Taylor Swift no descansa, aunque tal vez debería. Diez meses después de clausurar la gira más larga y rentable de la historia reciente, regresa con The Life of a Showgirl, su duodécimo álbum de estudio, recibido con un despliegue de récords que parecen pensados para subrayar su condición de fenómeno inabarcable: un anuncio en el pódcast deportivo de su prometido Travis Kelce convertido en viral planetario, un estreno cinematográfico y más de cinco millones de prereservas en Spotify antes de que sonara la primera nota. "Ahora soy inmortal", canta Swift en el tema que da título al disco. Y la frase, en boca de quien ha convertido su vida en la mayor franquicia cultural de la década, suena menos a metáfora que a constatación.
Pocas horas después de su lanzamiento, la crítica se ha dividido en torno a Showgirl, un álbum breve (12 temas, 40 minutos) que se presenta como antídoto frente al tono plomizo de The Tortured Poets Department. En Rolling Stone, Maya Georgi daba cinco estrellas al álbum y celebraba la capacidad de Taylor Swift para reinventarse. Un "ascenso a un nuevo nivel de superestrellato" construido con la ayuda de los productores Max Martin y Shellback, que regresan a su lado tras ocho años. Rolling Stone subraya el colorido pop de canciones como Actually Romantic o Elizabeth Taylor, la osadía de interpolar a George Michael en Father Figure y la confesión devastadora de Eldest Daughter. En Variety, Chris Willman va aún más lejos: a su juicio se trata del primer disco "completamente alegre" de Swift, un contagioso ejercicio de ligereza que logra sonar vital incluso en los pasajes de ajuste de cuentas. Un álbum "eufórico, divertido, conmovedor" que, según él, podría reclamar el título de álbum del verano aunque se publique en octubre.
Jon Caramanica, en The New York Times, interpreta Showgirl como un punto de cierre y balance. Recuerda que en los últimos 18 meses Taylor Swift ha completado la gira más taquillera de la historia, recuperado sus masters y anunciado su compromiso con Kelce. El álbum recoge ese momento con canciones que celebran la plenitud amorosa –The Fate of Ophelia, donde promete fidelidad al hombre que "me sacó de la tumba y salvó mi corazón del destino de Ofelia"; Opalite, donde se ríe de sus hábitos pasados de "comer de la basura"– junto a piezas de ajuste de cuentas. En Father Figure despacha a un viejo enemigo con una frase definitiva –"Resulta que mi polla es más grande"–; en Actually Romantic convierte la obsesión de un adversario en un juego erótico –"Sonaba desagradable, pero parece que estás flirteando conmigo"–, y en Wood parodia el deseo con un estribillo tan explícito como jocoso: "Su amor fue la llave que abrió mis muslos". Para Caramanica, se trata de un álbum "pegadizo y relevante, pero sin alardes", que recupera la claridad de la etapa Folklore/Evermore y condensa en miniatura el recorrido de la Eras Tour: del pop reluciente de 1989 a la acritud de Reputation. Advierte, sin embargo, de un traspié: Cancelled!, un alegato victimista que suena "casi cómicamente teatral".
La varita mágica de Travis Kelce
No todos comparten esa lectura expansiva. Alexis Petridis, prestigioso crítico de The Guardian, habla del "aburrido razzle-dazzle (llamativo artificio) de una estrella exhausta". Lo que otros llaman concisión, él lo interpreta como falta de ideas memorables: un repertorio blando de soft rock y sintetizadores brumosos, con un solo estribillo realmente eficaz (Elizabeth Taylor) y varios tropiezos, entre ellos la letra de Wood, que convierte en oda explícita al falo de Kelce. Petridis sugiere que la estabilidad emocional –y económica– de la autora está debilitando la mordacidad de su escritura: "Comparar el pene de tu prometido con una varita mágica constituye una escritura débil", resume. En su lectura, más que una reinvención, Showgirl es un síntoma de agotamiento en una artista atrapada por la maquinaria de la inmediatez.
El álbum, en cualquier caso, consolida un momento cumbre en la carrera de Swift. Dueña de sus masters, con un imperio valorado en más de 1.600 millones de dólares y asociada a la NFL por vía sentimental, se permite un disco que alterna confesión íntima, sátira y pop radiante. La colaboración con Sabrina Carpenter en la canción final funciona como gesto generacional, aunque Caramanica la considera un añadido menor. La crítica coincide en que Showgirl no es un giro radical como Red o Reputation, pero sí un álbum más enfocado que Midnights o The Tortured Poets Department, menos disperso y más eficaz en lo melódico. Entre el entusiasmo de uno y el escepticismo de otros, emerge una certeza: Swift sigue manteniendo el pulso.
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