Y de repente, entramos en shock por una guerra que se veía venir y que resulta tan horrible como todas; una guerra más que sumamos a la multitud de conflictos armados de entidad que existen en el mundo a día de hoy, más de una decena, y todos ellos alimentados por ególatras y fanatismos religiosos o raciales principalmente.

Y de repente el mundo, bueno, nuestro mundo, el que conocemos y en el que nos encontramos seguros y a gusto, despierta y también de repente es distinto, más empático, más solidario y parece que en bloque y sin fisuras, está dispuesto a sacrificios más allá de las palabras.

Países que antes se mostraban reacios a acoger refugiados, ahora lo hacen sin límites ni condiciones y además están dispuestos a facilitar ayuda no sólo humanitaria sino también militar. Las grandes compañías cierran sus actividades en Rusia, un mercado relevante para muchas de ellas y la población civil se vuelca en apoyo incondicional.

¿Hemos despertado y vamos a actuar de forma diferente de ahora en adelante? ¿Vamos por fin a defender a cualquier coste un mundo mejor, libre y más justo? ¿Se va a cambiar la política de Refugiados de la Unión Europea y la del resto del mundo?

La pregunta legítima es si sólo vamos a actuar así en relación a este conflicto y por que no despertamos y nos volcamos con el resto de conflictos y de graves injusticias que se producen de forma masiva en la esfera geopolítica actual.

Ayer escuchaba que en Afganistán, las niñas no podrán ir a la escuela a partir de los 12 años y que ya llevaban meses en sus casas y esto con total seguridad, no irá más allá de un pequeño escándalo en las redes sociales que se olvidará rápido, como todo. Seguramente porque no nos afecta, no lo vemos o no lo entendemos.

Pero para nosotros Ucrania es distinto, se parecen más a nosotros, están más cerca e imaginamos sus vidas muy similares a las nuestras, son cristianos y hasta físicamente resultan menos amenazantes. Y es que parece que sólo el miedo mueve a las personas.

Ya sea el miedo de las grandes corporaciones a sufrir en su cuenta de resultados, tras ver como su competencia, normalmente con poco que perder y mucho que ganar en términos de reputación, deciden salir de Rusia primero. O el miedo de países occidentales y en especial fronterizos al conflicto, a ser los siguientes, lo que les lleva a cambiar su forma de actuar aunque imagino que más como oposición a Putin que cómo nuevos adalides de la solidaridad en el mundo. O el miedo de los políticos a lo único a lo que le profesan pavor, a perder el poder. O el miedo de los ciudadanos a una recesión económica o a una tercera guerra mundial.

También el miedo lleva a que muchas personas hagan acopio de alimentos para hacer frente a una potencial situación apocalíptica tan de moda en el mundo de la ciencia ficción cinematográfica olvidando que con su pánico empeoran la situación y perjudican a sus vecinos.

Todos pretendemos ser buenas personas y dudo que alguien se haga orgulloso un selfie con el carrito lleno de leche y aceite de girasol, ese que nunca hasta ahora habían consumido, como también dudo que al ver a otra persona con su hijo de la mano llegando a la estantería vacía no compartieran el botín, pero mientras las situaciones no nos afectan muy de cerca, para muchos no cambia nada, porque como decía Delibes el miedo aunque no se ve, adivinen: pesa, hijo.