Príncipe de la noche, ángel caído de la rumba flamenca, héroe del tormento y guardián de lo prohibido. Pocas cosas hay comparables a la fascinación que despierta escuchar a un artista como Miguel Vargas Jiménez (Utrera 1940 - ib.,1999), aquel folclórico que ha pasado a la historia de la música española como Bambino.

Aunque pudo haber sido peluquero o futbolista, el destino de aquel chiquillo que cambió su Utrera natal por Madrid cuando apenas era un adolescente, solo podía ser uno: la música. Con un estilo tremendamente emocional y desgarrador, en el que sus raíces gitanas y flamencas marcaban el compás, Bambino se convirtió en uno de los artistas más únicos de la canción española entre los 60 y los 70.

Asociado inevitablemente a aquella época de salas de fiestas y boîtes que reunían lo mejor y lo peor de la sociedad, el de Utrera se convirtió en una especie de divinidad a la que se encomendaron todos aquellos amantes de la noche. Porque es la noche la que nos habla de la soledad y el pecado, es su silencio el que nos empuja a abrazar la tristeza y buscar la perdición en lo prohibido de sus fiestas. Y en estos ambientes de bohemia y ensoñación, las actuaciones de Bambino se convirtieron en una heterodoxa manera de exorcizar todo aquello que tortura el corazón.

Autores como Alfonso Santisteban y Salvador Távora escribieron la mayoría de sus letras para que él las hiciera suyas con solo tocarlas. Igual que suyo hacía el escenario una vez se subía, más que para cantar, para interpretar. Bambino bailaba y dramatizaba, todo en él era gestualidad y expresión, absorbía canciones, letras y géneros, de la rumba al bolero, por el compás de la bulería. En sus entrañas filtraba todo aquello que le podía servir para sacar a relucir su prohibida pureza.

Bambino en 'Algo salvaje. La historia de Bambino' | Filmin

Al de Utrera iban a verle los nobles y los canallas, el pueblo llano y los señoritos. Como una especie de dios Baco al que solo se podían encomendar cuando nadie más los veía, eludiendo el recatado sentido moral de la dictadura. La música de Bambino era todo lo que nos hace humanos.

Y si hay algo que nos hace humanos por encima de todo, tiene que estar en el amor. Un amor al que Bambino no puso condición ni género, pero sí paredes y obstáculos insalvables, porque sus canciones no se enredaban en lo cotidiano de este sentimiento universal, iban directamente a su épica.

"Hombres, mujeres, yo no hago diferencias, pero lo mío fueron los amores salvajes", confesaba en una entrevista con Juan Pablo Silvestre en Mundo Babel. Fue esta forma de cantar a los amantes imposibles la que le iguala a las grandes folclóricas del momento, difuminando incluso el género de sus destinatarios con canciones que se pueden entender en clave homosexual como Mi amigo.

Su heterodoxia hizo que nunca fuera un flamenco para los flamencos, pero grabó con Paco de Lucía y, de hecho, fue quien le presentó a Camarón, quien calificó a Bambino como un "artista de artistas". Tampoco se amoldó a las modas del momento, pero Raphael se fijó en él para dotar de emoción de sus actuaciones, apropiándose de ese famoso capotazo de chaqueta.

Por eso cuando el Madrid que lo vio nacer pasó a otra cosa y su estrella se apagó con la llegada de la Movida, el mundo se olvidó de él. "El mundo de Bambino era un mundo en decadencia en los ochenta. Se cerraron las salas de fiesta, se cerraron las boîtes… Aunque quizás no lo reflexionaba de esa manera, eso es lo que le estaba pasando", dice Juan Pablo Silvestre en el documental de Paco Ortiz, Algo salvaje. La historia de Bambino (2022).

Todo lo que sonaba a flamenco, de repente también sonaba a rancio. España se abría al mundo y con ello al pop de masas, las guitarras eléctricas y los estribillos pegadizos. Los pequeños escenarios donde la intimidad se volvía empatía fueron sustituidos por la frialdad de las discotecas. Las noches ya no eran para el dolor ni el exorcismo de las emociones, la ligereza sustituyó a lo profundo y visceral. El mundo se cansó un poco de Bambino y Bambino estaba demasiado cansado para reinventarse.

En los 80 y sobre todo en los 90, el rey de la noche se convirtió en el rey de las gasolineras, donde sus cintas relucían como el recuerdo de una viejaa gloria. Tras 20 años sin bajar el pistón, Bambino supo recoger sus cosas y volver a casa, a Utrera, para ser otra vez Miguel.

Al final de su carrera, sin rencor, la música se convirtió en un hobby. El vaivén del éxito y del olvido no le quitó las ganas de cantar, supo mantener su arte puro y siguió disfrutando de ello, hasta que la salud le dijo basta. Pues no quiso el destino que aquel hombre que había cantado su vida, exorcista emocional y artista del desamor, muriera por el mismo órgano que vivió.

Un cáncer de laringe fue lo que terminó por apagar definitivamente su voz un 5 de mayo de 1999. Aquella que había cantado a los amores imposibles, a los tormentos del corazón y a las paredes inquebrantables. Como en una tragedia griega, su don acabó convirtiéndose también en su maldición.

25 años después, la pasión que transmite su canto permanece intacta en esa forma tan suya de expresar con quejidos lo inexplicable. Un artista único que amó una y otra vez, para que el resto de los mortales sigamos haciéndolo a través de sus canciones.