Trump pretende parar la guerra de Putin poniéndole “STOP” en un tuit, como si los tanques fueran autobuses de jubilados. O es que no pretende parar nada, claro, sólo ejerce esa diplomacia de la flojera, la pose, la improvisación o incluso la ignorancia, un poco como Yolanda Díaz, que también quiere parar las guerras mediante piruletas de tráfico o piruletas de las otras, de las suyas, de kiosco escolar de la izquierda. Trump no duda en amenazar a Zelenski, a Europa, a China, al mundo, a su propio país, en el que te pueden despedir o deportar por criticar al Líder Supremo o por no llevar gorra de paleto o yerba en la oreja. A Putin, sin embargo, sólo le deja un “stop” que parece de la canción de las Supremes, “stop in the name of love”, no una exigencia sino una declaración de devoción o rendición. Aunque yo diría que Trump no sabe lo que hace, sólo intenta mantener apuestas del pasado y embestidas del presente. Como nuestro Gobierno, que es más trumpista que Trump igual que es más papista que el papa.
El “stop” de Trump parece un “callad” de doña Inés que el Pocero Atómico, quizá no tan atómico, podría pronunciar desvaneciéndose en un diván de troncos de una de las cabañas tramperas de Putin. Pero Trump no está en guerra con su corazón, ni con sus deseos recién descubiertos, ni siquiera está en guerra con el planeta, que sólo es un rehén. Trump, simplemente, es esclavo de unas fantasías infantiles de vanidad y superioridad que son incompatibles con la lógica, con la realidad y con los propios intereses de su país, de sus ciudadanos y de todo el mundo libre. Si se fijan, lo que nos sale al analizar al nuevo emperador dios es que es una especie de Sánchez con superpoderes, o que Sánchez es un Trump muerto de hambre, comprando balas de oferta, poniéndoles medias suelas a nuestras fragatas y metiendo a socorristas de piscina dentro del gasto militar.
Nuestro Gobierno es más trumpista que Trump igual que es más papista que el papa
El sueño personal de Trump es incompatible con la política, con la democracia, con la economía, con la decencia y con la verdadera valentía. Exactamente como Sánchez, que se parece hasta en eso de negociar con los fuertes usando el resolutivo método de rendirse enseguida, o más bien rendirnos a los demás. La apuesta de Trump por Putin es en realidad una jugada de cobarde, porque es más fácil acojonar a un actor bajito vestido de tortuga ninja que a un ex de la KGB que quiere ser Catalina la Grande, que no duda en iniciar guerras de sangre y fuego, no arancelarias, y que te quita de en medio con un isótopo, no con un gorrazo. También Sánchez ha hecho sólo jugadas de cobarde, al menos ante los indepes y ante Bildu, que la izquierda clásica o extrema ha sido más fácil de domesticar. Los revolucionarios se calman bastante con ministerios de flores de tela, leyes líricas y victorias simbólicas o absurdas como lo de las balas israelíes. Vean que la más grave crisis de Gobierno que hemos tenido sólo sucedió en los espejos y nadie salió herido ni dimitido, salvo los españolitos que pagarán la factura de este contrato rescindido unilateralmente.
Trump quiere parar la guerra, o no pararla, con un tuit, con una palabra en mayúsculas, que a mí me recuerda a esa gente que quiere parar las guerras, o no pararlas, con los mensajes de sus tetas. Pero la cosa no es parar la guerra sino pararla en tu terreno, en tu beneficio o sólo en tu iconografía. La iconografía de Trump es la del vaquero ante el que todos se apartan salvo los verdaderos dueños del pueblo, por eso a Putin sólo le dedica sombrerazos, como al ranchero, y al pobre Zelenski le exige no sólo lantánidos y cereal sino reverencias. La iconografía de nuestro Gobierno, por su parte, es la de una izquierda de pitiminí que intenta convivir con el despotismo de Sánchez. Por eso vemos a la vez rearme atlantista y fiesta palestina, balas y teterías, el triunfo suficiente de Sánchez, que sigue a lo suyo, y el triunfo suficiente de Yolanda, que ha derrotado a Israel dejándolo sin un contrato de seis milloncejos, cosa que animará a la izquierda casi más que un bar nuevo para Pablo Iglesias con karaoke de cantautores.
Trump es un Sánchez con mapamundi y Sánchez es un Trump colillero. Sus guerras no son nunca las que parecen, las que humean, no están en realidad en Palestina ni están en Ucrania, sino en su divancito de desmayos o en su alcoba con orinal de oro y minialbornoz. Que se rinda Zelenski pero no se retire Putin, que se rinda Israel pero no pare Hamás, eso no tiene que ver ni con el pacifismo ni con el militarismo, ni con la economía ni con la grandeza, ni con la ideología ni con el mundo. Sólo tiene que ver con su intimidad, la intimidad de Trump con sus caballos y espuelas y la intimidad de Sánchez con Yolanda, o quien esté para cepillarle las trenzas a nuestro presidente narciso. Eso sí, Trump me parece que en el fondo no sabe lo que hace, igual que Yolanda. Sánchez, en cambio, siempre supo lo que quería hacer, que era quedarse ahí se tuviera que pintar las tetas o le tuvieran que pintar la cara.
1 Comentarios
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hace 3 segundos
. Buenísimo LM como siempre.
Pedro querría ser como Trump o incluso Franco… pero el primero hace lo que hace porque puede, y del segundo ya se encarga el propio Pedro de ensalzarle un año y el tempo que haga falta para acabar en una simbiosis total con el dictador…