Quien diga que la Transición política española fue un modélico proceso que se culminó pacíficamente dice la verdad. Pero quien diga que la Transición se culminó sin muertes miente muy gravemente. Hubo sangre. Mucha sangre.

Todo el  período que transcurre desde diciembre de 1973 en que Carrero Blanco es asesinado por ETA -que es cuando de verdad empiezan a producirse los movimientos de preparación de un futuro que se sabe ya inmediato- y la celebración de las primeras elecciones libres en junio de 1977, es un tiempo sangriento, en el que todos aquellos que estaban dispuestos a impedir que el régimen de Franco acabe al tiempo que se extinga la vida de su fundador se enfrentan a sangre y fuego con aquellos que desde posiciones políticas opuestas, pretenden provocar un levantamiento de las masas que dé lugar a algo asimilable a una revolución popular.

Por eso, entre otras razones, el proceso de transición política resultó tan delicado, tan peligroso y finalmente tan exitoso, tan brillante y tan meritorio.

Y aquella tensión creciente alcanzó su punto máximo de violencia una vez que los españoles acudieron el 15 de diciembre de 1976 a votar en referéndum

Por las calles de España, sobre todo por las de Madrid si dejamos a un lado la acción criminal de la banda terrorista ETA de la que no me voy a ocupar en este artículo, circulaban elementos de la extrema derecha con contactos con bandas de asesinos de otros países y al mismo tiempo elementos revolucionarios dispuestos a matar en la misma medida en que lo estaban los anteriores. 

Y aquella tensión creciente alcanzó su punto máximo de violencia una vez que los españoles acudieron el 15 de diciembre de 1976 a votar en referéndum el proyecto de Ley para la Reforma Política, que la población respaldó masivamente.

Pero hay que recordar que en la víspera de aquella jornada el grupo terrorista GRAPO había amenazado con asesinar ese mismo dia a Antonio María de Oriol, presidente entonces del Consejo  de Estado y un acreditado representante del franquismo ultraconservador, al que habían secuestrado cuatro días antes.

La situación de tensión es tal que el entonces ministro del Interior, Rodolfo Martin Villa, se ve en la necesidad de acudir esa noche a los estudios de Televisión Española -la única que había entonces- para advertir que si le sucede algo al señor Oriol sólo los autores de lo que le ocurra serán los responsables. Pero también dice el ministro que es intención del gobierno promover leyes que devuelvan las libertades al pueblo español y aprobar medidas de gracia a los partidos de la izquierda que estén en esos momentos en prisión y no tengan delitos de sangre.   

La tensión que se vive esos días es de una extraordinaria magnitud porque además, Santiago Carrillo, la auténtica bestia negra del ya indignado franquismo declara en una rueda de prensa clandestina que lleva viviendo en Madrid ya un año.

La Semana Trágica que estuvo a punto de acabar, violentamente además, con el proceso hacia de democracia recién iniciado

La irritación del sector más ultra del régimen va en aumento hasta amenazar con desbordarse y no se atempera, sino todo lo contrario cuando la Policía consigue por fin detener al secretario general del PCE, lo cual llena de tanta satisfacción como de inquietud al ministro del Interior porque teme, con razón, que alguno o varios de los policías que se supone que están encargados de su custodia lleguen a agredirle o algo mucho peor.

Es entonces cuando da comienzo la que se llamó con razón, la Semana Trágica que estuvo a punto de acabar, violentamente además, con el proceso hacia de democracia recién iniciado en medio de infinitos obstáculos y dificultades de toda índole.

El 23 de enero cae muerto a tiros por la espalda el estudiante de 19 años Arturo Ruiz García a manos de dos individuos, el argentino Jorge Cesarsky y el español miembro de la organización ultraderechista Guerrilleros de Cristo Rey José Ignacio Fernández Guaza, que es el autor del disparo. 

Este es el relato de un testigo que recogió en aquellos días la revista Triunfo, 

“El individuo llevaba una manopla de hierro en la mano derecha, retrocedió tres o cuatro metros, se quitó la manopla, sacó la pistola, se paró, abrió las piernas, apuntó cuidadosamente y disparó”.

“A orillas del charco de sangre dejado en la calle de la Estrella por Arturo Ruiz un policía de la Brigada Antidisturbios decía a otro:

-”Y encima nos echarán la culpa a nosotros.

-”Pues díganlo, diga quien la tiene, le dijo uno de los testigos prsenciales del asesinato”

Al día siguiente de este asesinato, el 24 de enero, el GRAPO, una banda terrorista de ultraizquierda, secuestra también al presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, teniente general Emilio Villaescusa, en  un intento de provocar al Ejército para que tome las calles.

A las 12,30 de ese mismo tenebroso día 24 de enero, otra estudiante, Mari Luz Nájera que participaba en Madrid en una de las muchas manifestaciones de protesta por el asesinato de Arturo Ruiz, se ve envuelta en la carga policial contra los manifestantes. Un bote de humo le destroza la base del cráneo. Muere en la Clínica de La Concepción dos horas más tarde.

La sensación de que este país está indefenso ante las conjuras de fuerzas muy poderosas se agrava día a día”

“La sensación de que este país está indefenso ante las conjuras de fuerzas muy poderosas se agrava día a día”, dice ese día el editorial de Diario 16. “Como el secuestro de Oriol no produjo el resultado de impedir el referéndum, como la opinión nacional abrió tajantemente con su voto la marcha hacia la democracia, como la oposición en su mayoría da muestras de una sensatez admirable, como este pueblo no se apartaba un ápice de su camino hacia la libertad, la provocación debía subir de tono. Y subió ayer, y subió hoy y, si aguantamos este embate, volverá a subir mañana”.

Este editorial fue escrito horas antes, muy pocas horas antes, de que el horror volviera a hacer su aparición más brutalmente que nunca hasta ese momento.

A las once menos cuarto de la noche de ese terrible 24 de enero, nueve personas caen acribilladas a balazos por dos pistoleros ultraderechistas que vacían fieramente sus cargadores sobre ellas hasta que todas quedan tendidas en el suelo, inmóviles. Cinco han muerto en el acto.

Los autores de esa matanza espeluznante en un despacho de abogados laboralistas, miembros del PCE y de Comisiones Obreras han sido José Fernández Cerra y Carlos García Juliá mientras su cómplice Fernando Lerdo de Tejada se ha encargado de vigilar la entrada del piso.

“Más arriba las manitas”. Esas son las últimas palabras que pronuncian los asesinos. Después disparan. Disparan sin pausa una y otra vez hasta vaciar sus cargadores. A continuación cierran la puerta y se van. Dentro quedan nueve cuerpos acribillados.

El horror y el miedo se extienden primero por Madrid y después por España entera. Los ciudadanos comprenden que todo lo que está sucediendo no puede ser producto del azar. Los españoles adivinan una decidida voluntad oscura de abortar el proceso político  hacia la democracia que el gobierno ha propuesto y los ciudadanos han respaldado resuelta y masivamente. Aquí se está intentando, piensan, que algunos se echen a las calles a reproducir las escenas trágicas que fueron en 1936 el  prólogo sangriento de una guerra civil atroz e imposible de superar en la memoria de España.

Porque 48 horas después de que los abogados laboralistas hayan sido asesinados en la calle de Atocha, el GRAPO asesina a su vez a dos miembros de la Policía Armada y a un guardia civil y deja gravísimamente heridos a otros tres guardias civiles Mientras, Oriol y Villaescusa siguen secuestrados y amenazados de muerte.

Diez personas asesinadas, 15 heridos gravísimos y dos secuestros es el espeluznante balance de esta semana de enero de 1977 en el que  el país se pregunta angustiado si está asistiendo al prólogo de un nuevo período trágico de nuestra tan frecuentemente trágica historia.

"Alguien está intentando provocar un golpe militar", comenta a sus ministros el presidente del gobierno Adolfo Suárez.

“Yo  tengo que decir”, confiesa Rodolfo Martín Villa, “que el único momento en que yo ví el proceso político amenazado fue justamente en esa semana final de enero. Aquellos fueron los momentos más duros”.

Pero finalmente nadie en España pierde la cabeza. Nadie se echa a la calle. Los españoles aguantan. Sobrecogidos pero aguantan. 

Y gracias a ese temple y a esa determinación logramos por fin conquistar las libertades de que ahora disfrutamos