. Paul Hunter, el director del vídeo, tuvo una idea simple: un plano fijo, él solo, aparentemente desnudo, cantando a cámara. Nada más. Nada que distraiga. Un cuerpo negro a media luz, iluminado como una escultura húmeda. Durante cuatro minutos la cámara se desliza desde sus hombros hasta el límite de lo visible por ese cuello cincelado y sudoroso, con un crucifijo de oro al cuello, insinuando lo que no muestra y lo que puede estar sucediendo –en un momento dado lo que parece una felación– cuando el cantante, entre jadeos y con su característico falsete, se pregunta: How does it feel?
Lo que se vio fue más que un videoclip: fue una epifanía sexual. MTV lo emitía en bucle. En las peluquerías y los bares, las mujeres callaban cuando empezaba: se cuenta que podía "oírse caer una horquilla" cuando aparecía en la pantalla. Por fin las mujeres, acostumbradas a ver a chicas moviéndolo todo y enseñando mucho mientras bailaban obsequiosas alrededor de los raperos, podían ver algo de carne. Muchos hombres (heterosexuales, claro) reaccionaron en cambio con incomodidad o burla; algunos lo calificaron de vídeo gay o "puro beefcake". El propio D'Angelo, el hijo del predicador que había aprendido que el escenario era también un púlpito, se sintió crucificado por su propio cuerpo. "Hasta el día de hoy, en la memoria del público, sigue siendo el tío en pelotas", lamentó años después su exmánager Dominique Trenier.
Atrapado por el fogonazo
Aquel éxito fue insoportable. En los conciertos de la gira de Voodoo, las fans le gritaban que se quitara la ropa. Él, que sólo quería hablar de armonías, empezó a beber. Engordó, se encerró, tuvo varios accidentes de coche y problemas con la policía. Durante más de una década no publicó nada. Questlove, su amigo y batería, lo explicó sin rodeos: "No quiere tener que ser el tío del vídeo. No quiere tener abdominales, ni trenzas perfectas. No quiere esa presión".
Regresó en 2014 con Black Messiah, un disco político, tenso y espiritual, donde el sexo se transformaba en resistencia. Lo lanzó en plena ola de protestas por la muerte de Michael Brown, un joven afroamericano de 18 años abatido por un policía en Ferguson (Misuri) en 2014. "Yo hablo con la música", dijo entonces. Después volvió a desaparecer entre rumores, conciertos cancelados y silencios.
La influencia de D'Angelo atraviesa toda una generación de artistas, de Frank Ocean a Solange, de Anderson Paak a H.E.R., que han hecho del soul un territorio de experimentación íntima. Su manera de grabar, lenta, artesanal, obsesiva con los silencios, ha redefinido la noción misma de groove en el siglo XXI. Pero su historia sigue siendo también una advertencia: la de un creador que perdió el control de su imagen justo cuando alcanzó la perfección sonora. D'Angelo buscó la pureza del sonido, y acabó atrapado por la fuerza pura de una imagen absoluta. El vídeo de Untitled (How Does It Feel), aún hoy considerado uno de los más sensuales de la historia, le hizo inmortal pero de algún modo también le condenó.
Te puede interesar