Temporada tras temporada, entre los cada vez más numerosos y heterogéneos aficionados a la zarzuela, se suscita un mismo y recurrente debate. En el Bar Manolo, frente una caña y una de sus señoras croquetas de jamón, o ahora en al Ambigú del propio Teatro, desde que reabriese por fin en las pausas de las representaciones, el público se divide entre quienes valoran sólo el repertorio clásico madrileño sin adaptaciones de texto ni variaciones musicales y aquellos empeñados en que el género vuelva a recobrar la vitalidad de épocas pasadas, actualizando sus diálogos y sus tramas a las sensibilidades del momento o incluso creando piezas completamente nuevas.
El hecho de que no exista un consenso mayoritario y de que las discusiones sigan siendo tan apasionadas es un síntoma de que la zarzuela va ampliando su público y de que existe un renovado interés por la música del género lírico y la danza española y por un tipo de literatura dramática injustamente olvidada. Y como hay razonables argumentos para sostener una postura y la contraria, la dirección del emblemático Teatro (al frente del cual están, desde 2023, Isamay Benavente y José Miguel Pérez-Sierra en la dirección musical) han decidido con buen criterio intentar contentar a todos. Aunque a veces parezca que nadie queda del todo satisfecho.
Sería ilusorio aspirar a que el Teatro de la plazuela de Jovellanos recuperase el lugar que tuvo a mediados del XIX, cuando se situó como un referente europeo por su vocación explícita de inventar una ópera nacional, con aquellas inolvidables zarzuelas grandes, románticas o isabelinas; o que el género chico, que tuvo su apogeo a finales de ese mismo siglo en el Teatro Apolo, se convirtiese en la forma predilecta de entretenimiento musical y de crítica social y política de los madrileños. Pero son de agradecer los esfuerzos por no arrojar al cajón del olvido una de las manifestaciones más genuinas de la cultura española y de rescatar el prolífico patrimonio lírico que duerme en los archivos el sueño de los justos.
El público prefiere a las suripantas
Y esa es la razón que ha movido a Rafael R. Villalobos (director) e Iván López Reynoso (dirección musical) a recuperar El Potosí Submarino, una divertida pieza con música de Emilio Arrieta y libreto de Rafael García Santisteban, estrenada en Bufos Arderíus (llamado luego Teatro del Circo) en diciembre de 1870. Fue Arderíus un empresario próspero que supo ver que más allá de las obras que se estrenaban en el Teatro Real y en el de la Zarzuela, el público demandaba otro tipo de entretenimiento, quizá menos elevado, pero más evasivo y divertido, en el que sugerentes suripantas protagonizaban números cómico-eróticos bastante atrevidos. La Revolución de 1868, que envió al exilio a Isabel II, acabó con la censura teatral y, como recuerda el musicólogo Enrique Mejías, que ha colaborado con Villalobos en el rescate de esta obra, “eso propició una avalancha de estrenos de opéras bouffes traducidas al castellano, con música de Jacques Offenbach y Hervé, que forzaron hasta el paroxismo las referencias creativas de la zarzuela para escándalo de moralistas y patriotas”.
Entre Julio Verne y la estafa piramidal
Ese era el ambiente musical en Madrid cuando se estrena El Potosí Submarino, justo en el momento en que, tras la expulsión de la corrupta casa borbónica (que luego volvería), llega a España Amadeo I de Saboya y cae asesinado el general Prim, artífice liberal de la Gloriosa Revolución de 1968 y valedor de la dinastía monárquica italiana para ocupar el vacante trono español. La crisis bursátil de 1866, una de las primeras del capitalismo financiero, aunque afectó sobre todo a Francia e Inglaterra, tuvo también sus consecuencias en España. Los gobiernos moderados que sostenían a Isabel II cayeron en el desprestigio, descubriéndose algunos casos de corrupción, lo que dio origen al cambio de régimen, y la crisis económica instaló en la mentalidad popular la idea de que a través del trabajo y el ahorro poco se podía conseguir. Surgieron así por doquier empresarios estafadores que prometían hacerle a uno rico en poco tiempo y sin esfuerzo. Seis años después del estreno de El Potosí Submarino, una hija de Larra, Baldomera, protagonizó la primera estafa piramidal de la que se tiene constancia en Europa, al prometer, explica Enrique Mejías, un 30% de beneficios mensuales por cada inversión. Su oficina de la calle de la Greda (hoy de Los Madrazo) “se convirtió en romería diaria de ahorradores deseosos de multiplicar su fortuna sin más garantía que la fe en un progreso tan mágico como el del Nautilus. El derrumbe fue inevitable”.
La referencia de Mejías al legendario y futurista submarino, hogar del Capitán Nemo, que surcaba las profundidades marinas imaginado por Julio Verne ayuda también a explicar la parte fantástica de la obra que ahora recupera La Zarzuela. En toda Europa se había extendido una moda fruto de la modernidad: “la fascinación por la ciencia, los inventos y los viajes extraordinarios que Jules Verne había convertido en fenómeno editorial global”. Veinte mil leguas de viaje submarino se había traducido en España en 1869, por lo que cuando un año después se estrena “El Potosí Submarino, el imaginario oceánico estaba muy fresco en la memoria del público”.
La resaca de la España del 92
De todo esto se alimenta la obra de Arrieta y García Santisteban, que tuvo bastante éxito: en Madrid se representó hasta 1875, fue de gira por varias provincias españolas y se pudo ver en ciudades como Quito o Manila, aún parte de un Imperio ya en decadencia. Algunas de sus piezas, además, como las canciones de la rana o la del cable, eran tarareadas entre las clases populares y sus estribillos repetidos con gracia: “Sé que la reina/ está empeñá/ en que su casa/ no huela mal./ Si los abusos/ quiere cortar…/ ¡ya tiene tela/ Su Majestá!”. Sin embargo, la mayor parte de las referencias a la situación política y social de la época serían muy difíciles de entender para el público actual, por lo que Villalobos ha decidido trasladar la acción a 1993, es decir, el año en el que en España comenzaba la resaca de la Expo’92 de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona y la capitalidad cultural de Madrid. Son los años de la corrupción socialista de Filesa, de escándalos financieros como el de Ibercorp, que llevó a la cárcel al gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, de la beautiful people, de la irrupción de modelos yuppis que encarnaban el triunfo y la elegancia, como Mario Conde, de un desvergonzado Solchaga, ministro de Economía del PSOE, alardeando de que el nuestro era el país donde más rápidamente podía uno hacerse rico, del estallido de la burbuja del ladrillo y de los pelotazos inmobiliarios en la Valencia de Rita Barberá, de las reconversiones industriales que enviaron al paro a miles de personas, de la aparición de los primeros escándalos sexuales de Juan Carlos I (otro Borbón) con Bárbara Rey y de la llegada de la telebasura a España a través de cadenas como Telecinco y Antena 3, donde triunfaban programas como La parodia nacional, que ha servido de inspiración a Villalobos, según él mismo reconoce.
Aunque no todo se queda en los 90, ya que aparece también en algunas rimas la UCO o “un tal fiscal,/ el de más rango,/ el general”, y el fondo marino se convierte en un trasunto de las cloacas del Estado donde se apañan leyes, se cierran negocios y políticos y empresarios de éxito se reparten las suripantas como señoritas de compañía de lujo. Y lo cierto es que existen ciertas similitudes entre la España del último tercio del siglo XIX, la de los años 90 del XX y la actual. Aunque el resultado final no parece que haya dejado contento a todo el público. Pero para eso está el Manolo o el Ambigú de la segunda planta del Teatro, para discutir e intercambiar pareceres sobre el estado actual de la zarzuela y sus posibles derivas y acomodos. Por su parte, Enrique Mejías concluye que “Villalobos no traiciona a Arrieta o a García Santisteban. Igual que en 1870 El Potosí Submarino se adelantó a Baldomera Larra, hoy se adelanta de nuevo al recordarnos que el disparate nunca es cosa del pasado. Que seguimos siendo un país capaz de reírnos mientras nos hundimos, de celebrar con música nuestros propios engaños, de hacer de la catástrofe un espectáculo. En 2025, como en 1870, la carcajada bufa nos salva de ahogarnos”.