Digo yo que las cosas que pasan, pasan por algo. Lo digo yo y lo dice todo el mundo. Y pasan cosas que desconocemos en todos los lugares, en todos los sitios, a todas las horas y con personajes también desconocidos. Pausa para explicar un poco de qué va esto. 

Que en una cocina mínima, por pequeña, de un restaurante asiático en Europa trabajen a destajo los cocineros o encargados de la cocina, que esos trabajadores sean migrantes sin papeles y tengan percances, que una cigarra se vea obligada a prostituirse y someterse a la tiranía de un jefe que no le pagará nada, que se halle una familia entera en el hueco de una muela o que, de repente, desaparezca unos de esos invisibles, un nadie, y nadie, precisamente, lo eche de menos, es algo que pasa más a menudo de lo que nos parece. Pausa para tomar aire y seguimos.  

El Dragón de Oro. Pausa breve. Conlleva más que una simple historia, es la vida misma, es el borde de la precariedad con el límite de lo que un paria pueda soportar. 

Es una propuesta dirigida por Ánxeles Cuña Bóveda sobre el texto del dramaturgo alemán Roland Schimmelpfennig y que levantan en escena la compañía Sarabela Teatro venida de Galicia. Sin pausa.

Nos plantean un submundo sumergido dentro del mundo de la apariencia. Es el interior donde van a parar los desarraigados, los que por no caer en el abismo de su país se vienen a otro y se mantienen en un abismo parecido. Los que se ven obligados a vender su cuerpo o, lo que es peor, los que se ven obligados a utilizarlo sin que nadie ponga límites a desmanes, abusos e, incluso, delitos penados por ley que nadie desvela. 

Pausa larga. Porque nos quedamos en silencio. Unas veces por desconocimiento y otras por pura desidia, porque no nos salpique, por no implicarnos y nos perturbe nuestra paz de sociedad aparente. 

Porque una oscuridad cubre todas estas cuestiones que solo salen a la luz cuando el crimen es demasiado evidente. 

El Dragón de Oro es una metáfora constante que difumina su horror por la buena puesta en escena de esta compañía, donde cinco intérpretes representan 17 personajes en 48 escenas al compás que marca la ciudad, frenéticamente, como se pasa de una actividad a otra sin haber concluido la anterior. Pausa.

Se puede desencadenar una tragedia por intentar extraer una simple muela. Se puede derrumbar todo un sistema cuando el abuso de poder pierde la ética que nunca tuvo. Cuando el sometimiento sexual, afectivo, laboral, da origen a la depravación sin castigo. 

El Dragón de Oro es lo que reluce por fuera y no muestra las heces de su interior. Y los intérpretes de la compañía Sarabela se encargan de mostrárnoslo con la brillantez y elegancia de su buen hacer, para que dejemos de ignorar estas situaciones, pero de una forma amable, sugerente, atractiva, hasta cómica en algunos momentos, pero que nos haga temblar por dentro, que no nos sea indiferente, y que el Dragón de Oro no nos chamusque con su fuego saliendo de la boca y nos deje más desolados que siempre. Pausa final.


El Dragón de Oro, de Roland Schimmelpfennig, dirigido por Ánxeles Cuña Bóveda, en el Teatro de La Abadía hasta el 28 de septiembre