La relación entre la alimentación y la aparición de enfermedades está estrechamente ligada, en concreto, el azúcar es uno de los productos más demonizados. Sin embargo, este no es un veneno, pero su consumo excesivo y continuado, sobre todo en forma de bebidas azucaradas y de ultraprocesados, sí aumenta el riesgo de obesidad, de diabetes, y de varios tipos de cáncer. No obstante, no es necesario evitar a toda costa una cucharadita de azúcar en el café, ni tampoco un dulce ocasional; pero sí conviene revisar lo que tomamos ‘sin darnos cuenta’ cada día, como salsas, refrescos, o bollería, entre otros.
“La mejor estrategia anticáncer en alimentación es apostar por un patrón tipo mediterráneo, rico en frutas, en verduras, en legumbres, en frutos secos, en cereales integrales, y en aceite de oliva, junto con mantener un peso saludable, hacer actividad física, y evitar el tabaco y el exceso de alcohol. No se trata de hacerlo perfecto, sino de ir mejorando paso a paso hacia un estilo de vida más saludable y sostenible”, defiende la doctora Roxana Reyes, especialista del Servicio de Oncología Médica del Hospital Universitari Sagrat Cor de Barcelona.
En concreto, explica esta especialista que la glucosa es el combustible básico de nuestras células, ésta entra en la célula y, a través de varias reacciones químicas, se transforma en energía (ATP), que hace posible que el corazón lata, que el cerebro funcione, o que los músculos se muevan. “Además, también se utiliza como materia prima para fabricar otras moléculas necesarias para el mantenimiento y para la reparación del organismo”, agrega la especialista.

Es más, la doctora Reyes mantiene que todas las células del cuerpo, tanto sanas como tumorales, necesitan glucosa: “Cuando tomamos azúcar, la glucosa circula por la sangre y está disponible para ambos tipos de células. Sabemos que muchos tumores aprovechan bien esa glucosa para crecer, pero no hay pruebas de que comer un dulce concreto haga que un tumor crezca de golpe. El problema real es el exceso de azúcar mantenido en el tiempo, que favorece sobrepeso, resistencia a la insulina e inflamación, condiciones que sí se relacionan con mayor riesgo y peor evolución de varios cánceres”.
Mayor riesgo de cáncer
Ahora bien, sí reconoce esta oncóloga médica que los datos “no son perfectos, ni siempre coinciden”, pero varias revisiones señalan que un alto consumo de azúcares añadidos y de bebidas azucaradas, especialmente en el contexto de obesidad y de sedentarismo, se asocian con un mayor riesgo de cáncer de mama (sobre todo tras la menopausia), de cáncer colorrectal, y de cáncer de páncreas.
En algunos estudios, según prosigue, también se relacionan con el cáncer de hígado, de próstata, de riñón, y de pulmón. “Más que un alimento aislado, lo que pesa es el patrón global de una dieta rica en azúcares, de un exceso de calorías, y de poca actividad física”, subraya la doctora Reyes.
Igualmente, advierte sobre la resistencia a la insulina, ya que hace que el cuerpo produzca más insulina para intentar mantener normal el azúcar en sangre: “Ese estado, junto con otros cambios metabólicos, se ha asociado a un incremento del riesgo de varios tipos de cáncer y de mortalidad por cáncer. En personas con diabetes tipo 2, especialmente si se combina con obesidad y con sedentarismo, el riesgo de cáncer de hígado, de páncreas, de endometrio, y colorrectal, entre otros, es mayor que en la población general”.
La dieta en el cáncer
La doctora Reyes sostiene que en la mayoría de los casos no se recomienda una eliminación total y estricta del azúcar en la dieta de los pacientes oncológicos y considera que lo razonable en estos casos es limitar al máximo los azúcares añadidos, así como las bebidas azucaradas, la bollería, y los ultraprocesados, pero permitir pequeñas cantidades de azúcar en el contexto de una dieta globalmente saludable.
“Una prohibición absoluta puede aumentar la ansiedad, la culpa y, a veces, conduce a dietas muy restrictivas que terminan en desnutrición. En pacientes con cáncer mantener una buena ingesta de energía y de proteínas suele ser más importante que seguir una dieta perfecta sin un gramo de azúcar. Estas decisiones deben personalizarse siempre con el equipo sanitario”, agrega la especialista del Hospital Universitari Sagrat Cor de Barcelona.
Igualmente, avisa sobre un mito extendido hoy en día en cuanto al posible papel de la dieta cetogénica a la hora de curar el cáncer, indicando que sí que se está estudiando como posible complemento en algunos contextos muy específicos, pero hoy por hoy no puede considerarse un tratamiento curativo, ni debe iniciarse por cuenta propia, porque puede provocar déficits nutricionales y empeorar el estado general del paciente.
Además, reconoce que es muy frecuente que los pacientes muestren un gran miedo a consumir hidratos de carbono o azúcar por temor a “alimentar” el tumor y acaben haciendo dietas extremas y muy restrictivas. “Estas dietas pueden ser perjudiciales porque favorecen la desnutrición y empeoran la tolerancia a los tratamientos oncológicos”, agrega la doctora.
Siempre se debe mantener una dieta adecuada
En suma, la doctora Reyes, oncóloga médica del Hospital Universitari Sagrat Cor destaca que la alimentación no sustituye a los tratamientos médicos, si bien ésta sí puede marcar una diferencia importante en cómo los pacientes los toleran, y en su calidad de vida.
“Una dieta adecuada ayuda a mantener el peso y la masa muscular reduce el riesgo de infecciones y de complicaciones, y mejora la energía y el estado de ánimo. En general, se recomienda priorizar alimentos frescos y poco procesados, un patrón tipo mediterráneo (verduras, frutas, legumbres, aceite de oliva, pescado), suficiente proteína, y buena hidratación, adaptando todo ello a los síntomas (náuseas, diarrea o estreñimiento, mucositis, etc.), y a la situación clínica concreta. El trabajo coordinado entre oncología y nutrición es clave”, concluye.
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